Los mil años de historia de los olivos más antiguos de Aragón: de las correrías del Cid a las jotas entre sus ramas

Algunos de los olivos de la Olivera de Mas de Conesa, en el Bajo Aragón, datan de época islámica y han sido testigos de los acontecimientos de este territorio durante los últimos 1.000 años.

Carlos Pedro, uno de los propietarios de la Olivera de Mas de Conesa, en Las Parras de Castellote, entre las ramas de uno de los olivos milenarios.
Carlos Pedro, uno de los propietarios de la Olivera de Mas de Conesa, en Las Parras de Castellote, entre las ramas de uno de los olivos milenarios.
C.P.

Que Aragón es tierra de aceite y olivos es de sobra conocido. El aceite del Bajo Aragón es célebre en el mundo entero y sus olivares han sido, durante siglos, el modo de vida de una gran parte de sus habitantes. Algunos de estos árboles acumulan muchos años en sus ramas y han dado sustento a familias durante generaciones. Otros, además, han sido testigos de la historia de nuestro territorio desde antes incluso de que existiera como tal.

Es el caso de la Olivera Grande del Mas de Conesa, en Las Parras de Castellote, en el Bajo Aragón. Sus propietarios ya sabían de la antigüedad de estos árboles, pero no podían imaginar que el origen de dos de ellos se remontase a más de 1.000 años atrás. Es la fecha que ha revelado la datación mediante Carbono 14 que se ha hecho de sendos olivos y de cuyos resultados, HERALDO se hizo eco el pasado 10 de noviembre en un reportaje realizado por el periodista Luis Rajadel.

Uno de ellos, en concreto, fue plantado hace 1.044 años, es decir, en el año 989 d. C, antes de cumplirse el primer milenio de nuestra era. Es casi imposible pensar en ello sin sentir algo de turbación. “Los olivos de Más de Conesa junto con los de la Olivera de Cervera, en Belmonte de San José, también con 1.000 años de antigüedad, son la excepción en Aragón, donde la mayoría de los ejemplares más longevos datan de hace unos 800 años”, afirma Fernando Zorrilla, coordinador del proyecto Oliveras Centenarias.

Una forma de vida en torno a un árbol

Plantado en época islámica

El olivo de Mas de Conesa fue plantado en época islámica. En el siglo X, cuando el territorio que hoy es el Bajo Aragón se encontraba bajo dominación musulmana. Creció en medio de las luchas de la conquista cristiana, vivió su plenitud siendo testigo de la formación del Reino de Aragón y conoció las diferentes guerras y conflictos que ha atravesado nuestro territorio: la Guerra de Sucesión, las Guerras Carlistas, la de la Independencia y la Guerra Civil. 

"Han conocido la Guerra de Sucesión, las Guerras Carlistas, la de la Independencia y la Guerra Civil" 

Sus olivas las han recogido manos que profesaban religiones diferentes, su leña ha servido para calentar a caminantes, fugitivos y soldados y hoy, más de 10 siglos después, sigue en pie esperando sobrevivir a lo que le depare el futuro.

“La datación de esos olivos en el siglo X confirma la producción de aceite en el Bajo Aragón durante la época islámica que ya estaba documentado en Alcañiz”, dice José Antonio Benavente, arqueólogo y presidente del Taller Arqueológico de esta localidad. “Aunque hay que recordar que el cultivo del olivo en Aragón se remonta con seguridad hasta la época romana, en el siglo I antes de Cristo.”, asegura. 

"El cultivo del olivo en Aragón se remonta con seguridad hasta la época romana, en el siglo I a.C."

Precisamente, el Taller Arqueológico de Alcañiz va a publicar a comienzos de 2024 un libro monográfico sobre la historia del aceite en el Bajo Aragón, en el que diferentes expertos abordan la visión del olivo y el aceite desde todas las épocas hasta la actualidad en este territorio. 

Portada del libro monográfico sobre la historia del aceite del Bajo Aragón, del Taller de Arqueología de Alcañiz.
Portada del libro monográfico sobre la historia del aceite del Bajo Aragón, del Taller de Arqueología de Alcañiz.
J.A.B.

Se han encontrado restos arqueológicos de prensas de aceite y bodegas en el yacimiento íbero romano del Palao, del Alcañiz y en la villa romana de Gurrea de Gaén”, afirma el arqueólogo. “En la época hispano visigoda e islámica permanece, aunque no se han encontrado indicios de una producción tan importante”, apunta. Es en esta última época en la que se enmarcaría el nacimiento de los olivos milenarios de Más de Conesa.

“En ese momento, en el Bajo Aragón estaba presente la cultura andalusí y este entorno rural estaría formado por pequeñas aldeas y alquerías distribuidas de forma dispersa que se dedicarían a la agricultura”, explica Benavente. “Lo más probable es que esos pobladores utilizasen las infraestructuras de regadío de época romana que existen por la zona y que han estado en uso hasta nuestros días”, continúa.

Las órdenes militares y el Cid

“Tras la conquista cristiana, en el siglo XII y XIII, estos territorios sufren una reorganización y acaban en manos de órdenes militares como la de Calatrava o los templarios. Se va conformando un paisaje y una nueva distribución urbana con la creación de los municipios que han llegado hasta la actualidad”, prosigue el arqueólogo. 

“Los gobernantes facilitan la llegada de nuevos pobladores del norte que se establecen en estas zonas, a los que se les proporcionan tierras para que se instalen y lo repueblen”, añade. En el caso de Las Parras de Castellote, se trataría de un pequeño núcleo de población que dependería de la orden de los Templarios, asentados en la población cercana de Castellote.

"Estos olivos han sido testigos de todos los acontecimientos que han tenido lugar en 1.000 años"

Durante los años de conquista cristiana, los olivos de Mas de Conesa bien pudieron conocer al Cid, en alguna de sus correrías entre el Valle del Ebro y Valencia, ya que la zona es el camino natural hacia Levante, sin embargo, “no hay ninguna confirmación al respecto”, afirma Benavente. Lo que sí que está claro es que estos árboles han sido “testigos de todos los acontecimientos de la historia que han tenido lugar en esta zona a lo largo de 1.000 años”, añade. 

"Los fugitivos de las Guerras Carlistas se ocultaban en los troncos huecos de los olivos para salvar la vida"

“Tenemos que pensar que este olivar estaba en pie antes de que se descubriese América”, indica Fernando Zorrilla, por su parte. “Hay historias y leyendas en la zona que hablan de fugitivos de las Guerras Carlistas que se ocultaban en los troncos huecos de los olivos para huir de una muerte segura a manos de las tropas”, relata. Quizá los de Mas de Conesa también sirvieran de refugio en algún momento determinado de nuestra historia. “En otros olivos todavía se pueden ver las marcas que se hicieron para repartirlos durante la colectivización anarquista en la Guerra Civil, como los que hay en Calanda”, apunta.

Jotas en las copas y aceitunas asadas

Fuera de conflictos, el día a día en estos olivares fue muy similar desde el siglo XIV hasta el XX. “Algunos eran propiedad de grandes familias y otros de pequeños agricultores. Gente modesta y humilde que trataban de vivir de sus campos porque el aceite ha sido el motor que ha impulsado siembre el desarrollo del Bajo Aragón”, pone de manifiesto Zorrilla.

“La recolección de la oliva era dura y se enmarca en los meses más fríos del año, entre noviembre y enero. Las familias acudían todas a los olivares para ayudar en la recogida entre nieblas muy densas y temperaturas bajo cero”, explica el coordinador del proyecto Oliveras Centenarias. “Podemos imaginar cómo se les entumecerían los dedos, que no llevaban cubiertos, para poder coger bien la oliva. En los tajos se juntaban personas de otros pueblos que venían a trabajar la temporada y se hacían hogueras para calentar la comida porque se pasaba el día entero en el olivar”, añade Zorrilla.

"Podemos imaginar cómo se les entumecían los dedos, que no llevaban cubiertos, para coger bien la oliva"

Recuerdo a las mujeres, trabajando en el tajo de rodillas, para recoger las olivas del suelo, y a los hombres encaramados a las ramas en largas escaleras con las varas para golpear y desprender la aceituna”, cuenta Miguel Labuena, un agricultor jubilado y natural de una de estas localidades bajoraragonesas que pasaba todos los inviernos ayudando a su familia en las campañas de la aceituna. 

Olivo milenario de la Olivera de Mas de Conesa, en Las Parras de Castellote, Teruel.
Olivo milenario de la Olivera de Mas de Conesa, en Las Parras de Castellote, Teruel.
C.P.

“Los chicos también echábamos una mano, y yo recogía los capazos de las mujeres para llevarlos a los sacos que se metían en los carros o que llevaban las mulas a cuestas”, recuerda. “Se asaban aceitunas en las brasas y las mujeres cantaban romances y coplas antiguas. Los hombres se arrancaban con más de una jota desde la copa de los olivos y se contestaban cantando de un tajo a otro, porque estaba todo el pueblo repartido entre los distintos olivares”, continúa este agricultor octogenario.

"Se asaban aceitunas en las brasas y las mujeres cantaban romances y coplas antiguas"

Dos siglos en la misma familia

Eso es lo que, seguro, también habrán visto los olivos milenarios de Mas de Conesa a lo largo de los siglos. Desde el XIX la familia de Carlos Pedro, uno de los propietarios de la olivera milenaria de Mas de Conesa, ha trabajado estas tierras. Los primeros de los que tienen constancia fueron los abuelos de su bisabuelo. Entonces, existía la tradición del 'hereu', por la que las tierras pasaban únicamente al hijo mayor y no se repartían entre los hermanos. 

Carlos Pedro, propietario de la Olivera Grande del Mas de Conesa, junto a este árbol con 1.044 años de vida.
Carlos Pedro, propietario de la Olivera Grande del Mas de Conesa, junto a este árbol con 1.044 años de vida.
Fernando Zorrilla

Así llegaron hasta sus bisabuelos, Mariano Sorribas y Mariana Adell. Ellos pusieron fin a este tipo de herencia y desde entonces las tierras se repartieron entre sus descendientes, siendo ahora varias ramas familiares las propietarias de los 32 olivos, “todos ellos centenarios”, entre los que se encuentran los dos árboles milenarios.

“El futuro próximo es hacerlos visitables, que ya lo hemos conseguido. Me gustaría también que pudieran catalogarse como árboles singulares de Aragón”, desea Pedro. “Han pasado unos 50 años yermos, nadie se acordaba de ellos y espero que de alguna forma se puedan preservar para las generaciones futuras", señala. 

Ahora "les estoy colocando el riego por goteo y limpiándolos de vegetación para que se recuperen y espero que, con la colaboración del ayuntamiento de Las Parras de Castellote y de los servicios forestales del Gobierno de Aragón, podamos crear un precioso rincón donde puedan sobrevivir muchos años más”, concluye uno de los actuales propietarios.

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