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El filial del Villarreal, obligación a la vista para el necesitado Real Zaragoza

El equipo que dirige Velázquez visita este sábado el estadio de La Cerámica sin otra opción que la victoria para salir de su evidente crisis. La liga avanza veloz, no permite ya más castillos en el aire y exige realidades.

Sergi Enrich y Mollejo, en un entrenamiento de esta semana.
Sergi Enrich y Mollejo, en un entrenamiento de esta semana.
Guillermo Mestre

Este sábado 24 de febrero, además de haber partido del Real Zaragoza en Segunda División (a las 18.30 en Villarreal, Castellón) es sábado de rubor para el zaragocismo de solera. Un efecto inevitable que tiene lugar cada vez que el club aragonés ha de rendir visita a un filial de un primer equipo que, en su día, fue el rival en Primera.

Se va a vivir, un día más, una de esas anomalías históricas que, por un rato, desnudan de vez en cuando con crudeza la terrible realidad de la entidad, tan fuera de sitio desde hace 11 años. No les sienta bien este tipo de diagnósticos a los exógenos propietarios y adláteres del momento, por puro desconocimiento de este sentir. Esto viene en el ADN de las personas, en la sangre, en la idiosincrasia de un pueblo. Y eso, o se tiene o no se tiene. Esto no se compra con dineros ni va en ningún paquete accionarial. Es genético, antropológico, étnico, racial incluso.

En este caso, ni siquiera un partido Villarreal (A)-Real Zaragoza sería catalogable como un clásico de Primera. No lo es ni a martillazos. Porque los castellonenses, radicados en un pueblo de 50.000 habitantes, son el más claro paradigma desde hace tres décadas de lo que es el macronegocio del neofútbol creado por el modernismo, que se ha apoderado del viejo balompié en España. Un club de siempre, modesto, colonizado por un capital, mediante el uso de sus emblemas, historial y licencias para, una vez mimetizado con su propiedad ajena a la sustancia de sus orígenes, crecer –en este caso concreto de modo exagerado, desmesurado–, hasta generar una compañía impropia en tamaño respecto de la plaza en la que se asienta. El Villarreal fue siempre un equipo de Tercera División, Segunda B y, muy esporádicamente, con algún paso por Segunda hasta los años 70 del siglo pasado. Lo del presente es un engendro tan legítimo para sus hacedores como, postizo, extraordinario y fuera de lo común para el resto.

Así que, el hecho de que el Real Zaragoza deba de jugarse hoy las habichuelas, no ya contra ese primer equipo villarrealense que es uno de los nobles de Primera hace un tiempo y compite en Europa con asiduidad (ahí sigue, ahora con el exzaragocista Marcelino García Toral como chófer), sino contra su filial, el B, duele per se.

Recordada esta secuencia, para alivio moral necesario de miles y miles de zaragocistas genuinos (no cuentan aquí los de aluvión) y, seguramente, para que de paso los extrínsecos vuelvan a no entender nada y repudien este tipo de apuntes hechos desde el corazón y las entrañas de un linaje imborrable, es cuestión irrechazable tener que analizar este anormal duelo de hoy en Villarreal.

No cabe quejarse en exceso, bien mirado a priori. Podía ser más doloroso si el escenario, en vez de ser –como es, afortunadamente– el viejo El Madrigal, remozadísimo, ampliado y convertido en un monstruo urbanístico en pleno callejero del centro de la población villarrealense, ahora llamado La Cerámica por cuestiones industriales, fuese el campo de la Ciudad Deportiva de Miralcamp. Al menos, en Villarreal, no se vivirán las sensaciones de Lezama, con el Amorebieta, o aquellas más pretéritas con el Sevilla Atlético en la carretera de Utrera, o las de Valdebebas con el Castilla...

El estadio amarillo, ahora capaz de albergar a 23.500 espectadores, acojerá casi vacío este envite de la división de plata. Ya pasó el año pasado. Se jugará fútbol con eco. Con sonido ‘surround dolby estéreo’ desde el césped hacia los empinados graderíos, escuchándose con nitidez los gritos, indicaciones, discusiones y demás efectos orales que los protagonistas emitan hacia las tribunas.

De Villarreal y alrededores, a ver al filial no suelen ir más de 1.500 personas en un día ordinario. Por lo tanto, salvo que los socios del club local hagan un esfuerzo extra (les han regalado cinco entradas por cabeza desde la directiva, más no pueden pedir), es posible que en el hueco coliseo de La Cerámica haya más zaragocistas que autóctonos. Porque, en varias remesas, el Real Zaragoza ha vendido durante la semana, en tiempo récord, 2.115 localidades facilitadas por los de la comarca de la Plana Baja. Y unas cuantas de esas entradas con origen en Villarreal van a ser para zaragocistas de la zona, por lo que se puede asegurar que serán unos 2.400 los blanquillos que ahí se den cita.

De fútbol puramente dicho, más de lo mismo en relación a lo vivido en las últimas semanas. El Zaragoza jugará obligado por su mala clasificación (sí, mala, es el 12º, a seis puntos del ras de la promoción y a siete del descenso, que marca precisamente el Villarreal B). Todo lo que no sea ganar será escaso, una vez más, para este equipo de Velázquez que es feo de ver y cuya solvencia ya no da los mínimos exigibles tras sus dos derrotas en cadena ante Eibar y Cartagena. Mucho más tras conocerse que su techo salarial es el 4º de la competición. Una faena para la labor doctrinal desde la SAD.

Julio Velázquez sigue refractario a la realidad de la afición, de los mortales. Va a lo suyo. Este «es un partido más» para él, un técnico opaco que chirría. Nada transmite, todo es repetitivo semana a semana. Si hay novedades en el once inicial, se descubrirán a bote pronto.

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