Por
  • Luisa Miñana

Las vidas tachadas

Las vidas tachadas
Las vidas tachadas
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En el invierno de 1977-78 un grupo de universitarios (más chicos que chicas) organizaron una quedada literaria en Sos. Allí se leyeron algunos de mis jóvenes poemas de entonces. Una de las razones por las que se alabaron esos textos, y cito tal cual (no se me ha olvidado), era "que no parecían escritos por una mujer". 

Esa sentencia fue una revelación para mí misma. ¿Cómo no iba a ser así, si, con escasas excepciones, todo mi aprendizaje hasta entonces se había basado en una tradición de pensamientos y estética masculinos?

La aportación de las mujeres a la literatura, como a tantas otras actividades, estuvo silenciada durante mucho tiempo

Empecé a rastrear en las bibliotecas y en las librerías de Zaragoza (la información era mucho menos accesible en aquel tiempo, y en España no digamos) textos de poetas mujeres contemporáneas. No tenía ni idea de cómo debería ser el lenguaje de una mujer de mi tiempo, sea lo que sea esto: la búsqueda me ha llevado una vida y continuará mientras la vida siga; vida, pensamiento y lenguaje se nutren recíprocamente, se prestan métodos y fórmulas, se ayudan a evolucionar y metamorfosearse. Pero, en aquel invierno de la Transición, mi primer hallazgo feliz fue una pequeña ‘Antología’ de María Wine, una poeta sueca (no española, qué perverso era todo en aquel país nuestro), un libro de intenso color verde en sus cubiertas, que feché el 4 de enero de 1978 y que todavía conservo apuntalado con celo en sus costuras. En efecto, había otro mundo y, aunque pareciera que estaba lejos, bordeando el círculo polar o allende los mares, muy pronto entendí que ese universo de mujeres pensadoras y creadoras había alentado todo el tiempo a mi lado, aplastado por la desmemoria impuesta, amordazado.

Ese mismo invierno, Carmen Conde fue la primera mujer en acceder a la Real Academia Española, y muy lentamente comenzamos a rescatar los nombres y el trabajo de tantas creadoras del siglo XX, una labor que todavía prosigue como lo demuestran, entre otras iniciativas en el ámbito literario, la antología ‘Yin, poetas aragonesas (1960-2010)’, prologada por Ignacio Escuín para Olifante, el proyecto ‘Cien de cien’ de Elena Medel o la antología ‘Poesía soy yo: poetas en español del siglo XX (1886-1960)’, preparada por Raquel Lanseros y Ana Merino.

Muy lentamente, se comenzó a rescatar los nombres y el trabajo de tantas creadoras del siglo XX, una labor que todavía tiene que proseguir

La brutal tachadura ejercida por la cultura oficial nos amputó a los jóvenes, mujeres y hombres, de mi generación un mar de referencias en nuestra formación primera, igual que había mantenido bajo el silencio y el desprecio el trabajo de millones de mujeres, como mi madre, mis tías, mis vecinas, que en sus hogares y fuera de ellos (aunque no se contara ni se contabilizara en muchos casos) cimentaron el crecimiento del bienestar en nuestro país, día a día. Su esfuerzo sigue siendo el mío, pero en voz alta.

En 1979 Sol Acín publicó ‘En ese cielo oscuro’, el único libro que dio a la imprenta en vida. Había sido mi profesora de francés en COU, en la Universidad Laboral, y siempre me pareció una mujer enigmática, que amortiguaba el sonido de sus pasos al entrar en clase, que se parapetaba en la distancia de un gesto profesoral que no era suyo. Creo que algo la entendí después, cuando conocí su historia y la de su familia, cuando leí sus textos. Si lo hubiera sabido antes… Había estado tan cerca de ella y tan lejos… 

Luisa Miñana es escritora

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