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San Vicente de Paúl: nacer entre enronas

Anteayer Fotográfico Zaragoza explica cómo surgió la calle sobre los escombros de casas y palacios centenarios.

Un Savoia Marchetti S-79 sobrevuela Zaragoza. Destaca la cicatriz abierta en el caserío del Casco Antiguo por la demolición de 150 edificios, 1938.
Un Savoia Marchetti S-79 sobrevuela Zaragoza. Destaca la cicatriz abierta en el caserío del Casco Antiguo por la demolición de 150 edificios, 1938.
Aviación Legionaria Italiana. Colección Manuel Ordóñez.

Mi padre, que vivió toda su vida entre las sombras de las torres de La Seo y de la Magdalena, nos contaba en los añorados paseos dominicales cómo era antaño el barrio que nos iba viendo crecer: aquí la placica del Reyno, la calle del Chantre o la del conde de Alperche más abajo; Lezaún, Cíngulo o Yedra hacia el Coso. Su epílogo era siempre el mismo: «No sabéis lo que tiraron, la de casonas y palacios que había; cuando la Guerra lo convirtieron todo en enronas, no por las bombas, sino a pico y pala». Mi hermano y yo mirábamos boquiabiertos, con asombro, la casi perfecta alineación de casas todavía nuevas que formaban la elegante calle de San Vicente de Paúl.

No fue nada fácil diseñar la apertura de este moderno vial teniendo que eliminar unas 150 viviendas, con el problema añadido de que había que realizar también la nueva alineación de las calles transversales. De hecho desde el primer plan hasta que la calle se dio por concluida prácticamente transcurrió un siglo. Cual Apocalipsis, cuatro jinetes cabalgaron sobre el Casco Antiguo llevando la destrucción a viviendas antiguas, palacios renacentistas, casonas barrocas e intrincadas calles.

Calle de la Yedra. Proletarios acuden a una asamblea en el palacio de los Sora, ca. 1911.
Calle de la Yedra. Proletarios acuden a una asamblea en el palacio de los Sora, ca. 1911.
Luis Gandú Mercadal. Fondos fotográficos DPZ (S-000815).

El primer jinete es la política, acompañada del fantasma que siempre planea en estas decisiones que no es otro que la especulación. Corría el año 1860 cuando surgió la idea de reordenar la ciudad siguiendo los pasos de otras grandes capitales, había que abrir arterias rectilíneas eliminando edificios vetustos para llenarlas de viviendas de categoría aptas para la burguesía. Una de ellas fue la calle de Alfonso I. Se postergó la llamada «prolongación de la calle de la Yedra» hasta la Ribera del Ebro. En 1869 el arquitecto municipal Segundo Díaz proyecta el posible trazado, pero las arcas municipales no estaban para más dispendios. En 1887 surge otro intento fallido.

El segundo jinete en hacer su aparición es la cuestión sanitaria. En una serie de conferencias, el doctor Fairén, catedrático de Higiene de la Facultad de Medicina, mostró la incidencia demoledora –mortandad infantil en Zaragoza cercana al 35%– de la falta de higiene en las viviendas humildes: calles estrechas, escasamente soleadas, pisos pequeños sin agua ni vertidos, alcobas hacinadas sin ventilación, etc. se convertían en foco idóneo para la transmisión de enfermedades. Evidentemente no le faltaba razón, pero sirvió a los especuladores como argumento para rescatar en 1904 su lucrativo plan. ¿La solución era arrasar el barrio? El proyecto siguió aparcado.

En este momento hace su aparición, cada vez con más fuerza, el tercer jinete: «Es imperioso abrir paso a la creciente circulación rodada», se volvió esencial enlazar el Coso con el puente de Nuestra Señora del Pilar, el peatón empezaba a perder espacio.

El póker que completa el cuarteto apocalíptico vino de un sector insospechado: los sindicatos proletarios. A comienzos de 1936 tuvo lugar en la plaza de toros una gran asamblea de obreros de la construcción, con el problema principal del paro que golpeaba como nunca al gremio. En particular el sindicato anarquista CNT, con más de 7.000 afiliados en el sector, ofreció como solución ejecutar los cambios proyectados, empezando por la prolongación de la calle de la Yedra. Su presión a las instituciones llegó al punto de amenazar con meter la piqueta por su cuenta.

Con el gobierno del Frente Popular estas iniciativas fueron rápidamente aceptadas. Podemos establecer una breve cronología de los acontecimientos. El 26 de marzo de 1936, el pleno municipal aprueba comenzar con urgencia la prolongación de la calle de la Yedra. En mayo se establecen las indemnizaciones a los inquilinos: el equivalente a seis meses de alquiler, se les intentará reubicar en zonas a construir al amparo de la Ley de Casas Baratas. Comienza el arrasamiento sin miramientos, de forma voraz, se prioriza dar trabajo a miles de obreros sobre una demolición más planificada.

«No sabéis lo que tiraron, la de casonas y palacios que había; cuando la Guerra lo convirtieron todo en enronas, no por las bombas, sino a pico y pala»

Comienza la Guerra Civil, y tras un parón las autoridades, bajo mando golpista, retoman las obras en julio de 1937, se critica lo mal que se ha hecho pero se argumenta que no había más remedio que terminar lo que se había empezado tan violentamente. Regino Borobio rediseña el plan, ampliando más la calle y las expropiaciones. También se da uniformidad a las nuevas construcciones dándoles un estilo historicista, más del gusto del Régimen.

Según informa HERALDO DE ARAGÓN el 27 de enero de 1938 la prolongada calle de la Yedra tiene nueva denominación. En palabras del alcalde: «El Ayuntamiento ve con gran simpatía que se dé el nombre de San Vicente de Paul a esta calle. Para su gloria no necesitaba el santo este homenaje, pero se accede a los deseos expresados por gran número de vecinos de la ciudad». En 1951 se da por concluido con la inauguración del mercadillo.

Lo que son las cosas… después de sacrificar 20 calles llenas de historia para dar lugar a San Vicente de Paúl, hoy en día una treintena de esas nuevas edificaciones no se pueden tocar, cuentan con algún nivel de protección oficial.

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