Por
  • Pilar Clau

Futbito

Futbito
Futbito
Pixabay

Lo había olvidado: yo también jugué al fútbol de adolescente. Formé parte del equipo del colegio, chutaba bien y marcaba goles; quizá heredé esa facultad de mi padre, que fue un excelente futbolista. Yo me esforzaba sobre todo por él; esa era mi motivación, que él se sintiera orgulloso y que me aplaudiera. 

De niños nos aplauden por todo y, conforme nos vamos haciendo mayores y se nos van acabando las gracias, buscamos cualquier oportunidad para recuperar el aplauso.

No jugué en campo grande, no me atrevía, jugaba al fútbol sala y jugaba bien, como digo, pero… había un pero: no soportaba que me quitaran el balón y, cada vez que lo hacían, agarraba de la camiseta a la jugadora que corría delante de mí con el balón que acababa de robarme. Cuando me daba cuenta de mi error y la soltaba, ya estaba oyendo el silbato del árbitro. Tanta falta y tanta expulsión, mi padre nunca tuvo la oportunidad de verme jugar. Esa habría sido para mí la medalla de oro.

Lo mejor de las fiestas de los pueblos, además de los encuentros familiares en casa, son las comidas y cenas populares en las que te reencuentras con amigos y vecinos. El sábado participé en uno de esos banquetes en las fiestas de Laluenga. La atención y el cariño recíprocos, los abrazos, las conversaciones. Tuve conversaciones cordiales y placenteras con diferentes personas. Hablar para disfrutar. Hablar para aprender y no para convencer. Un proceso de mutuo descubrimiento en el que nuestras ideas cobran vida en otra mente y las que escuchamos reviven en la nuestra. Ideas útiles, curiosas y entretenidas. Conversaciones que nos hacen más comprensivos y nos recuerdan cosas que teníamos olvidadas. Yo había olvidado por completo que jugaba al fútbol, como Izarbe y como Abril, que es una gran portera, y que jugué en los campeonatos de futbito del colegio.

Son postales de la infancia que nos sorprenden en medio de las conversaciones con niños. El sábado tuve una muy especial con Abril y con Sara. Espontaneidad y verdad. Observar los ojos llenos de asombro y curiosidad, la emoción genuina, la expresión libre y sin filtros de sus opiniones y sus afectos, la alegría contagiosa. Deliciosa infancia. Infancia y pueblo que me recuerdan por qué estoy aquí. Volver a la propia esencia es siempre una experiencia estimulante y renovadora.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión