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  • Fernando Sanmartín

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A partir de cierta edad procede no lanzar la jabalina ni practicar esgrima. Lo escribió Cicerón. Es un acertado consejo. Quizá por eso hay mucha gente que camina. Cada vez más. 

Por puro placer algunos. O para no jugar al parchís con el colesterol. Veo a los que lo hacen por las orillas del río Ebro, a los que atraviesan los céntricos bulevares y a los que en días fríos van por un parque como si fueran en busca de un mamut. Y hace pocos días me encontré a un viejo compañero de clase. Por el paseo de Cuéllar. Iba con bastones de senderista, botas de trekking, gorro de lana y un pañuelo al cuello. También llevaba un bidón a la cintura. Solo le faltaba el piolet. Recuerdo que hace pocos años cerraba por la noche algunos bares, lo llamábamos Jimmy, sus borracheras eran una campaña electoral y parecía el sobrino del Chapo Guzmán. "No sé cómo catalogarte", le dije al verlo. Me confesó que era otro y que se había recuperado bien de dos graves accidentes: su separación matrimonial y un choque con el todoterreno, que lo había llevado a la UCI. Hace catorce kilómetros al día para estar en forma.

Al escuchar esos kilómetros pienso en Abed, que vive en el sur de la franja de Gaza. Porque hay momentos que recorre la misma distancia para cargar su móvil en casa de unos amigos que tienen paneles solares. Pero Abed no contempla, ni por asomo, las orillas de un río con remansos de sombra. Y pienso en los días duros de pandemia, hace solo cuatro años, cuando nadie podía pasear.

La vida tiene rostros diferentes. A veces, se presenta como un tipo cruel. Otras, aparece de pronto, sin motivo, con una tarta de cumpleaños. Juega de ese modo.

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