Por
  • Andrés García Inda

El otro lado

El otro lado
El otro lado
Krisis'23

A veces se confunde el aforismo con el eslogan. Pero son cosas diferentes. El primero es como un trampolín que te lanza hacia arriba, mientras que el segundo es como una pesada lápida que te aplasta hacia abajo. El primero da que pensar; el segundo lo que pensar. El aforismo es un chispazo o una iluminación; el eslogan en cambio es un petardazo (o una pedorreta). 

El primero ilumina como una pequeña candela en medio de la oscuridad; el segundo como una enorme luz de neón que atrae a los insectos. La lectura repetida de un aforismo, como la de un poema o una oración, puede llegar a ser un salvavidas en mitad de la tormenta, mientras que la del eslogan es como lanzarse al agua con un flotador desinflado.

Como no soy especialista en estas cosas, no sé si la diferencia entre ambos tipos de enunciados es estructural, por así decirlo, o más bien funcional. Quiero decir, que quizás hay aforismos que a fuerza de manosearlos o utilizarlos mal acaban convertidos en eslóganes. Puede que el eslogan sea un aforismo exhibido con un propósito meramente instrumental, o una sentencia que hemos tomado literalmente, demasiado en serio, sin ironía y sentido del humor. En su insignificancia, el aforismo contagia lucidez, mientras que el eslogan dice algo insignificante de forma pomposa.

Así pues, lo que en el aforismo hay de sabiduría o agudeza, en el eslogan es mera apariencia. Con una pátina brillante fosforito, el eslogan envuelve habitualmente una soberana estupidez. Su único mérito reside en dos cosas: en la brevedad (que no es poco, y ya lo dijo Gracián: que lo malo, si es breve, es menos malo) y en esa solemnidad con la que redondea una simpleza para darle aires de profundidad. En no pocas ocasiones, sin embargo, algunos tendemos a confundir lo uno con lo otro, y más en estos tiempos acelerados, en los que lo consumimos todo, también la cultura, en pequeños comprimidos instantáneos. Pero el aforismo es como un caramelo que se paladea largamente, y aunque pueda resultar duro enardece el espíritu; mientras que el eslogan es como una pastilla insípida que se traga de golpe y sólo acaba provocando ardor. Se lo digo yo, que los confundo a menudo y soy citófago.

Todos estamos obligados a repensar dónde nos situamos en función de la verdad (y del bien y la belleza), y no simplemente por oposición, como en el fútbol, con el equipo contrario

Entre las citas compartidas estos días en las redes por algunos amigos y conocidos, me llamó la atención esta frase, que se repetía en varias ocasiones: "A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado". Es del músico y poeta Leonard Cohen, que siempre me gustó, aunque resulte triste. No sé si la traducción es exacta, pero da igual. ¿Aforismo o eslogan? Vaya usted a saber. Vivimos tiempos en los que inevitablemente hay que tomar partido en algunos asuntos. De ahí la frasecita. Y pareciera que el poeta nos sugiere hacerlo siempre del mismo lado, sin pensar, con una fidelidad monolítica e incondicional basada en el rechazo del otro, aunque éste pueda tener razón. Según la frase de marras, no es lo que piensas lo que te coloca a veces en un sitio y a veces en otro; es el lugar en el que estás lo que te dice lo que tienes que pensar en cada caso. De hecho, cuando vi las citas en las redes, yo pensé: ¿se referirán a mí? ¿de qué lado estarán ellos entonces? ¿y yo?

Es la simplicidad de la frase, o de su lectura, lo que la convierte en eslogan. Olvida que por lo general "hay gente pa tó" en todos lados. No todo es trigo limpio en el suyo (o el mío, o el nuestro...) y supongo que no renunciaremos a nuestras ideas por ello (imagino, por ejemplo, que los vegetarianos no abandonarán el vegetarianismo al enterarse de que Hitler también lo era). Además la cita, por muy redonda y brillante que parezca, oculta el hecho de que puede haber más de dos lados. El poeta y aforista (este sí, de los de verdad) Enrique García-Máiquez, recuerda a menudo, con Santo Tomás, que la verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo. Eso le permite mirar con respeto e incluso con veneración, dice él, a sus más fieros oponentes (siempre que no sean mentirosos compulsivos, claro). Y a nosotros nos obliga a repensar dónde nos situamos en función de la verdad (y del bien y la belleza), y no simplemente por oposición, como en el fútbol, con el equipo contrario. Lo curioso, por último, es que a veces quienes esgrimen, como un arma o un escudo, una frase así, tan excluyente, pontifiquen luego sobre la necesidad de tender puentes y fomentar el diálogo y el encuentro con el otro. ¿Con el del otro lado? El aforismo es un puente, el eslogan un muro.

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