Por
  • Andrés García Inda

Tiempo de valientes

Tiempo de valientes
Tiempo de valientes
POL

Una civilización se define por la forma en la que entiende y practica sus virtudes, es decir, por la manera en la que encarna, vive y defiende aquello que considera valioso. 

Y entre esas disposiciones morales, no cabe duda, la valentía o el coraje –esto es, la capacidad para acometer una empresa a pesar de los riesgos– ocupa un lugar destacado. Platón la consideraba la virtud de los guardianes, una de las cuatro virtudes cardinales (junto a la justicia, la prudencia y la templanza); y Aristóteles la colocó igualmente en un lugar destacado de su ética. Pero, como éste señaló, el hombre valiente no lo es en todo, porque lo temible tampoco es igual para todos. Nadie es valiente siempre y en todo, y cada uno somos cobardes a nuestra manera, en la medida de los propios miedos. Se dice, por ejemplo, que casi todos tenemos miedo a las arañas, aunque solo para un porcentaje muy pequeño de población éste se convierta en una fobia insuperable; pero eso no supone problema alguno, salvo que te dediques a la aracnología. Tampoco dejarte llevar por el miedo al fuego o a la profundidad del agua te convierte en un cobarde, salvo que seas bombero o socorrista. Ni tomaremos como valentía la estúpida arrogancia del matón o del fanático. Por eso, como decía Aristóteles, "es valiente aquel que soporta y teme lo que debe y por la razón que debe, y tal como debe y cuando debe".

El valor para hacer lo que se debe cuando debe hacerse es una virtud cívica fundamental

Como no siempre es fácil saber qué, cómo, cuándo y por qué se debe soportar lo que se teme (porque tendemos a responder en función de nuestros propios miedos), afortunadamente disponemos de modelos en los que compararnos y espejos en los que mirarnos cotidianamente, para intentar emularlos y ser mejores. Como nuestros representantes públicos, guardianes de lo público que arrostran cada día la crítica y las dificultades... por nuestro bien. Por ejemplo, y a pesar de lo que se ha dicho, no se ha destacado suficientemente la valentía de los congresistas aragoneses de PSOE y de CHA a la hora de apoyar la ley de amnistía. No son estúpidos, reconozcámoslo; se supone que antes de ser elegidos en las urnas han sido seleccionados para estar donde están mediante rigurosos procesos en los que se habrá valorado especialmente su aptitud y su libertad intelectual (ambas van unidas) para el desempeño de su labor. ¿O es que no es así? Y por eso, porque no son estúpidos, saben perfectamente que la ley aprobada en el Congreso, tanto en su forma como en su fondo, es una aberración jurídica y una corruptela política, que contribuye a profundizar aún más en la degradación institucional y la desigualdad ciudadana, y cuyo objetivo real no es favorecer la concordia o el entendimiento, sino mantener a Sánchez en el poder. Pero por eso mismo resulta corajudo su apoyo a la ley, a pesar de su manifiesta indignidad, y no solo ejemplar sino ejemplarizante su actitud, teniendo en cuenta lo que vendrá después de la ley. Están dispuestos a soportarlo todo, a tragar con todo, a engrosar la historia de la infamia y a corromperse hasta el tuétano por lealtad a su líder, a su partido y a su propio escaño, lo que constituye un innegable ejercicio de valentía, la del verdadero creyente, que sin duda nos servirá de modelo a las generaciones actuales y venideras.

Pero el valor y el coraje se pervierten si se ponen al servicio de una estrecha e interesada fidelidad política. Ensalzaba Aristóteles el temor a la mala reputación, que nos impulsa a ser mejores

Aunque añadía Aristóteles, además, en su ‘Ética a Nicómaco’, que "algunas cosas no sólo hay que temerlas, sino que es bueno, y el no hacerlo, malo, como, por ejemplo, la mala reputación: el que la teme es virtuoso y pudoroso, mientras que el que no la teme es desvergonzado". Pero ese ya es otro tema. Y el mismo tema.

Andrés García Inda es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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