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Cómo convivir con la incertidumbre cuando alcanza su máximo

La pandemia ha disparado las preocupaciones de la población en el último año. Una situación que ha traído consigo el aumento del consumo de algunos fármacos y cambios sociales significativos.

Aunque son transversales, las preocupaciones de la población pueden experimentar variaciones en función de la franja de edad de la que trate.
Aunque son transversales, las preocupaciones de la población pueden experimentar variaciones en función de la franja de edad de la que trate.
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A prácticamente un año de que se iniciase la pandemia del coronavirus, numerosos expertos hacen balance estos días de las secuelas que la crisis sanitaria deja en la sociedad a nivel mental. Las dudas acerca de la evolución del virus y, por consiguiente, de las repercusiones de su impacto en nuestro día a día han hecho que la incertidumbre destaque como una de las principales preocupaciones de la población a diversos niveles –laboral, económico, de salud...–.

Así, su adecuada gestión es un elemento fundamental para el bienestar general. En este sentido, los profesionales de la salud mental, que han detectado en estos meses incrementos en las consultas, proponen soluciones como marcarse objetivos a corto plazo para tener una mayor sensación de control, aprovechar los recursos sociales y personales disponibles o buscar ayuda con un especialista.

"Las consultas aumentaron durante la pandemia", apunta la psiquiatra y psicoterapeuta Eva Doménech, que destaca como trastornos predominantes los adaptativos, los trastornos por estrés postraumáticos, los psicosomáticos, los de ansiedad, los depresivos reactivos, los obsesivo compulsivos, los alimentarios y, en menor medida, los de matiz paranoide.

En referencia a la incertidumbre, la experta indica que para el ser humano es sinónimo de ‘alerta vital’, de pérdida de seguridad y, en ocasiones, de desasosiego, además de que pone a prueba la resiliencia. "Gestionarla conlleva aceptar que la vida no es estática sino dinámica. Vivimos cambios continuos, nada es para siempre. Debemos analizar la situación y explicarnos a nosotros mismos qué podemos hacer, qué está en nuestra mano y qué estrategias podemos intentar para asumir lo que parece irremediable, así como asesorarnos con especialistas. Hemos de buscar objetivos a corto plazo para tener mayor sensación de control", agrega la profesional.

Los síntomas relacionados con las preocupaciones que se desencadenan en cada tramo de edad son transversales y pueden afectar a personas de todas las franjas. "Los niños se adaptan más fácilmente a los requerimientos del entorno cuanto más claras sean las normas y más aceptadas estén por los adultos, así lo constatan los docentes y las familias. Aunque en esta fase se acentúan los trastornos de comportamiento ansiógenos y los trastornos del sueño. Mientras que los adolescentes experimentan frustraciones y reducción de intereses, lo que conlleva un mayor riesgo de abuso de dispositivos informáticos, además de que aparece el temor a ser olvidados por sus iguales y a la pérdida de pertenencia al grupo y se acentúa la necesidad de controlar su cuerpo provocando alteraciones en el comportamiento alimentario", sostiene Doménech.

Atendiendo al caso de los adultos de entre 30 y 40 años, cabe resaltar que sufren de cierto retraimiento social con sobrecarga familiar, esforzándose por la conciliación laboral, con miedos sobre el futuro económico y, en menor grado, se incrementa el consumo de tóxicos. Los de entre 40 y 50 años, por su parte, "se ven desbordados con las preocupaciones económicas y laborales, así como con la reducción de las relaciones sociales y el cuidado de sus mayores y de sus hijos, lo que provoca desencuentros en la pareja", asegura la psiquiatra. 

Y los mayores de 65 a 70 años, manifiesta la experta, sufren enormemente con la falta de contacto físico con su familia. En este grupo, aparecen también sentimientos de soledad, vacío y desesperanza y se enfatiza la vulnerabilidad emocional, estando demasiado presente la fragilidad humana con la enfermedad y la muerte. Asimismo, se produce un menoscabo de las habilidades cognitivas.

Consumo de fármacos

Aunque las cifras del consumo de determinados fármacos en el país ya eran elevadas antes de la pandemia, factores como el temor a contagiarse o que se contagien familiares, los ingresos hospitalarios, los fallecimientos, los confinamientos o la incertidumbre económica y laboral han llevado a que se hayan dado más incrementos.

"Se han producido dos situaciones preocupantes. En primer lugar, el aumento del número de hipnóticos y tranquilizantes recomendados desde Atención Primaria y, en segundo, la perturbación en el acceso a medicaciones fundamentales prescritas desde los servicios de salud mental", explica Alfonso Pérez Poza, presidente de la Sociedad Aragonesa y Riojana de Psiquiatría.

El profesional apunta que la crisis sanitaria ha puesto de manifiesto que el aumento del consumo de estos medicamentos, fundamentalmente los de tipo sedativo, es una pauta generalizada en la sociedad como mecanismo para poder afrontar determinadas situaciones. "Es evidente el riesgo de abuso y dependencia de ciertos tipos, generalmente las benzodiazepinas. En la práctica, se ha generalizado su consumo y, a pesar de que desde psiquiatría desaconsejamos ese tipo de uso, es difícil combatir determinados usos sociales", afirma Pérez Poza.

En cuanto a las claves para abordar la incertidumbre, el experto apuesta por priorizar el seguimiento de la soledad y las intervenciones tempranas. "Comprender de forma individualizada cómo afrontar situaciones como esta formará parte de la respuesta. Los recursos sociales y personales –por ejemplo, ver a la familia y dormir lo suficiente– disponibles son factores importantes relacionados con la resiliencia para mitigar las dificultades. Trabajar mecanismos de afrontamiento y prevención en salud mental desde edades tempranas se ha convertido en una prioridad. Y un estilo de vida saludable, una fórmula sostenible para cada individuo, es la estrategia exitosa para este momento", sostiene el psiquiatra.

Cambios sociales

Los cambios sociales que ha experimentado la población en este último año también constituyen otro elemento a destacar en lo relativo a la incertidumbre. "La pandemia ha afectado sobre todo a los grupos sociales más dependientes y con menos recursos económicos y personales. Los informes que las diferentes instituciones públicas y privadas han publicado sobre la pobreza nos lo están demostrando. Han aumentado las situaciones de pobreza severa y extrema en grupos sociales dependientes, que carecen de recursos básicos para poder hacer frente a sus necesidades", apunta Carlos Gómez, catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza.

El docente subraya que la pandemia ha producido una sensación ambivalente en el imaginario colectivo. "Por un lado, el cambio que se ha dado en este último año a nivel de desarrollo tecnológico y uso de tecnología ‘online’ ha sido muy importante y viene para quedarse. Por otro, hemos aprendido cómo el crecimiento económico no garantiza la estabilidad de las sociedades desarrolladas. La existencia de bolsas de pobreza espacial y territorial y de países subdesarrollados y dependientes, en un mundo comunicado e interrelacionado, impide poder mantener reductos de seguridad mientras las diferencias del PIB y de renta per cápita sean tan dispares. Estamos en un mundo global, con elevados niveles de intercambio y movilidad, en donde lo que ocurre en un país repercute en otros", concluye Gómez.

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