Recordar a las víctimas del nazismo

Después del Holocausto, se han repetido hechos igualmente terribles. Camboya, Ruanda, Bosnia o Darfur han sido posibles a pesar de la dolorosa huella dejada en nuestras conciencias por lo ocurrido en los campos de exterminio nazis.

Adelantándose dos días a su fecha oficial, hoy se celebra en Aragón el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, instituido por unanimidad por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2005, con el fin de ayudar a prevenir los actos de genocidio en el futuro recordando al mundo las lecciones aprendidas del Holocausto. Hay dos razones importantes para que en Aragón, como en otros lugares, tengamos este recuerdo de las víctimas.

En primer lugar, porque como ciudadanos de este planeta debemos contribuir a mejorarlo, a que catástrofes como aquella no se repitan. En segundo lugar, porque nos afecta muy de cerca. Más de mil aragoneses, republicanos exiliados en Francia, fueron enviados a esos campos, donde sufrieron tremendas calamidades y de los que solo un tercio sobrevivió y pudo volver. Recordar a las víctimas y condenar una vez más las atrocidades cometidas debería ser una vacuna para evitar que se repitan. Nuestro récord no es sin embargo muy alentador. Después del Holocausto, se han repetido hechos igualmente terribles. Camboya, Ruanda, Bosnia o Darfur han sido posibles a pesar de la dolorosa huella dejada en nuestras conciencias por lo ocurrido en los campos nazis. La humanidad no está a salvo de sí misma.

El lema de este año es ‘el poder de las palabras’. Este lema nos dice que estas deben ser un poderoso antídoto contra la repetición de atrocidades similares. Desde 1945, los numerosos testimonios de los supervivientes, plasmados en libros, nos han explicado el punto de vista de las víctimas, de su sufrimiento y de su incredulidad hacia lo que les estaba pasando. Los historiadores nos han explicado quién y cómo planificó el exterminio, cómo se desarrolló y cuántas personas fueron sacrificadas de forma tan abyecta.

Un reciente y excelente libro, ‘Calle Este-Oeste’, del profesor británico Philippe Sands, entrelaza la biografía de cuatro personas relacionadas con aquellos acontecimientos. Dos de ellas nos interesan especialmente: Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin. Ambos eran de origen judío y nacidos en la Galitzia del Imperio Austro-Húngaro, que luego pasó a Polonia. Los dos estudiaron derecho en la Universidad de Lviv (actual Ucrania) y obtuvieron posiciones académicas: Lauterpacht en Cambridge y Lemkin en Estados Unidos. Lo más importante es que fueron los creadores de dos nuevas categorías jurídicas: Lauterpacht de la de ‘crímenes contra la humanidad’ y Lemkin de la de ‘genocidio’. A Lauterpacht le preocupaban especialmente los derechos de los individuos, al margen del grupo étnico, nacional o religioso al que pertenecían y consideraba que el énfasis en la idea de crímenes contra un grupo determinado implicaba entrar en la dialéctica de los asesinos, al dividir a la humanidad en grupos nacionales o étnicos. En cambio, Lemkin consideraba que los crímenes nazis contra judíos, polacos o rusos respondían a un plan en el que los individuos eran asesinados precisamente por su adscripción a un grupo y que era necesario protegerlos en tanto que miembros de dicho grupo y castigar a los perpetradores.

Ambos estuvieron presentes en el juicio de Núremberg contra los jerarcas nazis, con participación en el equipo de fiscales británicos (Lauterpacht) y norteamericano (Lemkin), y trataron que estas nuevas categorías jurídicas se utilizaran en el proceso. Fueron rivales académicos y en Núremberg pesaron más las ideas de Lauterpacht, ya que los criminales nazis no fueron condenados por genocidio y sí por sus execrables crímenes contra la humanidad en tiempos de guerra.

Su influencia en el largo plazo ha sido muy importante. Semanas después del juicio, la ONU declaró que tanto los crímenes contra la humanidad como el genocidio formaban parte de derecho internacional. Lemkin fue además decisivo en la redacción y aprobación de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio aprobada por la ONU en 1948. Una obra escrita por Lauterpacht inspiró la declaración universal de derechos humanos de la ONU.