Miravete de la Sierra: un lugar de cuento que intenta resurgir

Un emprendedor acaba de llegar a un municipio que corre el riesgo de desaparecer por falta de población. Adolfo Juan trae ideas para rentabilizar un patrimonio arquitectónico espectacular.

Fernando Sangüesa –a la izquierda– y Adolfo Juan, en la sala de estar del hostal Casa del Cura, que vuelve a funcionar.
Fernando Sangüesa –a la izquierda– y Adolfo Juan, en la sala de estar del hostal Casa del Cura, que vuelve a funcionar.
Jorge Escudero

Cuando uno llega a Miravete de la Sierra se le abren, de repente, los ojos y la mente. Como quien encuentra la prueba irrefutable de una verdad solo sospechada, así cae en la cuenta el visitante de los estragos que la emigración ha hecho en la provincia de Teruel.

Miravete de la Sierra

¿Cómo es posible que en un pueblo que nada debe envidiar a los que inspiraron en el siglo XIX los bucólicos cuentos de los Hermanos Grimm o Christian Andersen vivan solo seis personas –el más joven de 55 años–? ¿Que su magnífica iglesia gótico-renacentista, su puente medieval sobre un naciente río Guadalope, sus calles empedradas –una joya–, sus casas solariegas y su fuente de agua clara y sonora en medio de la plaza no tengan público? Pues esto ocurre en Miravete de la Sierra, que llegó a tener 2.500 habitantes a principios del siglo XX.

A punto de desaparecer, el pueblo se ha convertido en un símbolo de la provincia de Teruel. Ya lo fue en verano de 1977, recién estrenada la democracia, cuando 2.500 personas ­–muchas de ellas intelectuales– lo eligieron para celebrar allí las jornadas ‘Salvemos Teruel’. Ahora, la plataforma ciudadana Teruel Existe ha retomado aquel espíritu reivindicativo que reinó en Miravete de la Sierra.

Pero ha llegado Adolfo Juan Redondo para cambiarlo todo. O eso pretende este madrileño con raíces turolenses –su padre es de Pozondón–, que acaba de hacerse cargo de la Casa del Cura –el único hostal en el pueblo–, el multiservicio y las dos casas de turismo rural que existen.

Sentado en la sala de estar de la Casa del Cura, un acogedor edificio con paredes de piedra y vigas de madera visibles en el techo que cuenta con 7 habitaciones abiertas al público, Adolfo cuenta que quiere dar una nueva vida a esta población cuyo encanto también llamó la atención en 2008 de la prestigiosa agencia publicitaria Shackleton, que puso en marcha una campaña de promoción experimental en televisión e internet titulada ‘El pueblo en el que nunca pasa nada’.

Para él, el aterrizaje en Miravete de la Sierra igualmente supone pasar página, pues deja atrás el zarpazo de la crisis, que se llevó por delante su empresa de fontanería en Madrid con 21 empleados, y la sordidez de la vida nocturna que hubo de soportar durante casi dos años en los que gestionó un bar musical.

En su cabeza, bullen las ideas. Hace tiempo que soñaba con trabajar en la zona del Maestrazgo y por fin lo ha conseguido, así que ahora solo desea ponerse manos a la obra. Lo primero que ha hecho es pintar y dar un nuevo aire a la Casa del Cura, ya que el edificio lo necesitaba. El paso siguiente será conseguir clientes que lleguen a sus establecimientos atraídos por el valor del paisaje y por la posibilidad de recorrer todos los municipios del entorno.

Entre sus proyectos figura la creación de un campamento indio con tipis –la tienda cónica característica de los pueblos indígenas nómadas de Estados Unidos– en el que podrían, incluso, recrearse antiguas danzas, ceremonias y rituales por indios nativos que se cuentan entre sus amistades. Abrir un núcleo zoológico es otra de las posibilidades. Sus hijas, de 25 y 21 años, aunque se encuentran estudiando en Madrid, también se han implicado en la aventura de su padre, a quien respaldan aportando multitud de ideas para llevar a cabo en Miravete de la Sierra con ayuda de amigos. "Puede parecer extraño, pero hay personas que quieren hacer cosas en el medio rural", afirma el hostelero.

Tranquilidad

Junto a Adolfo, al calor tibio de una estufa de pellets, se encuentra su buen amigo y teniente de alcalde de Miravete de la Sierra, ya jubilado, Fernando Sangüesa, quien reside en Madrid, pero se turna con su hermano para cuidar, un mes cada uno, a su padre y a su madre, ambos con más de 90 años de edad y vecinos de la localidad turolense. El concejal define el contraste entre la vorágine de la capital española y la tranquilidad de Miravete como "pasar de la noche al día". Cultivar un huerto, pasear y leer, son sus actividades cuando se encuentra en este idílico pueblo del Maestrazgo en el que abundan las fuentes naturales.

Fernando es otro enamorado de Miravete de la Sierra. "Las calles medievales, el pórtico de la iglesia, el puente a la entrada del pueblo y la naturaleza que lo rodea, son recursos más que suficientes para atraer turismo", afirma ilusionado. Explica que en el pueblo duerme tan plácidamente como cuando era un niño, a pesar de que las campanas de la iglesia suenan cada media hora.

Ambos, Adolfo y Fernando, lamentan el "montón" de casas vacías que hay en el pueblo, si bien muchas de ellas se ocupan en agosto con los veraneantes. Es entonces cuando Miravete despierta de su pesadilla y recupera, por unas semanas, el bullicio de antaño.

La lucha del pueblo por conservar la iglesia dedicada a Nuestra Señora de las Nieves

Más de una década lleva el Ayuntamiento de Miravete de la Sierra luchando por conseguir fondos que permitan una restauración integral de la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de las Nieves. Se trata de un templo gótico-renacentista que fue construido en 1574 –como se indica en uno de sus muros– totalmente en sillares de piedra, con bóvedas de crucería estrellada y con unas dimensiones considerables, lo que da idea de la mayor prosperidad que en el siglo XVI tuvo la localidad. Su interior está profusamente decorado con pinturas de estilo barroco-clasicista realizadas en 1802, otra fecha que también aparece reflejada en las paredes de la iglesia. Destaca la torre, de cuatro cuerpos y gran altura, que en su parte inferior tiene un pasadizo que comunica con el resto de la población.

El mal estado del tejado hace que la humedad esté afectando gravemente al edificio. Tras una inyección de 60.000 euros de la DGA, se pudo restaurar recientemente el ábside y parte de la techumbre, pero quedan obras por hacer que necesitan de un presupuesto cercano al millón de euros.

Una carretera entre grandes montañas de roca con el mismo trazado que hace un siglo

El desvío que desde la A-226 de acceso al Maestrazgo hay que tomar para llegar a Miravete de la Sierra es una carretera de otra época. Salvo algún pequeño tramo de escasos metros reparado hace poco, el resto no tiene arcenes señalizados ni línea divisoria, el firme está lleno de baches y la calzada es tan estrecha que no pueden circular a la par dos coches. Junto con la restauración de la iglesia parroquial, la mejora de esta vía de entrada a la población es otra de las grandes reivindicaciones de sus vecinos.

Todas estas dificultades se ven compensadas, no obstante, con el paisaje por el que discurre la carretera. Imponentes formaciones rocosas se levantan a un lado y otro de la vía, anunciando la proximidad del parque geológico de Aliaga, único en el mundo.

El río Guadalope, afluente del Ebro, que baña en su curso alto a esta localidad, es otro de los atractivos del paraje. A su orilla crecen, esbeltos, los árboles y prolifera la vegetación por todas partes. El puente medieval de piedra que sirve para pasar de una orilla a otra a las puertas del caserío urbano se ha convertido en una de las imágenes más características de este municipio del Maestrazgo.

LOS IMPRESCINDIBLES

Bóvedas estrelladas 

La nave de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves está cubierta con bóvedas de crucería estrellada de muy buena factura. El interior de este templo, pintado al estilo barroco a principios del siglo XIX, es de obligada visita.

El atrio

Como en los templos romanos y medievales, un patio o atrio porticado se abre ante la fachada principal de la iglesia. Llaman la atención sus robustas columnas y los capiteles decorados con motivos vegetales que soportan los arcos.

El Mirador

Una empinada cuesta entre el Ayuntamiento y la iglesia sube hasta la parte más alta del pueblo, donde existen algunas rocas que muchos consideran la base de un castillo ya desaparecido. Desde allí se ve todo el pueblo  y buena parte del horizonte.

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