La cocina gana por goleada: de futbolista en Estados Unidos, al restaurante familiar de Buera

Bruno Fernández era un prometedor futbolista hasta que cambió las botas por el delantal de Lalola, en Buera.

Bruno Fernández, en la puerta de Lalola
Bruno Fernández, en la puerta de Lalola
Montañés

Hace unos años el nombre de Bruno Fernández se podía leer en las páginas deportivas de algunos diarios. "Cuando tenía 14 años me fui fuera de casa por el fútbol", recuerda este joven. Tras pasar por vestuarios de campos aragoneses y del resto del país, el arte del balompié le dio un billete a Iowa, donde residió un año gracias a una beca para estudiar Business -Negocios- en una de las universidades más prestigiosas. "Pero vi que no era lo mío", continúa. Hizo las maletas de nuevo y regresó de Estados Unidos a Buera, a su casa.

Esos mismos pies que dieron vida a multitud de balones, ahora caminan de la cocina al comedor de Lalola, un restaurante de esta localidad oscense que durante más de 25 años ha gestionado su padre, Miguel Ángel, y que no deja indiferente, ni por la comida ni por el escenario que acompaña.

Nada más cruzar la puerta, envuelve un ambiente a hogar. Las canciones de Sabina, Serrat o Lola Flores parecen llamar al final del pasillo. Tras pasar por la cocina -con buen sabor a tradición-, se llega al comedor, al calor del fuego. Es complicado centrarse en un único detalle. Elegantes espejos, que invitan a imaginar quién se miró antaño, comparten pared con máscaras venecianas, que evocan elegancia y diversión. A la luz de las velas se pueden admirar obras de arte y fotografías firmadas por muchos rostros conocidos. Maribel Verdú, Carlos Herrera, Juan Echanove, Luis Enrique… ¿Todos han comido aquí? "Sí, bueno, el Papa no, que también hay alguna foto por ahí", dice Bruno, de 24 años.

Detalles del singular restaurante de Buera, cuyas paredes parecen contar historias.
Detalles del singular restaurante de Buera, cuyas paredes parecen contar historias.
Montañés

Varias instantáneas a pie de césped y unas camisetas de fútbol colgadas de un perchero revelan el pasado deportivo del padre de Bruno, quien fue jugador del Espanyol en la década de los setenta. "Mi abuelo materno era de esta zona, pero emigró a Barcelona", relata Bruno. Con el tiempo la familia regresó a la sierra de Guara, donde una casa en Buera se convirtió en el proyecto hostelero de sus padres, a pocos kilómetros de Alquézar.

El menú sorprende tanto como la decoración y la historia. ¿Qué hay para comer? "Cada día una cosa -responde Bruno-, es como un menú de degustación". No hay una carta establecida, sino que el comensal se sienta con la incertidumbre de qué llevarse a la boca y con la certeza de que la experiencia ya ha comenzado. Tranquilidad, que las alergias se preguntan con antelación.

El día de nuestra visita, Bruno propone para abrir boca un brioche con mantequilla que era el pedestal de sardina ahumada, membrillo y tomate seco. En el paladar es resultón y entretenido por la combinación de sabores y texturas.

Un chiporroteo viene de la cocina: está friendo un huevo. Es para los callos, porque en Lalola las recetas tradicionales comparten mesa con propuestas más innovadoras, como un tartar de chuleta. Las cocochas de bacalao son otro gol por la escuadra. Rabo de toro, caracoles, ensaladas y gazpachos con productos de su propio huerto... la lista es amplia. La idea es que el precio medio por persona sea unos 35 euros (sin bebida). Todo lo hace él, salvo las tartas, que las elabora Nelly -la de manzana y canela es una perdición para los golosos-. Y para brindar propone los vinos de su cercano Somontano, como de Bodega Pirineos, entre otras.

"Podrá tener una filosofía y encanto especial, pero se tiene que comer bien", recalca Fernández, y lo consigue. Su formación ha sido el día a día, que ha ido perfeccionando desde que asumió el proyecto de Lalola en mayo del año pasado. Confiesa sentirse "muy agradecido" mientras cambia el servicio y pone sobre la mesa un plato de la madrileña Casa Lucio; sorpresas de Lalola.

Una posada con encanto y torreón

En la misma calle del restaurante se encuentra la Posada de Lalola. En una casa rehabilitada vestida con una verde hiedra ofrece aposento a los turistas que llegan a Buera. Una gigantesca lámpara de hierro da la bienvenida: "La metieron antes de terminar la reforma", ríe Fernández. Cada rincón es una postal para guardar.

Entre las dos plantas son siete habitaciones dobles que guardan un encanto que se comparte con las zonas comunes -con obras de Pepe Cerdá incluidas-. Cada una luce un nombre que la convierte en más especial, desde ‘La Princesa’ hasta ‘La Rosa’.

‘El Torreón’ es otra de ellas, que recibe el nombre del espacio donde se encuentra, un alto con vistas a la parte trasera de la casa. Allí, unas sencillas hamacas son butacas donde disfrutar del paisaje, amenizado por el cacarear de las gallinas vecinas.

Este no es único alojamiento de Buera, ya que en un rápido paseo por sus calles se pueden encontrar varias casas rurales.

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