Devastador incendio en Hawái: "No es solo ceniza lo que te quitas de la ropa, son nuestros seres queridos"

El paso a la localidad de Lahaina, calcinada por la catástrofe, está cerrado, mientras los forenses, llegados incluso de Ucrania, identifican a las primeras víctimas.

Tres militares vigilan uno de los accesos cerrados a la capital de la isla de Maui.
Tres militares vigilan uno de los accesos cerrados a la capital de la isla de Maui.
REUTERS

El cirujano David C. Cho descolgó el teléfono en su despacho del hospital de grandes quemados Straub, en Honolulu. «Lahaina está destruida», le informaron. Poco después comenzaron a llegar los heridos en el incendio de la isla de Maui. Algunos ingresaron convertidos en una tea apagada, con quemaduras en el 70% de sus cuerpos. Habían viajado 150 kilómetros en un avión medicalizado en medio de dolores espantosos. «Sabía que habría una avalancha de pacientes», relató el médico a 'The New York Times'.

Las autoridades establecieron prácticamente un puente aéreo entre Maiu y el hospital, el único en el Pacífico Norte que es capaz de tratar este tipo de lesiones. Antes de su construcción en los años 80, las víctimas de quemaduras debían ser evacuadas a California, pero resultaba frecuente que las más críticas fallecieran en el camino. Ahora, nueve días después de los devastadores fuegos de Maui, Cho reconoce que comienza el auténtico calvario para los heridos. Dolorosas curas diarias en habitaciones que permanecen a casi 40 grados centígrados de temperatura para evitar la hipotermia. Los pacientes carecen de piel y no retienen el calor. «Vendrán las operaciones e injertos consecutivos durante meses».

El infierno se está despertando dentro del propio infierno. Al drama de los heridos se une el de los muertos, los desaparecidos y una ciudad sin vida. La Policía ha cerrado los accesos a Lahaina, la capital carbonizada por la catástrofe, ante los riesgos que entrañan las ruinas y un aire viciado de carbonilla y gases tóxicos. Pero sobre todo por respeto a los fallecidos. A los numerosos vecinos que se quejan del cordón de seguridad, el jefe de Policía John Pelletier les advirtió: «No es solo ceniza lo que te quitas de la ropa. Son nuestros seres queridos».

Las autoridades han contabilizado de momento 106 muertos. Esperan que la cifra se duplique en los próximos diez días a medida que se avanza en el peinado del terreno y los rescatistas entran en las viviendas devastadas, donde esperan las almas de los calcinados. «Mucha gente murió en sus casas. Unos no pudieron irse a tiempo y otros creyeron que dentro estarían más protegidos con ropas mojadas o en las bañeras», cuenta un rescatista. Sin embargo, las temperaturas fueron tan intensas que evaporaron todo rastro de agua en segundos. Los grifos se fundieron. 

La Policía ha depurado la lista de desaparecidos hasta 1.300 nombres, aunque confía en que la mayoría dé señales de vida cuando se recupere la telefonía en toda la isla. «Se avecinan días muy trágicos», lamenta el gobernador. Josh Green. Además, urge terminar la búsqueda. Este fin de semana han anunciado tormentas. La imagen es terrible: Green reconoce que existe el riesgo de que los cuerpos carbonizados se diluyan formando un barro con la tierra y la ceniza.

El trasiego de forenses es constante alrededor de varios remolques frigoríficos aparcados en batería en un solar. Allí se depositan los restos humanos, como se hizo en Nueva York y otras capitales durante el covid-19. Algunos contenedores almacenan sacos para cadáveres. Una pegatina señala que dentro hay bolsas para niños y adultos. Aturde observar su manejo. Apenas pesan. Solo contienen un puñado de cenizas humanas. El producto de una incineración atroz. «Es posible que se tarden semanas, uno o dos meses en identificarlos».

Algunos de los mejores antropólogos del mundo han sido enviados al lugar porque pueden discernir rápidamente si un trocito de hueso carbonizado pertenece a un ser humano o a un animal. Tres mil mascotas han muerto. Los antropólogos han trabajado en desastres anteriores, como el incendio que en 2018 destruyó la ciudad californiana de Paradise y mató a 85 personas. También han sido convocados otros forenses, veteranos de los atentados del 11-S o desplazados a Ucrania, donde documentan torturas y ejecuciones sumarias que sirven de base al Tribunal Penal Internacional para incoar acusaciones por crímenes de guerra. Entre estos activos figura una empresa de Colorado cuya tecnología permite completar un análisis de ADN en un par de horas y Washington ha desembarcado una gran morgue móvil de 22 toneladas.

La misión es casi imposible. Los forenses buscan un nombre en restos informes que se deshacen al tocarlos. No hay mucha gente común con estómago para esa visión. «Cuando los cuerpos son pequeños sabemos que es un niño. Hay escenas demasiado fuertes para ver simplemente desde una perspectiva humana», explica Jonathan Greene, subsecretario del Departamento de Salud de EE UU. Ninguno tiene huellas dactilares. Hasta este miércoles solo habían sido identificados cinco cadáveres. Uno es el de Buddy Jantoc, de 79 años, a quien las llamas sorprendieron en la residencia geriátrica donde vivía. Su familia sabía de antemano que había fallecido. Buddy llevaba desde el día 8 sin llamar. 'Mr. Aloha', como era apodado, tocó el bajo con George Benson y giró en 1974 con Carlos Santana por América.

El despliegue de forenses y policías es enorme. Estos últimos vigilan que no se acerquen turistas a curiosear y hacerse fotos. También han recibido denuncias de oportunistas que intentan comprar a los damnificados las ruinas de sus casas a bajísimo precio, convencidos de que esos terrenos y cualquier nueva edificación valdrán oro en el futuro. Aunque se trate de una fortuna abonada por los cadáveres de los isleños.

La avenida atascada

Los equipos de piscólogos luchan contra los fantasmas de la noche. Mike Cicchino los ve cuando se despierta en mitad de una pesadilla recurrente donde se mezclan las víctimas semiabrasadas que no pudo salvar, sobre todo ancianos con graves quemaduras incapaces de llegar a las playas por su propio pie, con el recuerdo de sus perros desaparecidos y la inmersión en el mar con su mujer para huir de las llamas. Recuerda las luces sobre el agua, a los supervivientes de los botes agitando las linternas de sus móviles para guiarles en medio de la oscuridad producida por el humo.

Cicchino y su pareja trataron de escapar en coche y se atascaron en Front Grey, la avenida llena de vehículos quemados que se ha convertido en símbolo de la tragedia. Se escuchaban lloros, gritos y en las aceras varios transeuntes intoxicados por los gases vomitaban. «Estamos conduciendo hacia una trampa mortal. Tenemos que abandonar el coche y correr para salvar nuestras vidas», le dijo a su mujer. Al salir se vieron acorralados. «Detrás, de frente, a nuestro lado, todo estaba en llamas». Miles de astillas volaban ardientes. Antes de la salvación del océano, Mike llamó por teléfono a su madre, a su hermano y a su hija. Les dijo que los amaba, convencido de que iban a morir.

Kehau Kaauwai solo recuerda el viento que arrastraba un tejado por la calle «sonando como un avión que aterrizara». Sobrevivió gracias a la velocidad de sus piernas mientras notaba arder el cabello de su nuca por el calor. En Fort Grey nadie miraba atrás. La multitud se enteraba del avance de las llamas según la distancia a la que oían explotar los coches a sus espaldas. «Sonaban como bombas», recuerda Donnie Roxx en 'The Hawaii Telegraph'.

Joe Biden se encontraba en Delaware, en la playa de Rehoboth. El presidente y su mujer, Jill, enviaron su pésame a las familias de las víctimas, pero han sido criticados, especialmente desde el ala conservadora, porque aún no han acudido a la zona devastada. La Casa Blanca anunció este miércoles finalmente que el mandatario visitará la isla el próximo lunes.

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