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Javier Aguirre, el ex del Real Zaragoza que abandera el valor del entrenador de siempre

El mexicano, que acaba de clasificar al Mallorca para la final de la Copa del Rey a sus 65 años en su tercera campaña en la isla (tras lograr dos permanencias vertiginosas), dirigió al club aragonés en Primera en las ligas 10-11 y 11-12.

Javier Aguirre, sonriente en el banquillo del Real Zaragoza en La Romareda en 2011, hace 13 años, junto a su segundo, el ex internacional por México Manuel Vidrio.
Javier Aguirre, sonriente en el banquillo del Real Zaragoza en La Romareda en 2011, hace 13 años, junto a su segundo, el ex internacional por México Manuel Vidrio.
Oliver Duch | Francisco Jose Gimenez Vidal

Javier Aguirre, de 65 años, titular del banquillo del Real Mallorca que acaba de clasificarse para jugar la final de la Copa del Rey de esta temporada 23-24, abandera la figura emblemática del entrenador de siempre. 

Aguirre Onaindia, mexicano de nacimiento pero de padres y ancestros españoles, vascos, fue zaragocista en dos temporadas, la 2010-11 y la 2011-12. En la primera llegó para suceder al destituido José Aurelio Gay a mitad de liga (estuvo en la milagrosa -y polémica- salvación en el campo del Levante) y en la segunda el despedido fue él, también por diciembre, dando paso a la etapa de Manolo Jiménez con la que, un año después, el equipo se caería a Segunda División, de donde no ha salido hasta hoy. 

'El Vasco', como se le conoce desde su infancia en Ciudad de México, en el Distrito Federal donde nació en 1958 como hijo de inmigrantes, lleva en España desde 1986. Llegó como futbolista al Osasuna de Pamplona en el verano de ese curso, con 28 años, después de haberse dado a conocer con la selección de México en el mundial celebrado precisamente allí, en suelo azteca. Una lesión grave (rotura de tibia y peroné, abierta y sucia) en un choque con el portero del Sporting de Gijón Ablanedo lo retiró prematuramente como jugador, pero aquello sirvió para acelerar su incorporación a la rueda de entrenadores del fútbol mundial. 

Dio sus primeros pasos en los banquillos en su tierra natal, en el Atlante y el Pachuca, en los años 90. Y fue de nuevo el Osasuna, en 2002, el que lo reclutó para el fútbol español como primer técnico. 

Aguirre lleva, por lo tanto, con puntuales salidas al exterior, 22 años en la élite de la liga de España como entrenador. Es un clásico. Una institución. Un veterano incombustible. Una referencia por su carisma, su solvencia y su talante de líder natural sin ambages.

De su buen hacer saben, además de los osasunistas, el Atlético de Madrid, el Real Zaragoza, el Espanyol, el Leganés y, desde primeros de 2022, el Real Mallorca. Entremedias, tuvo sus pasos por el Al Wahda de Emiratos Árabes Unidos en 2015, el Monterrey mexicano en 2020 y, asimismo, estuvo al frente de las selecciones nacionales de México (en dos etapas), Japón y Egipto. 

Javier Aguirre, en estas horas de efervescencia mallorquinista con la clasificación para la final copera de los baleares, merece unos minutos de foco de atención individual, como primer actor protagonista de esa feliz película que se vive en la isla balear. Es un fuera de serie. 

Un estandarte de un modelo de entrenador que, por esas cosas del neofútbol que está capilarizando en todos los estratos, sectores y gentes del viejo balompié, está en peligro de extinción. Aguirre demuestra que con 65 años no está pasado de moda. No es un dinosaurio inservible para el día a día y que tenga que ser únicamente objeto de exposición en los museos del 'viejo' fútbol que muchos arribistas denuestan interesadamente. Javier debería ser venerado, utilizado como ejemplo práctico en esos fórums y congresos de entrenadores de los tiempos modernos por tantas cosas como tiene que enseñar a los aprontados técnicos de los últimos tres lustros que tantos bofetones vienen dándose contra los muros por su osadía, insensatez y orgullo mal entendidos, que acaban desembocando en la soberbia.

Aguirre, cuando un día decida dejarlo, tendría que ser guardado en formol, para siempre. Su figura, su manera de llevar los vestuarios, su talante en público y de puertas adentro, su oratoria, su don de gentes, su sociabilidad, ha hecho al mexicano un tipo querido, respetado, aplaudido y valorado en positivo allá por donde ha pasado. Da igual que deportivamente las cosas hayan ido por otros derroteros diferentes. Y eso es un valor antiguo, que ahora ya no rige entre los neo entrenadores.

Javier Aguirre siempre ha destacado por su inteligencia (listeza) para mimetizarse con los lugares de acogida laboral (el 'donde fueres, haz lo que vieres' que rigió desde siempre en la sociedad española y que ahora se trata de menospreciar con razonamientos absolutistas por una parte de la sociedad moderna con criterios muy discutibles y hasta intolerables). Un tipo encantador. Afable. Natural. Espontáneo. Con una personalidad arrolladora. Gran improvisador, fruto de su enorme base cultural. Una mente privilegiada en un fútbol tan escaso en talentos innatos y desarrollados con formación y seriedad humana. 

Aguirre es, en este febrero-marzo de 2024, la reivindicación del entrenador con canas, del preparador de bases tradicionales. Un exfutbolista de máximo nivel, mundialista. Un indomable en su modo de actuar, cuya filosofía es fácil de entender y la expresa con una campechanía que nadie le ha mediatizado ni le manipulará jamás. Mal amigo de los departamentos de comunicación, jefes de prensa intervencionistas o directores generales de 'ordeno y mando'. 

Un conversador ágil, cristalino. Capaz de soltarle un latigazo a un rival, directivo, árbitro, periodista, futbolista propio o ajeno con la sonrisa en la boca, con el chascarrillo adecuado y bien traído, de modo que el receptor asume la fusta y no tiene espacio ni para ofenderse. Un artista del 'dribling' dialéctico con sorna, gracejo (su acento mexicano es un gran aliado) e ingenio. 

Su escena en la sala de prensa de Anoeta este pasado martes, minutos después del gran éxito del Mallorca, intercalando en sus respuestas a la prensa una conversación telefónica con un tal Patxi que lo llamaba para quedar en la puerta del estadio forma parte ya de su antología de gags o respuestas de genio. En Zaragoza, ante una pregunta molesta en sala de prensa, eludió responder al periodista loándolo por "ser un gallo con espolones" al que no iba a darle lo que le demandaba, todo entre risas y buen rollo. Nada de peleas, ni de miradas retadoras, ni de poses chulescas, ni de actitudes vulgares o macarras desde el estrado. Aguirre deja a la mayoría de los aspirantes a estrellas de los banquillos actuales a la altura del betún.

El día en que no haya más Aguirres en la rueda de los entrenadores profesionales, buena parte de la esencia del fútbol habrá muerto para siempre. Da igual que tengan 65, 60, 70 o edades parecidas. Este modo de ser, de actuar, de practicar lo que durante décadas fue un sagrado oficio que hoy ha sido devaluado por directores deportivos, directores generales, agentes, representantes y demás fauna del neofútbol. Como dirían en México: "Quédense con este nombre: Javier Aguirre Onaindia". Parte de la historia del Real Zaragoza en tiempos convulsos y, hoy, un 'páter familias' aún en vigor y circulación en los deteriorados banquillos de cuellos altos, americanas de 'low cost', zapatillas deportivas de marca, cortes de pelo de catálogo, 'big datas', 'tablets', discursos de argot que exceden lo ridículo, retahílas de tópicos que igual sirven en Zaragoza, que en Almería, que en La Coruña, que en Gerona, que en Amsterdam, que en Bérgamo, que en Guimaraes o Talavera de la Reina... 

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