Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Inestables

"Somos sociedades inestables porque somos inmaduros, niños exigentes con tendencia a la pataleta, lo que condiciona la papeleta elegida"
"Somos sociedades inestables porque somos inmaduros, niños exigentes con tendencia a la pataleta, lo que condiciona la papeleta elegida"
POL

Conozco bien el trastorno bipolar y los altibajos erosivos que acarrea. Su proyección al ámbito político genera una inestabilidad permanente. No es baladí el número de personas que modifican el sentido de su voto desde que salen de su casa hasta que llegan al colegio electoral. En consecuencia, no son tanto indecisos como inestables. La bipolarización del sistema político exacerba sus contradicciones más extremas, mientras que un bipartidismo moderado las apacigua. Por fortuna, y en última instancia, la tecnocracia europea revisará nuestros desmanes e impedirá nuestro suicidio político y económico.

El multipartidismo español está dividido por una especie de ‘muro de Berlín’, erigido por ambos bloques, que impide el acuerdo entre los partidos mayoritarios. A veces, sólo les separa el nombre de las cosas. En ocasiones, únicamente se diferencian en el énfasis a la hora de pronunciarlas.

Lo único seguro en estos momentos es que la inestable ministra de Igualdad va a seguir ejerciendo su puesto durante varios meses, en los que se encadenarán reproches mutuos entre los grandes partidos y lo único cierto será la incertidumbre.

Vayamos por partes. El espectáculo que han dado estos últimos meses PP y Vox en los parlamentos autonómicos ha rozado el esperpento. En cualquier caso, la coherencia ha estado ausente. La fáustica presidenta extremeña ha puesto la guinda. Si se me permite una ‘boutade’, en estos momentos de sesudos análisis políticos, el PP debería ofrecer siempre una consejería de ‘agro-cultura’ a los miembros del partido de Abascal.

En cuanto a Feijóo, además de preconizar la ‘derogación’ del sanchismo, expresión inane y semánticamente imposible, se ha caracterizado por una alarmante falta de propuestas. Es cierto que el rechazo moviliza más que la adhesión, pero una mayor concreción del programa económico y de sus hipotéticos gestores no hubiera sido nada fútil.

En relación a la izquierda, sus políticas discriminan constantemente a la mayoría de los ciudadanos españoles. La lengua regional o el género más minoritario y versátil permiten acceder prioritariamente al empleo público, por ejemplo. Pero sobre esto ya he escrito y no voy a repetir lo dicho.

Somos sociedades inestables porque somos inmaduros, niños exigentes con tendencia a la pataleta, lo que condiciona la papeleta elegida. Hay dos tipos de electores. En primer lugar, están los fanáticos, los ‘hooligans’, los que votan con el corazón y utilizan la cabeza para embestir. Por otro lado, nos encontramos con aquellos que sólo se preguntan ‘qué hay de lo mío’. En ambos casos, afloran posturas infantiles, que no conducen a una visión global y comunitaria de las cosas.

Los medios de comunicación tampoco son inocentes. Voy a poner un ejemplo. Reconozco que se está produciendo el enésimo cambio climático en nuestro planeta y, además, creo que es debido, en gran medida, a la acción humana. Dicho esto, resulta sorprendente que los informativos destinen la mitad de su tiempo a la climatología, confundida por muchos con la meteorología, sustituyendo las antiguas palabras por otras que alteran a las personas más impresionables (DANA, flujo helicoidal…), y que se insista permanentemente sobre el presunto hecho de que estamos ante el año más caluroso de la serie histórica. En el actual, han sido más certeras las previsiones del Calendario Zaragozano y del refranero popular.

Cualquier persona que haga una crítica razonada y razonable de esta cuestión se convierte en un ‘negacionista’. Si lo hace en tono irónico es tratado como un hereje necesitado de medicación. Por fortuna, los fármacos han sustituido de momento a la hoguera.

La persistente inestabilidad política española no nos abocará a la tragedia en estos momentos. No obstante, prepárense los próximos meses para presenciar una comedia con ribetes propios del teatro del absurdo, aunque no llegará a alcanzar la genialidad de las firmadas por Enrique Jardiel Poncela. Los autores del libreto y los actores dejan bastante que desear.

Ángel Garcés Sanagustín es profesor de Derecho administrativo

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