Por
  • Fernando Sanmartín

Antes del champú

Antes del champú
Antes del champú
Pixabay

La cabeza es una zona del cuerpo que conviene proteger. Lo saben los mineros, los patinadores y las fuerzas antidisturbios. Y es redonda, lo decía Picabia, para que las ideas puedan cambiar de dirección. Aunque algunos llevan eso al pie de la letra y cambian demasiado.

Hay cabezas que se alborotan. Las hay que solo tienen humo. Y están las que se llenan de sueños y quimeras, que a mí me gustan. Se puede ir de culo por una cabeza, pero nunca al revés. Alguien lo dijo.

Hace nada leí que un himalayista, el japonés Yasushi Yamanoi, que subió al K2 en solitario, fue atacado por un oso cerca del lago Otukama, y un tiempo después hizo esta declaración: “No sé cómo explicarlo, pero que me atacase un oso fue una bonita experiencia, un bello recuerdo”. Me hago una pregunta: ¿Qué hay en la cabeza de ese hombre para hablar así? Le dieron, por cierto, veinte puntos de sutura en el brazo y setenta en la cara.

La cabeza puede perderse. Ocurrió con la de Goya. El tío de un amigo mío la extravió, tras un viaje al Caribe, con una chica de Cuba. También Israel la ha perdido en la franja de Gaza, qué pena.

En el mundo del fútbol es muy famoso el gol de Marcelino, de cabeza, con el que España ganó un partido contra Rusia. Y recuerdo el cabezazo que en otra final le propinó Zidane, jugador elegante y formidable, al bocazas de Materazzi en el pecho, por un insulto lanzado contra su hermana.

Lo importante es evitar el dolor de cabeza. Siempre hay algo que nos lo puede causar: una filtración de agua, el ruido que no cesa de una alarma o el que dice, sin remilgos, que necesitamos a Trump. Pero hay un último eslabón, la aspirina.

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