Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Microbiología

La historia oculta de los virus

Un brote epidémico en medio de una guerra puede cambiar el curso de la contienda o significar la caída de un imperio. La fiebre por un raro tipo de tulipán –en realidad enfermo– causó la primera crisis financiera moderna. Los virus son esos enemigos invisibles que en ocasiones han cambiado el rumbo de la historia.

Filamentos del virus del ébola atacan una célula
Filamentos del virus del ébola atacan una célula NIAID
Filamentos del virus del ébola atacan una célula NIAID

Los aztecas, una tribu nómada mexicana, crearon en menos de doscientos años (1325-1521) uno de los imperios más importantes de la América precolombina. El 19 de agosto de 1521, con más de quince millones de habitantes, el Imperio Azteca sucumbía frente a las hordas españolas lideradas por Hernán Cortés anexionando así México a la Corona Española. Pero, ¿cómo logró Cortés derribar a este imperio con apenas 500 hombres? Cortés tenía un aliado secreto, un asesino extremadamente eficiente, el virus de la viruela.

En 1518, Cortés embarcó desde Cuba hacia México desobedeciendo las órdenes del gobernador Diego Velázquez. Este, completamente enojado, mandó en su busca y captura a Pánfilo de Narváez, que posteriormente conquistaría La Florida. La tripulación de Narváez tenía a un esclavo infectado con viruela y el virus se extendió rápidamente por todos los pueblos de la península del Yucatán nada más llegar a México. El efecto de esta enfermedad fue tan devastador entre los aztecas que en muy poco tiempo no hubo suficiente gente que trabajase el campo ni defendiera las ciudades. Una población diezmada y con hambre fue incapaz de lanzar una ofensiva a Cortés y, en el verano de 1521, las tropas españolas tomaron Tenochtitlán, capital del imperio azteca.

Grabado de Antonio de Solis y Rivadeneyra (1610-1686). Arriba a la derecha, niño infectado con el virus de la viruela. Debajo, virus de la viruela visto por microscopio electrónico
Grabado de Antonio de Solis y Rivadeneyra (1610-1686). Arriba a la derecha, niño infectado con el virus de la viruela. Debajo, virus de la viruela visto por microscopio electrónico
Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Unversidad de Sevilla

La viruela era una infección extremadamente selectiva, solo los nativos americanos morían, mientras los conquistadores no la sufrían. Esto hizo pensar a los aztecas que los españoles estaban protegidos por un Dios superior y así empezaron a abrazar el cristianismo. Pero la viruela no solo ayudó en la conquista de México. Doce años más tarde, en 1532, también facilitó a Francisco Pizarro a acabar con el Imperio Inca y unir Perú a España.

La viruela era una enfermedad del Viejo Continente a la que los habitantes del Nuevo Mundo nunca habían estado expuestos y contra la cual no tenían ninguna inmunidad. Los trabucos y el acero español no fueron lo más determinante en la conquista de América. El verdadero conquistador que dejó a su paso un paisaje de desolación y muerte fue algo invisible al ojo humano, algo que se encuentra entre la vida y lo inerte, fue simplemente, un virus.

El verdadero conquistador que dejó a su paso un paisaje de desolación y muerte fue algo invisible al ojo humano: un virus

Pero, ¿qué es un virus? Virus es una palabra que proviene del latín y que significa líquido viscoso o veneno. En su definición contemporánea, es un agente infeccioso que habitualmente consiste en una molécula de ácido nucleico dentro de una envoltura proteica y demasiado pequeño para que pueda ser visto por un microscopio óptico. Además, solo es capaz de multiplicarse dentro de células vivas. Si fuera una persona, se describiría como inteligente, subversivo, sutil e ingenioso y, para Sir Peter Medawar, premio Nobel de Medicina en 1960, los virus eran “malas noticias envueltas en proteína". El único tratamiento efectivo son las vacunas y los antivirales.

Ni Cortés ni Pizarro llegaron a saber jamás quién había sido su gran aliado. Todavía faltaban 350 años hasta que se identificara el primer virus.

La burbuja económica de los tulipanes rotos

Un agente invisible En 1876, Adolf Mayer, un científico alemán y director de la estación científica agraria de Wageningen en Holanda, fue el primero en transmitir con éxito una infección viral. Él trabajaba con la enfermedad del mosaico del tabaco, denominada así por la pérdida del color de las hojas más jóvenes, que se incrementaba hasta formar el moteado típico, debilitando la planta. Esta enfermedad tenía una gran importancia económica, ya que estaba devastando las lucrativas cosechas de tabaco holandesas. Para investigar el origen de esta plaga, Mayer trituró hojas enfermas y las puso en contacto con hojas sanas, a los pocos días, estas plantas empezaron a mostrar síntomas de la enfermedad. Ayudado por su asistente Martinus Beijerinck, pasaron el extracto de hojas enfermas a través de filtros de porcelana con poros tan pequeños que retenían todas las bacterias conocidas. Este extracto filtrado era también infeccioso, lo que indicaba que en él había un agente microscópico invisible capaz de reproducirse y transmitir la enfermedad. Acababan de identificar al primer virus, el virus del mosaico del tabaco, un virus ARN monocatenario de cadena positiva que infecta a plantas de la familia Solanaceae como la patata o el tomate.

‘Naturaleza muerta con ramo de flores y calavera’, vanitas de Adriaen van Utrecht (1642). Debajo, virus del mosaico del tabaco visto por microscopio electrónico. A la derecha, tulipán roto ‘Semper Augustus’
‘Naturaleza muerta con ramo de flores y calavera’, vanitas de Adriaen van Utrecht (1642). Debajo, virus del mosaico del tabaco visto por microscopio electrónico. A la derecha, tulipán roto ‘Semper Augustus’

Un virus similar al del mosaico del tabaco fue el causante de la primera burbuja y crisis financiera de la Holanda de 1637. En este caso, el responsable fue el ‘Tulip breaking potyvirus’ o potyvirus rompedor de tulipanes. A comienzos del siglo XVII, tras liberarse de la hegemonía política y religiosa de España, los Países Bajos empiezan a vivir su Edad de Oro (1602-1672), un período en el que el comercio, la ciencia, el arte y el ejército holandés estaban entre los más aclamados del mundo. Es la época de Vermeer y Rembrandt pero también de las pinturas de naturalezas muertas o ‘vanitas’, con un mensaje moralista en relación con la brevedad de la vida. Un subgénero de estos bodegones moralizantes eran la pinturas florales, en las que predominaban unos tulipanes a rayas, los conocidos como ‘tulipanes rotos’.

Secuelas económicas

Los tulipanes se importaron a Europa desde Turquía a mediados del siglo XVI y Holanda rápidamente se convirtió en su centro de producción y distribución. Los jardineros empezaron a ver que había flores que, en lugar de habitual rojo intenso, tenían rayas blancas; los llamaron ‘tulipanes rotos’. Eran frágiles y muy raros, ya que solo uno o dos por campo podían mostrar estas características. Muy rápidamente, estos ‘tulipanes rotos’ se convirtieron en un símbolo de estatus social, lo que provocó el encarecimiento de los bulbos. El pico de precios más alto se produjo durante el invierno de 1636, cuando algunos bulbos cambiaban de manos hasta diez veces al día. Se llegaron a pagar 4.200 florines por el bulbo ‘Viceroy’, cuyo cambio a moneda actual sería unos 400.000 euros. Sin embargo, el 3 de febrero de 1637, en Harleem, una ciudad a las afueras de Ámsterdam, en el pico de un brote de peste bubónica, los compradores, por miedo al contagio, decidieron no aparecer en una subasta rutinaria de bulbos, causando el colapso de los precios y, por tanto, el estallido de la primera burbuja económica conocida de la historia. Los responsables de esta crisis financiera fueron el ya nombrado ‘Tulip breaking potyvirus’, que suprime el color de las flores mientras debilita a la planta, y los pulgones que transmiten el virus y que viven en los árboles frutales. En Holanda, estos árboles y los tulipanes crecen juntos, con lo cual es habitual que esta infección aparezca, pero siempre de manera aleatoria.

Amigos o enemigos: el futuro uso terapéutico de los virus

En las últimas décadas, factores humanos como el hacinamiento en las grandes ciudades, la globalización y los viajes transoceánicos; así como factores ambientales relacionados con el cambio climático y el calentamiento global, están provocando que la especie humana esté en contacto continuo con virus emergentes y reemergentes, siendo particularmente graves aquellos virus que se transmiten por mosquitos, como el virus del Dengue, del Zika y de la fiebre amarilla, que seguirán provocando epidemias y cambiando el curso de nuestra historia futura.

Pero ¿qué pensarías si te dijeran que se te puede curar una enfermedad genética, la diabetes o incluso un cáncer infectándote? Los avances científicos del último siglo nos están dando la oportunidad de poder manipular virus patogénicos para que sean utilizados con fines terapéuticos.

Un ejemplo concreto son los llamados adenovirus. Los adenovirus normales son un tipo de virus muy común que provoca infecciones de las vías respiratorias, gastroenteritis, conjuntivitis y cistitis. Sin embargo, podemos modificar genéticamente a este tipo de virus quitándoles todos los elementos que causan enfermedad y diseñarlos de tal manera que puedan destruir células tumorales o que nos proporcionen una proteína que nos falta, por ejemplo, insulina en los pacientes diabéticos.

Simulación de un adenovirus. A la derecha, bacteriófagos intentando infectar una bacteria e una imagen de microscopía electrónica
Simulación de un adenovirus. A la derecha, bacteriófagos intentando infectar una bacteria e una imagen de microscopía electrónica

El virus del Zika podría tener un gran potencial terapéutico frente a tumores cerebrales. Este virus abría todas las portadas de los periódicos en 2016, ya que era el responsable de causar microcefalia, cerebros más pequeños de lo normal, en niños recién nacidos cuando la madre se infectaba durante el embarazo, un fenómeno realmente dramático en Latinoamérica. Ahora mismo, se están llevando a cabo estudios en ratones para poder atacar al glioblastoma, uno de los tumores cerebrales más malignos y difíciles de tratar con un virus del Zika modificado cuya diana solo sean las células tumorales.

Otro caso más que curioso de ‘beneficio viral’ es el empleo de virus como antibióticos. Los bacteriófagos, virus que ‘comen’ bacterias, fueron descubiertos en la segunda década del siglo XX por los microbiólogos Frederick W. Twort y Felix D’Herelle cuando se dieron cuenta que las bacterias sufrían una enfermedad que las licuaba. D’Herelle incluso empleó una preparación de bacteriófagos por vía oral para curar la disentería bacteriana. Esto suscitó un gran interés en varias compañías farmacéuticas de Estados Unidos, Francia y Alemania y la fagoterapia, uso de bacteriófagos contra enfermedades infecciosas, fue muy utilizada durante los años treinta. Sin embargo, con el éxito de los antibióticos tras la Segunda Guerra Mundial, esta terapia se abandonó en los países occidentales, aunque estuvo vigente en la Unión Soviética hasta los años setenta. Actualmente, con la proliferación de bacterias resistentes a antibióticos por el uso indiscriminado que hemos hecho de ellos, tal vez tengamos que revisitar esta terapia del siglo pasado como alternativa terapéutica.

Nerea Irigoyen Universidad de Cambridge (Reino Unido)

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