Javier Alandes: "Goya fue un hombre en permanente persecución de la eternidad"

El escritor acaba de publicar una novela de intriga y de aventuras en la que explora los últimos días del pintor y la desaparición de su cráneo

Javier Alandes presentó este jueves su última novela en Zaragoza.
Javier Alandes presentó este jueves su última novela en Zaragoza.
Toni Galán

Entre la realidad y la ficción, Javier Alandes lleva ya varias novelas publicadas en las que, tomando como punto de apoyo algún suceso misterioso en la historia del arte, da rienda suelta a su pasión por el género de aventuras. Tras ‘Las tres vidas del pintor de la luz’ (2019) y ‘Los guardianes del Prado’ (2022), llega ahora ‘La última mirada de Goya’, una novela que tiene como protagonista al pintor aragonés y con la que cierra un ciclo. Un ciclo que inició, sin pretenderlo, el día en que, recién muerto su abuelo, reparó en que este tenía en un lugar preeminente del salón un dibujo al carbón realizado por Sorolla. De allí surgió ‘Las tres vidas del pintor de la luz’.

"‘La última mirada de Goya’ parte de un episodio totalmente cierto, y es que en 1888 el cónsul español en Burdeos, Joaquín Pereyra, se propuso un último servicio diplomático, repatriar a España los restos de Goya, algo que le costó 10 años conseguir. Y, cuando se abrió la cripta, se descubrieron dos cuerpos y que al esqueleto del pintor le faltaba la cabeza", relataba ayer el escritor.

A ese hilo argumental Javier Alandes ha añadido otro, ficticio, que consiste en un presunto complot para asesinar a Goya en 1828. «Hay una trama que se acaba convirtiendo en una novela de aventuras y otra que deviene en novela de intriga. Ambas acaban confluyendo y respondiendo a las preguntas que se han ido planteando al principio», relata.

La figura de Goya en Burdeos ha sido objeto de numerosos trabajos de investigación, y en ellos ha bebido el escritor, que destaca que no es "ni historiador ni divulgador". "Soy economista... y ‘regularcete’ –bromeaba–. Pero intento escribir las novelas que me gustaría leer. Durante la escritura he tenido en la cabeza al Paco Rabal de ‘Goya en Burdeos’. Esta novela no es una biografía del pintor, al que retrato solo en sus últimos días. He representado a un Goya de 82 años, cansado, buscando redimir sus propios demonios personales pero, a un tiempo, un pintor que se sabe genio y persigue la eternidad. Goya no fue nunca un pintor maldito: llegó a ser millonario, por más que cuando recaló en Burdeos lo hiciera de la forma más humilde, sin nada salvo su pensión como pintor real. Me lo he imaginado achacoso pero incansable, trabajando hasta el último día, hasta que sufrió la caída que acabó desembocando en su muerte. Fue un hombre en permanente persecución de la eternidad".

La editorial Contraluz ha publicado hace unas semanas esta novela, que se presentó ayer en el Palacio de Sástago de la capital aragonesa. Una obra muy ‘cinematográfica’, en el sentido de que sus casi 600 páginas no dejan respiro. "He seguido la máxima de Stephen King de que 'una novela hay que escribirla, y luego reducirla en un 20 por ciento'. Hace años me extendía en descripciones y soliloquios pero he ido entendiendo que menos es siempre más. Son la acción, y sus propias palabras, las que acaban definiendo a mis personajes".

Devoto de los grandes clásicos de aventuras, desde Joseph Conrad a Arturo Pérez-Reverte, con cuyas obras asegura que ha aprendido "más del Siglo de Oro español de lo que hice en la escuela", Javier Alandes cree en las bondades del género. "La novela histórica siempre va a ser uno de los refugios favoritos del lector porque aloja emociones y conocimientos. Una novela negra te proporciona unas cuantas horas de maravilloso entretenimiento, pero no suele dejar un gran poso. En los últimos años hemos vivido un aluvión de novelas negras pero todo lo saturable tiene sus propias fechas de caducidad, y son los propios autores los que están buscando ya otros horizontes. Santiago Díaz acaba de publicar un ‘thriller’ histórico, Susana Martín Gijón ha ambientado su reciente ‘La Babilonia, 1580’ en la Sevilla del siglo XVI...". Y ello pese a que los autores deben escribir sobre el alambre, evitando anacronismos. "Mi anterior novela, ‘Los guardianes de Prado’, tuvo varias correcciones. Está ambientada en 1936 y hay un momento en que un personaje le regala a otro un Cohiba. Un lector me escribió para decirme que la fábrica Cohiba es de 1964 y me llevé un disgusto enorme. En esta novela parece que no hay ningún gazapo. Pero uno no está nunca seguro".

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