Quintos
La víspera de Reyes comí con mis quintos. Quintos, así se llama nuestro grupo de whatsapp. Ellos son mis primeros amigos. Después de mi familia, esa fuerza imparable que siempre va conmigo, fueron ellos, mi primer contacto con la sociedad: Marisa, Esther, Elías y Paco.
Vivíamos en el mismo pueblo, íbamos a la misma escuela, al mismo curso y jugábamos juntos. No pedíamos ni perseguíamos otra cosa: jugar, divertirnos y compartir secretos para descubrir los que nos ocultaban los adultos.
Cuando nos hacemos mayores elegimos a los amigos por lo que tenemos en común: ocupaciones, gustos, aficiones; pero cuando somos niños queremos a los que están con nosotros.
Pasadas la infancia y la adolescencia, cada uno debía tomar su propio camino. Entonces nos separamos. Nos distanciaron las trayectorias personales y profesionales, el tiempo y el espacio. Todos hemos seguido sendas distintas y alejadas. No nos aferramos a esa amistad primera; ninguno tenemos una imagen congelada del pasado. Hace ya unos cuantos años, la amistad resurgió de manera natural. Los nuevos amigos de cada uno no han reemplazado a los de la infancia. Los quintos han resistido la prueba del tiempo.
A pesar de la distancia, de la inconexión, de la ausencia aparente; ellos me han mostrado su preocupación en mis momentos más delicados, su alegría en los más felices y siempre me han brindado su respaldo imprescindible.
Debemos salvar muchos obstáculos cada vez que queremos encontrarnos. La víspera de Reyes comimos juntos después de cuatro años intentándolo. Otra vez los cinco, los mismos de siempre, pero distintos y mejores cada vez. Los cinco sentados alrededor de una mesa, sin juicios, sin quejas, sin deseos de aparentar, sólo de ser cada uno y de estar todos juntos; sólo verdad, afecto, risas y paz. Ellos me hacen confiar en el mundo. Los quintos cobijan el rescoldo de la pureza de nuestra infancia y, cuando estamos juntos, saltan chispas de esas brasas. La amistad que perdura es uno de los más hermosos fenómenos de la vida.
