Por
  • Javier Lacruz

Picasso, minotauro

'Picasso 1906. La gran transformación', exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid
'Picasso 1906. La gran transformación', exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid
Juan Carlos Hidalgo (EFE) / Fernando Sánchez (Europa Press)

Picasso, minotauro. Picasso, genio. Sin duda el pintor más prolífico de la historia del arte, tal vez el más trascendente. Único. A mis ocho o nueve años, el libro de fotografías de David Douglas Duncan sobre la vida de Picasso en su casa de La Californie me abrió los ojos a los de Picasso. Me educó la mirada. 

El arte impregnó mi vida. Picasso en proceso creativo: pintando, jugando con sus hijos, una cabra en la bañera… A mediados de los años sesenta del siglo pasado se decía del malagueño que hacía pintarrajos, monigotes, naderías infantiles. Y que odiaba a España. ¡Un comunista! Así se las gastaba la burguesía ‘pompier’ española de la época. Así se las gasta. En poco o nada ha cambiado. Picasso me inmunizó contra la carcoma, contra la carcundia.

‘Picasso 1906: la gran transformación’, en el MNCARS de Madrid. El artista viaja en verano a Gòsol (Lérida) con Fernande Olivier. Busca un nuevo lenguaje. Allí descubre el románico. Atrás deja a Toulouse-Lautrec, a El Greco, sus etapas azul y rosa. Sin solución de continuidad pinta varias obras maestras antesala del gran cuadro de ‘Las señoritas de la calle Aviñó’, nacimiento del cubismo. Enfrentarse cara a cara con el retrato de Gertrude Stein es asunto delicado. Su rostro transformado en una máscara románica estremece. ‘La mujer de los panes’ (la Gioconda de Gòsol), una joya. La muestra, un lujo. En Gòsol el color dominante de su paleta es el ocre, el color de la carne. De vuelta, seis mulas cargadas con sus obras abren paso al siglo XX.

Javier Lacruz es psiquiatra

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