Víctor Pasamar, el coleccionista que ha donado sus obras por amor

El Museo de Zaragoza celebra una exposición con parte de las 276 valiosas estampas japonesas que ha regalado este aragonés

Víctor Pasamar, ante el cartel de la exposición que el Museo de Zaragoza ha organizado con las estampas que ha donado.
Víctor Pasamar, ante el cartel de la exposición que el Museo de Zaragoza ha organizado con las estampas que ha donado.
Oliver Duch

Víctor Pasamar (Gallur, 1961) es un aragonés especial. Vinculado al mundo del derecho, maneja una cortesía antigua, de hombre al que le cuesta apear el trato de usted. En su mirada a veces hay un punto de tristeza pero, de repente, chispea el humor. "¡Si mi padre me viera con mis ‘chicas’! A veces pienso que son ellas las que me eligen a mí, y no yo a ellas", bromea. Las ‘chicas’ de Víctor Pasamar no son de carne y hueso sino de tinta y papel. Porque desde hace años colecciona grabados japoneses en los que la mujer es protagonista. Y solo compra aquellos por los que siente un flechazo estético.

Hace ahora unas semanas protagonizó una noticia que pasó algo inadvertida: el Museo de Zaragoza incorporaba a sus fondos una colección de 276 obras, casi todas ellas estampas pero también libros ilustrados y pintura a la tinta, de los siglos XVIII al XXI, procedentes de la colección Pasamar-Onila. Víctor las ha donado por un triple amor: a su pareja, ya fallecida, al Museo de Zaragoza y a todo Aragón. Las obras cedidas giran en torno a la temática de ‘mujeres bellas’, género conocido en japonés como bijin-ga, uno de los más presentes en la estampa tradicional de aquel país. La donación incluye autores muy importantes en la historia del arte nipón, como Katsushika Hokusai, Kitagawa Utamaro, Utagawa Hiroshige, Utagawa Kunisada o Tsukioka Yoshitoshi. Y ha servido para celebrar la muestra ‘Somos el sol. Mujeres artistas en las colecciones de Asia Oriental’, que puede visitarse hasta el 31 de octubre. La donación convierte al Museo de Zaragoza en uno de los más importantes en el campo de la estampa japonesa.

"En 2010 viajé a Japón y en una tienda de Osaka vi un grabado que me llamó la atención, aunque no lo compré –relata el coleccionista–. Meses después tuve un accidente en Zaragoza y en el hospital me pregunté: 'Víctor, ¿qué quieres hacer antes de morir?'. Por eso cuando salí del hospital volví a viajar a Japón, que me había encantado. Y andando por Tokio encontré una galería que tenía grabados a la venta. Me gustaron todos y compré uno, de la era Meiji, que me costó 300 euros". Así comenzó su colección. De vuelta a Zaragoza empezó a profundizar en el tema, a estudiar, a descubrir...

"Me centré en el género del bijin-ga y empecé a coleccionar sin saber. Me lancé un poco a la piscina, la verdad, pero poco a poco pude ir distinguiendo autores, periodos, estilos. Como en todos los coleccionismos, lo que impera es la oferta y la demanda –resume–. Y aunque esta última ha crecido, tengo bastante tiempo libre y casi todo lo empleo en buscar en internet. Compro los grabados baratos porque los encuentro bien de precio. Me gusta mucho rastrear".

Hace ahora una década los precios no se habían disparado como en los últimos años y aún se podían encontrar obras valiosas a muy buen precio. Pero ya no. Un ejemplo: del grabado japonés más famoso, ‘La gran ola de Kanagawa’, de Katsushika Hokusai, se calcula que en sucesivas y diferentes tiradas se realizaron unas 8.000 estampas. De ellas habrán llegado a nuestros días, en diferentes estados de conservación (la plancha es de madera y se desgasta en cada estampación) unas 400, y solo 30 se encuentran perfectas. La última de estas que salió a la venta en Christie’s se vendió por 2,5 millones de libras, precio que hoy no alcanzan los grabados de Durero, Rembrandt o Goya.

Una de las obras que forma parte de la donación de Víctor Pasamar al Museo de Zaragoza.
Una de las obras que forma parte de la donación de Víctor Pasamar al Museo de Zaragoza.
Heraldo.es

Víctor Pasamar lleva años dedicando varias horas al día a buscar grabados. Ha conseguido comprar obras de los artistas más célebres, pero también ha apostado por jóvenes y sobre todo por estampas realizadas por mujeres, que son, subraya, "la cuna de la cultura japonesa. Ya en el siglo XI había dos mujeres de la corte japonesa que se dedicaban a la pintura y al arte. El ukiyo-e (un género de grabados) nació en los barrios del placer, como un arte alegre. Pero el trabajo artístico de las mujeres, como en otros muchos países, se ha silenciado en la historiografía. De algunas de las japonesas más destacadas tan solo se conoce el nombre, y porque firmaban sus estampas".

Eso es lo que hace especialmente valiosa la exposición actual en el Museo de Zaragoza (y, consiguientemente, la donación). Presenta al público 39 obras de 31 mujeres artistas, un conjunto prácticamente único en Europa. Y es tan solo una pequeña parte de la colección de Víctor Pasamar, que no se había planteado donar hasta que un fallecimiento le cambió la vida hace tres años. "Marian Onila, el chico con el que vivía y con el que tenía decidido casarme, desapareció prematuramente. En su memoria, yo no podía construirle el Taj Mahal, así que decidí que, como homenaje a él, seguiría adelante con la colección, que desde entonces se llama Pasamar-Onila. Las estampas, a las que yo llamo 'mis chicas', se convirtieron en lo único que me unía a la vida".

Víctor ya era conocido en el Museo de Zaragoza y pasó buena parte del duelo viendo arte en sus salas, contemplando la colección Torralba-Fortún (que tiene 138 estampas, la mitad de las que ha donado él) o contemplando el calmo dolor de ‘Doña Juana la Loca recluida en Tordesillas’ de Pradilla. Empezó a colaborar con el centro, propiciando exposiciones como ‘Bonsai. El sentir íntimo de la naturaleza’, ‘Arces y crisantemos. El otoño en el arte japonés’ o ‘Huellas en la nieve. El invierno en el arte japonés’. Y al final... «El Museo de Zaragoza es de todos los aragoneses y, como tal, se merece lo mejor –subraya–. He querido hacer algo por Aragón y por el museo, a los que amo, y por eso he donado las estampas. Ya que tenemos algo como la colección de arte asiático, que hace al museo potente a nivel nacional e internacional, me dije 'Vamos a convertirlo en algo mucho más potente aún, en algo único'». Y avisa: "Tengo otras 500 ‘chicas’ esperando el momento de irse al Museo de Zaragoza".

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