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La orilla de la salvación del Real Zaragoza está ya en Leganés

El equipo aragonés juega este sábado en el campo del líder un partido de máxima dificultad. El objetivo de la permanencia puede ser un hecho en caso de victoria.

El entrenamiento previo al viaje a Leganés.
El entrenamiento previo al viaje a Leganés.
Rubén Losada

En la cuenta de 10 hacia atrás que la NASA y sus cohetes hicieron popularmente ritual como preámbulo a cualquier acontecimiento o proyecto en sus últimos pasos, la Segunda División va a escuchar al narrador cantar voz en alto el seis. Esas son las jornadas que restan para que este curso 23-24 se acabe. Y el Real Zaragoza ha debido viajar por autovía hasta el sur de Madrid para medirse al Leganés, que es el líder de la categoría en los últimos siete meses, sin interrupción, por lo que ha llegado a estos instantes culminantes de la liga como máximo aspirante a retornar a Primera División, de donde se cayó hace cuatro años.

Si los locales van a respirar durante dos horas en el coqueto campo de Butarque ese ambiente dulzón, un tanto psicotrópico, que genera un final de torneo en el que se toca con las yemas de los dedos un ascenso, el Real Zaragoza, que a los madrileños gustaría que fuese su invitado de piedra, todavía actuará con la presión de quien debe aún cuadrar las cifras con exactitud para huir del mortal riesgo de descenso de categoría. Así que el modo de ver el balón, las porterías, el fútbol en sí, va a tener dos puntos de vista totalmente opuestos: uno en el bando leganense y otro bien alejado en el zaragocista.

Singularmente, el Leganés llega a esta estación de la liga con el cardio alterado por exceso de responsabilidad. Son los sobresaltos nerviosos de los momentos previos a un gran evento. El miedo escénico de los prolegómenos de algo grandioso. Esa visita al baño por inercia un rato antes de llegar algo soñado a la vida de cualquier ser humano. Llevan los madrileños cuatro jornadas con la tensión arterial alborotada, con cuatro empates a cero encadenados, en su casa con el Cartagena y el Espanyol y, fuera, en Huesca y Tenerife. Esta ralentización de reflejos, este temblor de piernas, este nublado de vista puntual propio del estrés de verse tan cerca de un éxito mayúsculo, los ha hecho perder ventaja y, si no ganan tampoco al Real Zaragoza, podrían caerse hasta de las dos plazas de ascenso directo.

En el otro lado, el equipo aragonés acude a Madrid, en su segundo desplazamiento consecutivo que le ordena el calendario, en uno de sus esporádicos episodios de euforia de un año tan raquítico en emociones positivas. Ganar 1-2 en Huesca el sábado último es motivo sobrado para sentirse crecido pues, esos tres puntos, acercaron al Real Zaragoza a la orilla de la salvación casi a tiro de una sola brazada. Y ese es el fin principal de este día en Leganés: aspirar a cuadrar el álgebra y salir de Butarque con 48 puntos en el granero del año y, de este modo, olvidarse de resultados de terceros, cuartos, quintos, de cábalas y combinaciones malévolas del destino.

El Leganés tiene a toda su plantilla en pleno. El Real Zaragoza, por el contrario, suma a sus bajas crónicas por lesiones diversas de Nieto, Guti, Francho y Mollejo al expulsado Mouriño y el, por enésima vez, lastimado Lecoeuche, con músculos de Bohemia. El entrenador abulense de los madrileños, Borja Jiménez (acaba de cumplir 39 años) tiene cera para arder, de sobras. Víctor Fernández, el veterano y laureado técnico zaragocista (63 años), dará un giro más a su tuerca de mago salvador de una situación extremadamente peligrosa (no es la primera vez que pasa por este trance, siempre con éxito) heredada de dos predecesores como Escribá y Velázquez, a base de una alineación hecha a martillazos, porque para él no hay más cera que la que arde. Y no es mucha. 

El arbitraje, siempre asunto clave (mucho más cuando las ligas acaban), correrá a cargo de otro dinosaurio de la división, el manchego Arcediano Monescillo, Dámaso. Estará apoyado en la cibernética del VAR por el vasco Gorostegui Fernández. Una moneda al aire siempre el asunto de los juicios arbitrales. 

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