Por
  • Javier Lacruz

La Cepa

Imagen de al placa que recuerda a Gregorio Ordóñez en San Sebastián.
Imagen de al placa que recuerda a Gregorio Ordóñez en San Sebastián.
EFE

En su exacta y rigurosa trama –tal y como me fue narrada– las cosas fueron como siguen: cinco personas acuerdan pedir mesa para comer juntos. La cautela exige hacerlo por teléfono en el último momento. 

Cosas de la clandestinidad, pero en plena democracia. Se trata del máximo dirigente de un partido político y de algunos de sus colaboradores más cercanos. San Sebastián, País Vasco, 1995. Un etarra encapuchado (Txapote) descerraja un tiro en la nuca a Goyo, Gregorio Ordoñez. En el bar La Cepa, en la Parte Vieja. El presidente del PP en Guipúzcoa cae asesinado cuando almorzaba. El narrador sabe que María San Gil y él no han sido, pero le reconcome no saber cual de los otros dos acompañantes, que se levantaron de la mesa, pudo delatarlos.

Años después, me dijo entre lágrimas: "Me moriré sin saberlo". Sus palabras son balbucientes, entrecortadas. Es alguien que después de estar buena parte de su vida mirando hacia atrás, le cuesta hacerlo hacia adelante. Es uno de tantos damnificados por el terror con nombre propio: ETA. Está vivo, pero muerto.

Desde Covite me piden colaboración. Ante su situación psicológica y laboral, incapacitante, le pido cortesmente intercambiar mi informe por su receta de carrilleras al vino tinto (que es de lo poco lúcido que conserva en su mente). Obviamente, se le olvidará nuestro acuerdo. Ningún reproche. Morirá antes del juicio. Tras una hoja de servicios de veinticinco años en el Ayuntamiento de su ciudad había sido abandonado por su propio partido.

Javier Lacruz es psiquiatra

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