El colista Amorebieta humilla al Real Zaragoza y deja tocado a Velázquez

En otro partido decadente y pobre, el Zaragoza pierde contra el Amorebieta (0-1), incapaz de generarle peligro ni imponerse en el área del último clasificado, y abre su segunda crisis de la temporada. Velázquez ya ofrece más problemas que soluciones. Un golazo de falta de Morcillo decidió en el 96.

Partido Real Zaragoza-Amorebieta, de la jornada 29 de Segunda División, en La Romareda
Partido Real Zaragoza-Amorebieta, de la jornada 29 de Segunda División, en La Romareda
Oliver Duch

El Real Zaragoza de siempre: insustancial, impotente, incapaz, encogido, raquítico e inofensivo… Pero además agregó nuevas calamidades a su tarjeta de rendimiento: desesperado, desconectado, pusilánime… Malos síntomas en un equipo que se atragantó contra un colista que dio más miedo, no mucho más, pero llevó más amenaza, como ese tiro de Morcillo al larguero en el tramo final que dejó al Zaragoza blanco, para humillarlo en la última jugada: un majestuoso tiro de falta que zurció la derrota aragonesa y puso La Romareda como un volcán de siete bocas.

El Amorebieta, paciente, ordenado, voluntarioso, desactivó por completo a los de Velázquez, un entrenador que ya es más problema que solución, quizá porque le sucede lo peor posible en la gestión de un equipo de fútbol: ni identifica ni reconoce los problemas de su equipo, defectos ya crónicos, irreparables bajo este método. Así, el Zaragoza se hunde en la clasificación poco a poco, incapaz de devolverse victorias para aspirar a aquello que las matemáticas le permiten, pero la realidad de su fútbol no. Un apunte: su dos jugadores más creativos, verticales y desbordantes son sus centrales Francés y Mouriño. Una plantilla, por otro lado, desnortada, enloquecida por los vaivenes de Velázquez: hay futbolistas que ya no se reconocerían ni ante el espejo.

Ante un Amorebieta de habitual defensa de cinco hombres, el Zaragoza recuperó la arquitectura principal de Julio Velázquez, con tres centrales y Zedadka y Valera en los carriles exteriores, reuniendo a sus cuatro medios y dejando a Mollejo como náufrago en la isla desértica de la delantera, haciéndose casi todo él: recoger las ramas, hacerse el fuego, poner los centros y rematarlos al mismo tiempo… Iván Azón fue el gran damnificado del plan de su entrenador: el Zaragoza, en realidad, solo cambió un nombre de su vergonzante derrota de hace dos semanas contra el Cartagena. Se fue el canterano al banquillo y entró Valera. Es decir, en un equipo de consabidos problemas ofensivos, la solución fue quitar al ‘9’, en lugar de rodearlo de mejor arsenal, de completarlo con nuevas notas atacantes. El Amorebieta, por su parte, desmontó su habitual 5-4-1, pero con matices: defendiendo en campo propio, Morcillo cerraba como carrilero; defendiendo arriba, el equipo vasco formaba con un 4-4-2, lo mismo que con la pelota… Y por ahí le empezaron los dolores al Zaragoza: el Amorebieta, lejos de darle terreno y balón, le taponó por dentro, le ahogó la construcción del juego y lo redujo a un equipo de rasgos conocidos: horizontal, desafilado, inofensivo, plomizo, previsible Apenas jugaba de cara… Intentó dominar desde la posesión, pero sin ideas ni intenciones claras. Los visitantes, alternando las presiones, y atacando mucho la diagonal, parecían tener el mapa del partido más despejado.

La primera mitad siguió ese curso. El Zaragoza apenas remató, mientras el Amorebieta fue creciendo con el paso de los minutos. Mollejo, nada más empezar, expuso uno de los defectos que desnudan al Zaragoza: centró y nadie había para el remate más allá de Francho o Mesa. El dinámico delantero, así, era el encargado de centrar en lugar de rematar … Un buen boceto de este Zaragoza abstracto e incoherente pintado por Velázquez.

Un desorden de papeles que se trasladó a otras zonas del campo, con Valera empezando los uno contra uno a cincuenta metros del área con el consiguiente desperdicio de fuerzas… Así, a los ocho minutos, un arreón del Amorebieta desató la orquesta de viento contra el equipo. La Romareda se puso a silbar y aburrirse.

Apenas Francho y Francés daban soluciones de carácter individual. El centrocampista fue el principal eslabón ofensivo de un equipo sin conexiones, sin relaciones naturales, sin equilibrios trabajados ni compensados con la pelota… El Zaragoza era una entidad paquidérmica, pesada, condenada a jugar de cara, sin trazos de elaboración, ni producción de juego. Un tiro de Dorrío lo taponó Lluis López, momento previo a la mejor acción del Zaragoza: Moya detectó el movimiento de Francho -el único con ánimos verticales del equipo-, el zaragozano paró el tiempo tras ganar el espacio, cedió a Mollejo y su remate salió defectuoso. Fue la única acción consistente del Zaragoza en ataque. Lo hizo, precisamente, jugando por dentro, pero su entrenador apenas explota esa vía: todo su juego iba fuera, centros, centros y centros, fáciles de defender para un Amorebieta poco amenazado de rematadores. Una carrera de Valera con tiro a la manos de Campos completó el bagaje ofensivo aragonés, en un duelo al que el Amorebieta le fue perdiendo el respeto, se fue animando y comenzó a poner La Romareda de uñas.

Morcillo, encabezando cuatro acciones, se apoderó de la trama desde el sector izquierdo, pasando por encima de Zedadka. Primero, un centro que Lluis López no dejó a Badía y Dorrío remató mal. Después, con un tiro de falta que blocó el portero zaragocista. Luego, con dos centros cerrados que lamieron el palo.

Antes del descanso, Francho se dolió de un golpe en la cadera. Le relevó, para la segunda mitad, Iván Azón. Un día más Velázquez le pegó una sacudida tremenda al plan de juego, borrando su propuesta inicial, desarmándola, y corrigiéndose a sí mismo: el Zaragoza trasladó a Valera de lado a lado, al extremo derecho, con Mollejo regresando a la izquierda, Azón en punta, un doble pivote, y Francés como lateral izquierdo, arrinconado, desaprovechado en unas funciones para las que cumple porque tiene el talento para ello, pero para la que el equipo debería tener otras soluciones.

El Zaragoza salió con diferente figura, pero mismo contenido. Nada de nada. Aproximaciones, pero sin veneno ni determinación. Todo burbujas. Así, Velázquez sacó a Maikel Mesa -efectista, condicionante y solista- y metió a Enrich para tratar de ganar cuerpo en la zona de remate. Antes, había salido Lasure por Edwards, un regreso celebrado y agradecido por La Romareda a uno de los suyos. El Amorebieta se asentó así ya con cinco defensas: esa malla metálica y el paso del tiempo iban a constituirse en su dos armas esenciales.

El Zaragoza se perdió en su propio laberinto. Las prisas comenzaron a tomar las decisiones. La grada comenzaba a lanzar metralla contra Velázquez. El equipo era un retrato de la impotencia. Nadie inventaba, nadie se asociaba, nadie generaba… Un tiro de Toni Moya en un saque de falta apareció entre la nada.

El técnico movió más fichas en ese páramo en el que se transformó el encuentro: se fueron Toni Moya y Lluis López por el debutante Lucas Terrer -guiño a la tribuna de Velázquez- y Lecoeuche. Tampoco cambió nada. El Zaragoza estaba tieso, y el Amorebieta olió el miedo: un centro envenado de Morcillo fue al palo, el rechace lo remató Sibo a las manos de Badía. Y así, entre un quiero y no puedo aragonés, una falta ya con el reloj en hora la puso Morcillo en la red de Badía y en la frente de Velázquez.

FICHA TÉCNICA

Real Zaragoza: Badía; Mouriño, Lluis López (Lecoeuche, 77), Francés; Zedadka, Moya (Lucas Terrer, 77), Aguado, Francho (Azón, 46), Valera; Maikel Mesa (Enrich, 65); y Mollejo (Vallejo, 89).

Amoebieta: Campos; Álvaro Nuñez (Jorge Mier, 73), Bustinza, Etxeita, Garreta; Sibo, Erik Morán (Yriarte, 73); Dorrío, Edwards (Lasure, 60), Morcillo; y Unzueta (Rayco, 89).

Goles: 0-1, min. 96: Morcillo.

Árbitro: Milla Alvéndiz (Comité Andalucía). Mostró amarillas a Morcillo (49),  Mollejo (59), Lluis López (69), Mouriño (81).

Incidencias: Partido de la jornada 29 jornada de liga en Segunda División jugado en el estadio de La Romareda Hubo 23.000 espectadores en una tarde fresca y con cierzo moderado. Los jugadores lucieron una camiseta con un mensaje de apoyo a Andrés Borge, lesionado de gravedad. Se guardó un minuto de silencio en memoria de Andras Brehme, exjugador del Real Zaragoza recientemente fallecido.

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