Máximo Huerta: “Soy muy quirúrgico al escribir: cuando veo que algo sobra, lo elimino y punto”

El escritor valenciano presentó ayer su novela ‘París despèrtaba tarde’ en los ‘Martes de Libros’ de la Fundación Ibercaja

Máximo Huerta, este martes 20 de febrero, en Zaragoza.
Máximo Huerta, este martes 20 de febrero, en Zaragoza.
Javier Belver

El escritor valenciano Máximo Huerta protagonizó ayer la nueva velada de ‘Martes de Libros’ de la Fundación Ibercaja en el Patio de la Infanta. Huerta llegó con su última novela bajo el brazo: ‘París despertaba tarde’ (Planeta).

Mucho le debe gustar París, a tenor de cómo la retrata en su nuevo libro.

Acabo de comprar billetes para irme allá. Voy todo lo que puedo, posiblemente una vez al mes. Tengo amigos allá, he pasado periodos largos en la ciudad... ya he ido superando los clichés, claro. De hecho, no suelo acercarme a la Torre Eiffel;el barrio no me gusta, aunque hay alguna parte bonita llegando a Trocadero. Una vez visitada, que es bellísima, ya está.

¿Cuál es su rincón favorito de la Ciudad Luz?

Hay una parte de Montmartre tras la colina hacia la Porte de Clignancourt;allí vivía, de hecho. Tengo allí al café Le Refuge como refugio. También me encanta callejear en Saint Germain-des-Prés.

Su libro se sitúa en 1924, año olímpico en París, como el actual. ¿Que le atrajo de esa época?

La novela nace de una epifanía para un valenciano, el hallazgo de dos falleras en un mural del altar delSacré Coeur. Empecé a investigar y no hallaba nada de esas dos valencianas que figuraban en los mosaicos, pero poco a poco fue apareciendo información y ya supe quiénes eran, gracias a documentación sobre los arquitectos. Tiré de ese hilo.

¿Ha disfrutado de la documentación? Casi no procede preguntarlo, porque parece obvio que sí.

Más que nunca. Hay quien la sufre, como si fuera algo doloroso, la obligación de estudiar para un examen. Yo no, y menos esta vez. De hecho, sigo buscando documentos, fotografías o películas mudas de ese período tan excitante. Son años deslumbrantes.

De ahí a la novela hay un camino duro para un escritor muy autocrítico, y usted lo es.

Escribir una novela es terminar una obsesión. La mía era doble, los años 20 y los Juegos Olímpicos de París, que efectivamente regresan ahora, 100 años después.

¿Tiene obsesiones estilísticas?

Soy muy quirúrgico al escribir.: cuando veo que algo sobra, lo elimino y punto. Prima la historia, y que el lector se entretenga; si debo sacrificar atmósfera, por mucho que me guste, lo hago.

¿Es ‘olimpófilo’, y disculpe el ‘palabro’, o simplemente la novela pedía esa deriva?

Sí, rotundamente. Sigo los mundiales de fútbol como si fuera seguidor semanal de la Liga, y sigo los Juegos Olímpicos desde la ceremonia de apertura. Ambas competiciones tienen algo épico, dan energía. Me pasa al ver la entrega de los Oscar, o seguir un cónclave papal, aunque esto último no ocurre con tanta frecuencia.

¿Qué competiciones olímpicas le roban el sueño?

El atletismo, sobre todo, y la natación. Son pruebas muy estéticas, y soy un hedonista convencido. En los últimos Juegos de Tokio me llamó la atención el británico Tom Daley, campeón olímpico y mundial, que entre salto y salto de trampolín se relajaba haciendo ganchillo. Algo muy zen, un modo de incentivar cuerpo y mente que me pareció atractivo.

¿Qué le obsesionaba en esta novela parisina?

Al ser una trama amorosa, no quería un exceso de almíbar, así que he echado bastante tequila y sal. No quería restar protagonismo a elementos como el deporte, el anarquismo, el cine... por eso he podado algo del drama personal de la protagonista.

Sigue usted consagrado a su librería en Buñol. ¿Cómo le va en esa faceta?

Era y es fruto del deseo: una librería en el pueblo en el que viví, que nunca la tuvo. Quería algo con carisma desde la entrada;no vendes productos de supermercado, sino emociones, historias, personajes. Irene Vallejo la inauguró, y ya la han visitado Dolores Redondo, Luz Gabás, ManuRíos... En Buñol ha aumentado el índice de lectura. Es una locura maravillosa que nos reparte felicidad a todos. Suelo estar de jueves a sábado, me los guardo para pasarlos allá, abrir una botella de vino, sacar pastas, charlar con la gente, pedir y dar opiniones sobre libros... Para mí es una satisfacción inmensa, desde luego. 

¿Se ha planteado impartir clases?

No me planteo ser profesor; quise serlo, pero creo que llego tarde... O no: como tampoco soy río, quizá vuelvo atrás y me apetece. No hay nada mejor que cambiar de opinión, así se evoluciona.

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