despoblacion 

Ascensión regresa a Berroy, el pueblo abandonado que dejó hace casi un siglo: "Me encontré un desastre"

Ascensión Allué Luis, de 92 años, ha visitado este municipio del valle del Ara, en Huesca, tras irse de allí con su familia en 1934.

Viaje de la familia de Ascensión Allué al pueblo despoblado Berroy el pasado 16 de agosto.
Viaje de la familia de Ascensión Allué al pueblo despoblado Berroy el pasado 16 de agosto.
Familia de Ascensión Allué

Ascensión Allué Luis cumplirá 92 años el próximo 25 de noviembre. Casi toda su vida ha residido en Garrapinillos desde que sus padres decidieron marcharse de Berroy (Huesca), en el Pirineo altoaragonés, en febrero de 1934, cuando ella apenas tenía 3 años. Pasado casi un siglo, no ha dejado de pensar cómo fue su infancia allí. Y ha querido regresar.

Ascensión paseó, rodeada de sus familiares, por las calles de su pueblo el pasado 16 de agosto. Allí se encontraron las casas tapadas de hierba y los restos del hogar donde vivió con sus padres y dos hermanos. También descubrió un mapa de Europa en una pared del aula de la vieja escuela. Unas imágenes "tristes". 

Berroy era un pequeño pueblo que pertene al municipio de Fiscal, en la comarca del Sobrarbe y el valle del Ara. Llegó a tener 25 casas y hasta acogió a un centenar de vecinos en 1920. Situado bajo el pico del mismo nombre del pueblo, quedó deshabitado a finales de los años 60, cuando se marcharon los últimos vecinos y el Patrimonio del Estado lo adquirió para convertirlo en un bosque y en un espacio para cazadores.

La familia de Asunción Allué Luis es un ejemplo de cómo ha evolucionado la población en la Comunidad. Un informe especial del Justicia de Aragón sobre la despoblación señaló que en 1900 la población era esencialmente rural y no llegaba a un 25% la que vivía en núcleos urbanos. Ahora, la mitad de los 1.351.492 aragoneses reside en la urbe zaragozana, otro 20% está en núcleos de más de 5.000 habitantes y el mundo rural se queda reducido al 25%.

Ascensión Allué Luis con sus hijos María Pilar y Pepe, y su nieta Raquel, en su casa de Garrapinillos.
Ascensión Allué Luis con sus hijos María Pilar y Pepe, y su nieta Raquel, en su casa de Garrapinillos.
Guillermo Mestre

Viaje en el tiempo

La altoaragonesa regresó con sus dos hijos -María Pilar y Pepe Luna Allué-, sus respectivas familias y algunos amigos a Berroy, "un viaje en el tiempo". Ascensión fue la tercera de seis hermanos (cinco chicas y un chico) y resultó ser "la última" que nació en Berroy en 1931.

"Quería volver para recordar dónde había vivido, ya que en mi familia yo fui la última que estuvo allí. Me encontré un desastre porque solo se veían los tejados de las casas ya que han crecido mucho los árboles y la hierba, que no dejaban verlas", describe Ascensión. "Solo vimos bien la iglesia abandonada", añade.

Nadie quiso retornar a Berroy para repoblarlo, en contra de lo que pasó con otros habitantes del cercano Jánovas, otra pedanía de Fiscal, al no seguir adelante el proyecto del embalse preparado por Iberdrola para 1951. Allí, la última pareja que vivió, Emilio Garcés y Francisco Castillo, fue expulsada en 1984 tras derribar su casa. Pero en el siglo XXI, los vecinos sí han podido recuperar sus casas. “Nosotros no pudimos volver a vivir allí porque fue vendido al Patrimonio forestal; reforestaron los árboles del monte y se lo dieron a los cazadores”, cuenta la mujer, quien mantiene una lucidez sorprendente para su edad.

"Casa Lacasa era la nuestra. La de mi madre, Casa Diego; al lado, Casa Franco... Luego estaba Casa Benita, Casa Sanromán…", enumera algunas de las casi 25 que hubo. "Mi padre Domingo Allué fue alcalde del pueblo, el último que hubo, y además hizo la escuela para los chicos y subió la luz eléctrica", detalla.

Viaje de la familia de Ascensión Allué al pueblo despoblado Berroy el pasado 16 de agosto.
Foto de Berroy el siglo pasado
Familia de Ascensión Allué

Buscar una alternativa cerca de Zaragoza 

La situación económica no era buena en la zona en los años 30, antes de la Guerra Civil, y esto les llevó a emigrar porque el edil veía que no habría futuro. "Mi padre le dijo a un amigo suyo si podían buscarle una finca por abajo, cerca de Zaragoza, y le contó que había una en Torre Medina, cerca de Garrapinillos. Le gustó y ya nos trasladamos, aunque los abuelos se quedaron en el pueblo", recalca Ascensión Allué, rodeada de sus hijos y su nieta Raquel, de 34 años.

Cuando el pueblo se vendió al Estado, la última familia que moraba se instaló en  Sabiñánigo, localidad que ha recibido muchos habitantes de las poblaciones abandonadas del Pirineo. Los abuelos de Ascensión se quedaron en Berroy, pero la huída estaba marcada.

Aunque cuentan que llegaron a tener una posibilidad de haber recuperado algunas casas del pueblo, los vecinos no se decantaron por el regreso, como sí ocurrió en otros municipios cercanos, ni siquiera por la nostalgia. "Mi tío que era el mayor de los hijos decía que nunca volvería al pueblo por lo que le tocó trabajar allí", señala Pepe Luna Allué, el hijo pequeño de Ascensión, quien celebró su boda con un viaje a Berroy en 1995. 

Viaje de la familia de Ascensión Allué al pueblo despoblado Berroy el pasado 16 de agosto.
Viaje de la familia de Ascensión Allué al pueblo despoblado Berroy el pasado 16 de agosto.
Familia de Ascensión Allué

Estudiar y trabajar 

Ascensión revive que a mediados de los años 30, cuando se instalaron en Garrapinillos, conoció la primera escuela en Torrenueva, pero reconoce que siendo pequeños tenían que compartir los estudios con el trabajo. "Mis padres tuvieron vacas y teníamos que ordeñar a mano. Y también les ayudábamos en el campo, dayando el alfalce o rollando el fajo", rememora su infancia.

Aun así, el padre se empeñó en que sus hijos pudieran ir a un colegio de Zaragoza "como si fuera un adelantado de su época", señala su nieta María Pilar Luna Allué. Mandó a su hija con 10 años a vivir con una tía para que estudiara en un colegio de monjas del convento Santa María de Concepción, situado en la avenida de Valencia, y luego acudió al de Santo Tomás de Aquino.

Pero lo que no puede olvidar Ascensión fue cuando sus padres la enviaron de nuevo a Berroy durante seis meses para ayudar a los abuelos. Entonces tenía 11 años. "Lloré más que el agua que pasa por el río Ara porque no quería estar allí. Tenía que estar con los machos", rememora sobre su trabajo en el pueblo. "Tenía miedo de que me dejaran allí y quería volver con mis padres. Pasamos los machos por Yebra de Basa para coger el tren en Sabiñánigo", evoca.

Ascension Allué con su hijo Pepe, en su casa de Garrapinillos.
Ascension Allué con su hijo Pepe, en su casa de Garrapinillos.
Guillermo Mestre

Un pueblo en alto 

El pueblo estaba situado "en una ladera y muy alto", y "los vecinos lo abandonaron porque los accesos solo eran caminos de piedras", coinciden Pepe y María Pilar. Aun así, cuando fueron a Berroy hace dos semanas coincidieron con unos familiares de Barcelona y mencionaron que la iglesia de San Ramón era muy grande para la población que tenía. La escultura del santo se la llevaron a la próxima iglesia de Borrastre.

"Volví por ver cómo estaba el pueblo este verano, pero no porque me llamara quedarme allí", asume la última niña de Berroy. "Estaba un poco impracticable cuando lo vimos". Cuando se le pregunta a Ascensión por municipios abandonados de su zona que conoce, los enumera con claridad: Cillas, Cortillas, Basarán y Escartín. "Y estaba Bergua también, pero lo recuperaron unos hippies al principio hasta que volvieron sus vecinos", apunta María Pilar Luna.

De Llamazares a la riada de Biescas 

No han leído la novela que escribió Julio Llamazares, dedicado al pueblo Ainielle, que se despobló y pertenecía a Biescas. Allí les sorprendió, el 7 de agosto de 1996, la trágica riada, de la que se salvaron "milagrosamente". La madre estuvo dos semanas en la uci del Hospital de San Jorge, pero de esto prefieren no entrar en su memoria.

Pepe Luna mantiene su pasado pirenaico familiar porque tiene un apartamento en Sallent de Gállego y vivió la expropiación de Lanuza por el embalse, que empujó a los vecinos a guardar hasta la campana de la iglesia. 

Pero en Berroy aún sigue estando visible una campana, casi 60 años después de su despoblación. "Bebimos agua del pueblo abandonado", destaca Raquel, y su abuela presume que le preguntó el camarero del restaurante Río Ara si podrá volver a verla el año que viene, cuando haya cumplido los 92 años. Y regresará...

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión