Por
  • Andrés García Inda

Suma cero

Suma cero
Suma cero
Heraldo

Mis mejores artículos no son míos. No me malinterpreten: no es que yo piense que en mi carpeta haya muchas o ni siquiera alguna pieza maestra; ni tampoco que no sea yo quien los haya escrito. 

Lo que quiero decir es que lo más sobresaliente, o lo mejor, dentro de mi medianía, más que deberse al mérito propio suele ser el fruto de un regalo ajeno: una lectura o una cita, un encuentro o una conversación, un mensaje con una sugerencia o una crítica... Cuando tienen interés, normalmente no soy yo el que se da cuenta de las cosas, sino que siempre hay alguien –conocido, desconocido o incluso no reconocido– que me llama la atención sobre ellas, y yo hago de amanuense. ¿No les ocurre a ustedes lo mismo?

Tendemos a interpretar muchas situaciones en términos de ‘suma cero’, es decir, dando por supuesto que lo que uno gana es porque otro lo pierde

Mi amigo G. es uno de esos discretos y generosos vigías de la realidad. Hace unas semanas me llamaba la atención sobre algo que en su opinión –que hago mía– distorsiona y yerra nuestra percepción de la realidad: la obsesión por interpretarlo siempre todo con una lógica de suma cero según la cual lo que es ganancia de otro es pérdida para mí (y viceversa). En el ámbito económico, la extensión de esa lógica simplista es patente y sus efectos demoledores. Y aunque sabemos que es falsa, socialmente seguimos alimentándola. Como dice G.: "En un juego de suma cero, sumadas las ganancias y restadas las pérdidas, obtenemos cero. Lo único que hace es cambiar el reparto. Esta manera de entender los intercambios comerciales los minusvalora. Por ejemplo, cuando compras una barra de pan, si se interpreta como un juego de suma cero, ni el panadero ni tú habéis ganado nada ya que el precio pagado por el pan se iguala a su valor. Sin embargo, esto es erróneo: el panadero prefiere tener el dinero a tener el pan y tú prefieres tener el pan a tener el dinero. Por lo tanto, el valor del dinero y el del pan no están recogidos exclusivamente en el importe monetario intercambiado, sino que el dinero sirve para poder ordenar las preferencias de comprador y vendedor y les ayuda a poder llevar a cabo un intercambio beneficioso y satisfactorio para ambos. Esas preferencias cruzadas y esa diferente valoración, que el pensamiento de base cero niega, son la base de una economía libre. Son el incentivo que hace que el panadero se esfuerce en producir pan para intercambiarlo por dinero y satisfacer con él otras necesidades y deseos. Y ese esfuerzo es el que hace mejorar su manera de hacer el pan y progresar". Sin embargo, la interpretación en términos de suma cero elimina ese incentivo y el progreso que conlleva. Con arreglo a esa lógica, si hay pobres es porque hay ricos, y por lo tanto para eliminar la pobreza hay que combatir la riqueza, olvidando que para que no haya pobreza lo que necesitamos es gente que genere riqueza, que cree trabajo y que produzca valor.

Esta visión distorsiona nuestra comprensión no solo de la realidad económica, también de la moral y de la política

Pero no sólo en la economía es donde el pensamiento suma cero distorsiona nuestra percepción de la realidad y, por lo mismo, nuestra manera de situarnos y actuar. Ocurre también en la moral, el derecho y la política, donde por ejemplo la afirmación de la propia virtud se hace depender muy a menudo de la denuncia del vicio ajeno. Tal vez el mejor resumen de esa lógica sea la conocida frase que dice que "mi libertad acaba donde empieza la del otro" y que, bajo la apariencia de cooperación y madurez nos aboca a una permanente e infantil competición por ver quién suma y quién resta en cada caso. Quizás deberíamos pensar mejor que, como dice el filósofo Ricardo Calleja en sus ‘Istmos’, "mi libertad empieza donde empieza la de los otros". Así sumaríamos todos.

Andrés García Inda es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión