Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Otomanas

Mujeres iraníes con abaya.
Otomanas
Reuters

No voy a escribir sobre ningún mueble, aunque sí voy a abordar la situación de muchas personas que son tratadas como cosas. Hay datos históricos que parecen deliberadamente olvidados. Las mujeres turcas pudieron votar en 1934, un año después de que lo hicieran las españolas, cuyo acceso a este derecho fundamental fue cuestionado por parte de la izquierda de la Segunda República. 

Por cierto, las mujeres francesas acudieron a las urnas por primera vez en 1945, a pesar de que el Frente Popular, lo que hoy se denominaría una coalición de partidos ‘progresistas’, ostentó el Gobierno en el país vecino entre 1936 y 1938.

Por tanto, en Turquía se reconoció el derecho al sufragio de las mujeres al mismo tiempo, o incluso antes, que en algunas democracias europeas. Este dato pone de manifiesto que una sociedad de mayoría musulmana puede acceder a los mismos derechos que cualquier otra, si el Estado es laico y no está dirigido por clérigos radicales o partidos islamistas.

Hoy, las mujeres turcas están viendo mermados ‘de facto’ algunos de sus derechos. Aun así, su situación nada tiene que ver con la que sufren las mujeres en otras latitudes.

En Irán, el actual Código Penal, en consonancia con las fuentes islámicas, establece el criterio de la responsabilidad penal a partir del principio de madurez que, de acuerdo con las creencias chiitas, se produce a la edad de 9 años lunares (8 años y 9 meses) para las niñas y 15 años lunares (14 años y 7 meses) para los niños.

La situación de las mujeres y de las niñas afganas es todavía peor. Privadas del derecho a la educación y obligadas, en muchos casos, a casarse en plena pubertad, algunas terminan prendiéndose fuego o arrojándose ácido en la cara.

Partidos seculares, como el PSOE y el PCE, nunca han tenido una mujer ocupando la secretaría general. Tampoco ninguna fémina ha alcanzado el liderazgo en UGT o en CC. OO.

Estas mujeres están dando literalmente su vida para que se les reconozca algo tan elemental como lo dispuesto en el artículo 14 de nuestra Constitución. En él se establece que no cabe discriminación alguna por razón de sexo o cualquier otra circunstancia personal o social.

En España, todos somos iguales, menos los que se consideran diferentes. La identidad territorial o personal provoca normas especiales, como en la Edad Media. La diferencia genera un estatuto peculiar y privilegiado, exclusivo y excluyente, que beneficia a unas minorías activas en contra de una mayoría silenciosa. Qué curioso, al igual que en la República Islámica de Irán.

En la universidad actual se nos pregunta sobre las actividades docentes realizadas desde la perspectiva de género. Ignoro cómo resolverán esta solicitud un profesor de química inorgánica o una profesora de ecuaciones matemáticas. Imaginemos, no obstante, que un docente organiza un seminario en el que pone de manifiesto los siguientes datos oficiales: a) el 75% de los suicidios que se producen en España son protagonizados por hombres; b) los varones representan más del 70% de la población carcelaria; c) casi un 17% de los chicos abandonan prematuramente sus estudios, siete puntos más que en el caso de las chicas; y d) el año pasado, el 91% de los accidentes laborales con resultado de muerte los sufrieron hombres. Probablemente, este profesor será amablemente reprendido y le recordarán que ha abordado la perspectiva de género desde el lado equivocado.

Cuántos techos de cristal quedan por romper en las organizaciones ‘progresistas’

Pero volvamos a las mujeres del extinto imperio otomano. En los años noventa, antes de la llegada de los islamistas al poder, Tansu Çiller fue primera ministra de Turquía. En España, aún no se ha roto este ‘techo de cristal’. Curiosamente, partidos seculares, como el PSOE y el PCE, nunca han tenido una mujer ocupando la secretaría general. Tampoco ninguna fémina ha alcanzado el liderazgo en UGT o en CC. OO. Cuántos techos de cristal quedan por romper en las organizaciones ‘progresistas’.

En fin, sirva esta pequeña pieza para recordar y apoyar a los millones de mujeres que sufren una opresión peor que la medieval, dado que la mayoría de las "empoderadas" activistas de nuestro país apenas reparan en ellas.

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