Por
  • Andrés García Inda

Todo vale

Todo vale
Todo vale
Heraldo

Da algo de pereza volver a escribir sobre esto, pero quizás no queda más remedio, dadas las dimensiones del problema. Que no es que España se rompa (que a lo peor también, no lo sé), sino que se corrompe, y de eso no cabe duda. 

Se corrompe el país, el Estado y el derecho, por obra y gracia de quienes trabajan precisamente para erosionar cualquier tipo de control frente a la corrupción (y de quienes les aplauden, claro). Porque la corrupción primera y la más importante no es la económica (que lo es mucho, ya lo sabemos) sino la que tiene que ver con la palabra, cuando ésta ya no significa nada que no sea un arma para eliminar al contrario, y que transmite el mensaje de que todo vale.

El actual Partido Socialista no es que viva ‘en’ la confrontación, algo inevitable en política, sino que se nutre ‘de’ la confrontación

En parte, la situación viene dada por la transformación del PSOE, que en los últimos años decidió vivir de la confrontación. No en la confrontación, lo que en política resulta inevitable, sino de ella. A efectos puramente literarios podríamos ilustrarlo con aquella famosa conversación ‘off the record’ entre Zapatero y Gabilondo: "Nos conviene mucho que haya tensión", decía aquel, y confesaba que en unos días empezaría a dramatizar. Estaban en período electoral, sí, y todos los partidos políticos de una u otra forma viven metidos en la confrontación de ideas y acciones. Pero la escena es representativa de algo más. El partido socialista descubrió que el enfrentamiento, cuanto más tenso y permanente fuera, más le beneficiaba social y electoralmente. E hizo de él el suelo nutricio sobre el que desarrollar sus políticas, aunque fuera a costa del país. La irrupción del 15M acentuó esa dinámica, porque abandonarla suponía ceder su espacio político al nuevo sujeto emergente, y por ello se vio obligado a doblar la apuesta y elevar el tono de su discurso: Todo lo que no fueran ellos era fascismo. En el fondo, Podemos acabaría ganando esa competición; desapareciendo electoralmente, sí, pero con un PSOE radicalmente ‘podemizado’ en la forma y en el fondo. Por eso mismo en el PSOE no quisieron en su momento pactar con Ciudadanos (aunque vendieran el relato de otra forma), ni han querido hacerlo con el PP. No es un problema de convicciones; éstas fueron subastándose en almoneda o diluyéndose poco a poco en el ácido de la polemología, hasta desaparecer. Oír a los responsables socialistas hablar de convicciones, hoy día, es como escuchar al fantasma de Bernard Madoff perorando sobre ética de los negocios. Ya nadie se cree esa milonga, ni siquiera los suyos. Salvo los fanáticos.

Una lucha en la que todo estaría permitido con tal de conseguir o de mantener el poder

Así pues, el enfrentamiento social se convirtió en la sustancia que estimulaba un proyecto socialista cada vez más bulímico. No una polarización entendida como debate y reconocimiento de la discrepancia, sino basada en la estigmatización y la anulación del oponente. Por eso llevamos años metidos en campaña electoral. Por supuesto que desde el propio partido y su entorno mediático e intelectual denunciaban la creciente polarización del país. Lo hacían a la vez que la nutrían y que se nutrían de ella. Resulta paradójico porque no solo la denunciaban a la vez que la alimentaban, sino que incluso la alimentaban con su denuncia, hecha desde el cinismo, la arrogancia y la superioridad moral. Basta echar un vistazo a las cuentas en redes sociales de algunos de los principales responsables y comunicadores del partido –o a lo que quede de las mismas– para darse cuenta de ello. Jugaban además con una ventaja: la timidez de quienes se situaban enfrente y el hecho de que dominaban el marco mental del debate.

Los últimos movimientos siguen ese camino (¡incluso a nivel internacional!). El PSOE –o sea, Sánchez– es como un drogadicto desesperado dispuesto a lo que sea para no perder poder, dispuesto incluso a vender el país, el Estado y el Derecho. Todo vale. Las reacciones críticas a ese extravío funcionaron inicialmente como la dosis de glucosa que ayuda a mantener la energía y el entusiasmo, prietas las filas. Pero tal vez el juego comienza a invertirse. ¿Empieza a fragmentarse el tablero o el marco mental hegemónico?, ¿o es solo una sensación? Mucha gente, cansada de soportar la confrontación y el enfrentamiento, ha decidido, cargada de razones, pasar a protagonizarlo. Resulta enternecedor observar los llamamientos a la calma de quienes durante todo este tiempo reivindicaban enérgicamente la movilización social, ahora que ésta, al parecer, está cambiando de bando. Y la burda forma de alterar las reglas del juego –todo vale– para no perderlo. Pero cuando todo vale, todos perdemos.

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