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Fernando Lalana: "He padecido el síndrome del impostor de manera casi atenazante"

Premio Nacional de LIJ y Premio Cervantes Chico, autor de más de 150 libros, el escritor zaragozano se plantea la jubilación de la literatura

Fernando Lalana, a la derecha, ganaba el pasado mes de marzo el Premio Anaya en colaboración con Chus Castejón con 'El manuscrito Sancho Panza', que se presentó en Pedrola.
Fernando Lalana, a la derecha, ganaba el pasado mes de marzo el Premio Anaya en colaboración con Chus Castejón con 'El manuscrito Sancho Panza', que se presentó en Pedrola.
Javier Cebollada/Efe.

Fernando Lalana (Zaragoza, 1958) es escritor con más de 150 libros a su espalda. Sus ficciones pertenecen a lo que se denomina Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Ganador de numerosos galardones, es Premio Nacional de Literatura y Premio Cervantes Chico. Su última novela acaba de salir: ‘La muñeca rusa’ (Edebé). Pedro Olea adaptó su novela 'Morirás en Chafarinas'. Se plantea una inmediata jubilación.

Empecemos por ello. ¿Se jubila alguna vez un escritor?

Hay escritores que se jubilan y otros que no. Lo importante es no llegar al punto de caer en el ridículo. Pero ten en cuenta que yo llevó más de 40 años dedicado profesionalmente a la literatura, en exclusiva y a tiempo completo. No es el mismo caso del abogado o del profesor que escribe novelas en sus ratos libres. Yo sí querría jubilarme pronto. De inmediato, si fuera posible.

¿Cuándo o por qué se deja de buscar y de componer argumentos y personajes?

Hace mucho que no invento nuevas historias porque no las necesito. Tengo un cuaderno lleno de ellas. A la mayoría de los autores, lo que nos sobran son ideas; lo que nos falta es tiempo para escribirlas. Muchas de las novelas que tengo pensadas sé que ya nunca las escribiré. En cuanto a los personajes, para mí son meros instrumentos con los que contarles historias a los lectores. Hay muy pocos a los que les guarde cierto cariño: Marijuli y Gil Abad, el detective Escartín, la detective Lola Andrade… y pare usted de contar. La inmensa mayoría de mis personajes son de usar, tirar y olvidar. No los echaré de menos.

Usted quería ser arquitecto y dibujante. Fue al estudio de Alejandro Cañada, el maestro pintor, y le dijo que se dedicara a otra cosa. ¿Ha pensado alguna vez que se pudo haber equivocado?

Nunca. Seguro que don Alejandro tenía razón. A pesar de eso, si hay otra vida después de esta, intentaré ser arquitecto. Si he podido ganarme la vida como escritor sin tener ninguna vocación literaria, quizá pueda ser arquitecto sin tener demasiada habilidad para el dibujo. Y que nadie piense con esto que desprecio lo más mínimo mi profesión; al contrario, le estoy agradecidísimo a la literatura; pero si hay otra oportunidad, como algunos creen, la próxima vez me gustaría saber cómo es ser arquitecto.

Más de una vez dijo que lo que más le gustaba en el mundo era el teatro. ¿Cree que has hecho todo lo que podía haber hecho como autor y como actor?

El teatro ha sido mi gran afición durante años y buena parte de mis amigos son gente de teatro; pero, como todo, tuvo su época. Estar entre los fundadores del Teatro Incontrolado y participar en Tántalo y, sobre todo, en el Teatro Estable de Zaragoza, cumplió sobradamente mis expectativas como actor. Ser actor es muy grato a los veinte o los treinta años. A los sesenta, es más cómodo ser novelista. En cuanto a escribir comedias, claro que ser dramaturgo resulta más serio que ser autor de LIJ, pero es mucho más difícil. Decía Jardiel que escribir teatro es la cosa más difícil que más fácil parece. Escribí por encargo ocho o diez obras, casi todas infantiles, y he trabajado puntualmente como guionista de cine y de televisión. Lo suficiente para estar seguro de que no es lo mío; y, encima, considero que en España es un oficio mal pagado. Y como autor teatral, habría muerto de un infarto por los nervios de cualquier día de estreno. En resumen, creo que elegí bien.

Fernando Lalana recoge el Premio Cervantes Chico ante la reina Letizia.
Fernando Lalana recoge el Premio Cervantes Chico ante la reina Letizia y la ministra de Cultura, la escritora y guionista Ángeles González Sinde.
Archivo Heraldo.es.

¿Ha pensado alguna vez de dónde le viene el humor, que tampoco es estridente, pero que está ahí, como un juego literario, como una manera de ver la realidad?

De niño era muy de ‘slapstick’, ese humor físico, de porrazos y batacazos de las películas mudas o de Mortadelo y Filemón. Se refinó un tanto cuando descubrí a Buster Keaton gracias a mi abuelo Vicente, que era fan de ‘Pamplinas’, como se le apodaba en España; también empecé a leer ‘La Codorniz’, que siempre se compraba en casa. Me gustaban las viñetas de Gila. Por fin, con once o doce años, mi tío Jesús me prestó a regañadientes las ‘Obras Completas’ de Jardiel Poncela. Descubrí La tournée de Dios, luego algunas de sus comedias… y eso cambió mi sentido del humor para siempre. Ese es el humor que trato de introducir en mis libros, como marca de la casa, y que se ha ido nutriendo de muchos otros: Mihura, Tip y Coll, Azcona, Faemino y Cansado, Woody Allen, Joaquín Reyes…

"Hay muy pocos personajes míos a los que les guarde cierto cariño: Marijuli y Gil Abad, el detective Escartín, la detective Lola Andrade… y pare usted de contar. La inmensa mayoría de mis personajes son de usar, tirar y olvidar. No los echaré de menos"

Ha dicho que escribía de lo que conocía, de lo que tenía cerca, de lo que le afectaba. Aunque no vaya por ahí su literatura, ¿Puede uno huir de la autoficción?

Seguramente habré querido decir que es más fácil escribir de aquello que conoces y tienes más a mano; y refiriéndome, sobre todo, a la ambientación. Prefiero ambientar mis libros en Zaragoza que en Lisboa porque la conozco mejor y tengo que documentarme menos. No estoy seguro de qué es la autoficción. Si es lo que pienso, solo la he practicado dos veces, en las dos últimas novelas del detective Escartín, donde aparezco como personaje. Fuera de eso, ‘El Zulo’ o ‘Morirás en Chafarinas’ se desarrollan en ambientes y lugares que yo había tenido ocasión de conocer de primera mano, pero cuentan historias de ficción, como todas mis novelas. Creo que casi todos los escritores hacemos lo mismo en nuestros primeros libros: aprovecharnos de nuestro entorno, lo que facilita el trabajo cuando aún eres un autor novel e inexperto.

¿Qué ha querido contar de sí mismo de manera consciente? ¿Alguna pensó “quiero contar algo más de mí”?

Nunca. Nada en absoluto. De manera consciente nunca he escrito en mis libros sobre mí mismo, mi familia… no, ni hablar. Incluso, cuando aparezco como personaje, ese personaje que no se parece mucho a mí.

Ha publicado más de 150 libros. Cuando mira hacia atrás, y ve los libros, sus personajes, el eco de las ficciones, ¿de qué se siente satisfecho?

Nunca quise ser escritor. Pese a ello, descubrí en los años del bachillerato que se me daba bien escribir y aproveché una oportunidad que llegó a mi vida en el momento justo. Publiqué mi primer libro infantil antes de irme a la mili. Gracias a eso, he podido ganarme la vida y mantener con desahogo a una familia standard sin tener que compartir la literatura con ninguna otra actividad o profesión. Yo no conozco a nadie que pueda decir lo mismo. Mis premios los han ganado otros escritores, pero en España, que yo recuerde, ninguno puede presumir de haber sido toda la vida escritor y nada más que escritor profesional.

Eso aparte, que alguien venga a decirme, " yo descubrí el placer de leer gracias a uno de tus libros", me colma de satisfacción. Afortunadamente, me ocurre con frecuencia.

Fernando Lalana ha sido adaptado al cine por Pedro Olea y ha trabajado en la escena con Mariano Cariñena.
Fernando Lalana ha sido adaptado al cine por Pedro Olea y ha trabajado en la escena con Mariano Cariñena.
Oliver Duch.

¿Tiene la sensación de que, con libertad, has contado su tiempo?

No, la verdad. No tengo ninguna sensación de haber sido cronista de mi tiempo. Es cierto que la mayoría de mis novelas son contemporáneas, pero dudo mucho que un arqueólogo futuro pudiera crearse una imagen de la España que me ha tocado vivir leyendo mis libros. Al contrario, he sentido cierto placer en distorsionar la realidad en no pocas ocasiones. Eso sí, siempre dentro de los límites de la ficción, pues aborrezco la fantasía.

A veces su proximidad con la realidad le ha jugado malas pasadas. Lo han amenazado, lo han denunciado… ¿Hay en usted algo de provocador?

Nunca he pretendido molestar a nadie, resultar provocador ni cosa similar, pero en cuarenta años de libros, seguro que hay meteduras de pata, aunque nunca mala intención. Cuando algunos jefes militares pusieron el grito en el cielo tras (no) leer 'Morirás en Chafarinas', no me lo podía creer. A día de hoy, sigo sin entenderlo, soy así de ingenuo. Algunos dicen “eran otros tiempos”. Pero no: ya eran estos tiempos. Y la que se ha agudizado últimamente es la censura de las editoriales del sector. Cada una tiene sus particulares líneas rojas. Cada vez me piden que cambie más cosas en mis textos, que quite esto o aquello. Últimamente, ni me molesto en discutir, lo cambio y punto. Un ejemplo mínimo: quería titular uno de mis últimos libros ‘Un detective de mierda’. No hubo manera. Lo peor es que hace treinta años me lo habrían aceptado sin rechistar y con una sonrisa.

¿Qué empezó pensando quizá que ese podía ser el libro de su vida, la novela de una existencia, y poco a poco se le ha venido abajo? ¿Es Fernando Lalana inseguro en algo? ¿Ha dudado, ha sentido el pánico creador?

No, no tengo ningún libro sin terminar. Sería para mí una insoportable pérdida de tiempo y de trabajo empezar a escribir un libro y dejarlo a mitad. Tampoco tengo ningún libro escrito y sin publicar. Como todos, dedico tiempo y dinero a mis aficiones, pero al trabajo hay que sacarle rendimiento. Es mi medio de vida. El pánico creador no sé qué es, pero la inseguridad ha sido mi compañera siempre. Salvo en el teatro, que creo se me daba bien, he tendido a pensar que mis éxitos eran fruto más de la suerte que del talento. He padecido el síndrome del impostor de manera casi atenazante. Tras comunicarme cada uno de los premios que he ganado, pasaba los días siguientes convencido de que me llamarían para decirme que se habían equivocado; que, en realidad, el premio lo había ganado Jordi Sierra i Fabra o Pilar Mateos.

"Y la que se ha agudizado últimamente es la censura de las editoriales del sector. Un ejemplo mínimo: quería titular uno de mis últimos libros ‘Un detective de mierda’. No hubo manera. Lo peor es que hace treinta años me lo habrían aceptado sin rechistar y con una sonrisa"

Ha ganado el Premio Nacional de Literatura Juvenil en 1991 y el Cervantes Chico en 2010. ¿De cuál se siente más orgulloso y por qué?

Sin duda, el Nacional. Orgulloso y agradecido. Al contrario que la mayoría de mis compañeros, lo gané muy joven y me cambió la vida de manera radical. Casi todo lo bueno que me ha ocurrido profesionalmente ha tenido que ver con el Premio Nacional y con ‘Morirás en Chafarinas’. El Cervantes Chico es un premio muy mediático –sobre todo, en las poquísimas ocasiones, como fue mi caso, en que lo entregó en mano Letizia Ortiz– pero es el reconocimiento a una trayectoria, más que un premio en sí. Si te dedicas a esto, publicas muchos libros y aguantas vivo lo suficiente, tienes muchas posibilidades de ganarlo. Pero los galardones que te llegan de viejo ya no te cambian la vida.

Que recuerde ahora, casi podríamos decir que apenas ha escrito para adultos. ¿A qué se debe?

Sobre todo, pereza. Aunque parece que se me da bien, me aburre escribir y la extensión habitual de una novela para adultos se me hace insoportable. 200.000 palabras me parecen una barbaridad, incluso en manos de Vargas Llosa. Lo hice una vez, con ‘El círculo hermético’, por exigencia editorial, y acabé hasta las narices. Diez meses escribiendo de lo mismo. Por otro lado, no escribo novela para adolescentes sino novela juvenil, que son novelas para adultos que también puede leer la gente joven, así que nunca he sentido la necesidad de escribir para adultos, porque ya lo hago. Siempre lo he hecho.

Se ha quejado de que la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) no tenía un estatus de respeto, de consideración. Es su momento. ¿Qué nos pide?

Yo creo que la gente, los medios y la escuela tienen a la LIJ española en buena consideración. Los principales desprecios siempre han llegado, con honrosas excepciones, de la propia profesión. Cualquier mindundi que se autopublica una supuesta novela para adultos se permite el lujo de mirar por encima del hombro a Mónica Rodríguez o a Joan Manuel Gisbert. La estupidez no conoce límites.

‘El secreto de la arboleda’, ‘El zulo’, ‘Hubo una vez otra guerra’ o ‘Morirás en Chafarinas? ¿Hay alguno que le retrate de manera decisiva?

No, no, insisto en que yo no escribo sobre mí ni siquiera como terapia para mis muchas contradicciones. Como todos los primeros libros de la mayoría de los autores, ‘El secreto…’ y ‘El Zulo’ contenían más elementos personales que los siguientes. Pero tenían un argumento de ficción, como el resto. Lugares, personajes, el humor… eso es lo único que me retrata. Las historias que invento nada tienen que ver conmigo. No cuento mi vida en mis libros. Ni la que tengo, ni la que he tenido ni la que me habría gustado tener.

Ha colaborado con muchos escritores: Luis Antonio Puente, José María Almárcegui, José Antonio Videgaín, Chus Castejón. ¿Cómo se puede escribir a cuatro manos, qué le ha dado esa experiencia?

Como soy un escritor sin vocación, carezco de algunas de las condiciones que se le suponen al literato ‘de raza’. Por ejemplo, llevo mal el trabajo en soledad. Es verdad que la mayoría de mis libros los he escrito solo, pero siempre, en todo momento, he tenido entre manos alguna obra en colaboración. La primera, con Luis, en 1988, nada menos. Me lo propuso él y el resultado fue estupendo, así que decidí dejar la puerta abierta. Escribir a dos es mucho más divertido y me ha permitido atacar asuntos y géneros que nunca me habría planteado en solitario, como es el caso de la novela de ficción histórica. Los 31 libros que he escrito a medias son libros que yo, solo, no habría escrito nunca. Quizá habría hecho otros a cambio, pero no esos. Y algunos de ellos están entre mis favoritos. Y, lo más asombroso, no he perdido la amistad con ninguno de mis compañeros de aventura literaria.

¿Cuáles serían los tres o cuatro libros ajenos que te han marcado, en los que se reconoces o que querría haber escrito?

¡La pregunta! Pero si al menos una vez por mes leo un libro del que digo: “¡Pero cuánto me habría gustado escribir esto a mí!”. Algunos que me marcaron mucho: ‘El libro de la Selva’, ‘El perro de los Baskerville’; ‘Crimen y Castigo’; ‘2001: una odisea del espacio’; ‘Moby Dick’; ‘La tourneé de Dios’... Y teatro, claro: ‘La vida es sueño’; el ‘Enrique IV’ de Pirandello; ‘Tres sombreros de copa’; ‘Cuatro corazones con freno y marcha atrás’; ‘Hamlet’; ‘Muerte accidental de un anarquista’…

"Si tengo que escribir algún libro más, será por necesidad derivada de la ridícula pensión que nos suele corresponder a los autónomos. Ojalá no"

En su última novela ‘La muñeca rusa’ (Edebé) incorpora a las hermanas Bécquer, imaginarias, y esas cajas rusas donde siempre hay cosas. ¿Qué buscaba, lo recuerda?

Lo recuerdo vagamente, porque hace ya tres o cuatro años que la escribí, aunque acaba de aparecer. Y es un asunto en el que otros compañeros se me han adelantado: hablar de esas estrellas de Internet (‘youtubers’, ‘influencers’, como quiera que se llamen ahora) que aparecen como autores de libros (muchos, juveniles) que, en realidad no han escrito ellos. Eso sí, al menos dan trabajo a una figura clásica del sector: el ‘negro’ literario, que parece vivir últimamente una época dorada.

Pronto cumplirá 66 años. ¿Qué le gustaría hacer con su vida a partir de ahora?

Pues eso que los italianos llaman ‘il dolce far niente’, que, en realidad se traduce en más tiempo para leer, para ver cine, series, visitar a mi nieto Óscar, que vive en Londres, y prestar más atención a mi colección de trenes eléctricos, que la tengo muy abandonada. Como única conexión con mi profesión me gustaría, en la medida de lo posible, seguir visitando colegios e institutos para charlar con lectores de mis libros. Si tengo que escribir algún libro más, será por necesidad derivada de la ridícula pensión que nos suele corresponder a los autónomos. Ojalá no.

Fernando Lalana en su barrio del Casco Histórico de Zaragoza, junto a una espectacular pintada.
Fernando Lalana en su barrio del Casco Histórico de Zaragoza, junto a una espectacular pintada.
Oliver Duch.

¿Algo más?

Veo que hemos terminado sin que me preguntes por la política y los políticos. No sabes cómo te lo agradezco.

Si le parece, Fernando, empezamos de nuevo...

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