Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El origen del planeta de los canijos

¿Cómo evolucionaron las especies ante otros calentamientos globales? ¿Cómo lo harán ante este?

Comparación entre el tamaño de piezas dentales fósiles de dos ejemplares de la misma especie, uno anterior al PETM-2 y otro del PETM-2
Comparación entre el tamaño de piezas dentales fósiles de dos ejemplares de la misma especie, uno anterior al PETM-2 y otro del PETM-2
University of New Hampshire

Ayer y hoy: mamíferos menguantes
Hace más de 50 millones de años, a comienzos del Eoceno, la Tierra experimentó una serie de abruptos episodios de calentamiento global provocados por alteraciones a escala planetaria en el ciclo natural del carbono que desembocaron en un aumento de la concentración de CO2 atmosférico. Eventos similares en muchos aspectos al actual calentamiento global motivado por la injerencia de la actividad humana en el mencionado ciclo.

Hace unos 56 millones de años, se produjo el más importante de estos fenómenos, el denominado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM por sus siglas en inglés), cuyos efectos se dejaron sentir durante 180.000 años y que provocó que la temperatura media del planeta se incrementase entre 5 y 8ºC. ‘Apenas’ tres millones de años después, tuvo lugar un segundo episodio similar aunque menos potente (PETM2), que se extendió unos 100.000 años y durante el cual la temperaturas se elevaron un promedio de 3ºC.

Ahora, un estudio efectuado por climatólogos de la Universidad de New Hampshire y recientemente publicado en ‘Science Advances’ reporta que en ambos eventos se produjo una significativa reducción del tamaño corporal de los mamíferos que poblaban el planeta en aquella época. El análisis del registro fósil de algunas de las especies más representativas muestra una disminución de la talla del 30% durante el PETM y en torno al 15% en el PETM2. Esta reiteración avala la hipótesis de que la tendencia al ‘enanismo’ es una respuesta evolutiva común entre los mamíferos y probablemente en todos los animales terrestres de cierto tamaño ante un súbito y pronunciado calentamiento global.

La reducción de tamaño corporal aumenta la relación superficie/volumen, que facilita el intercambio de calor con el medio en los animales homeotérmicos. Condición que explica –y al tiempo se demuestra observando– el menor tamaño de los animales que pueblan las regiones más cálidas del planeta. El mecanismo evolutivo actuaría, entonces, mediante selección natural, favoreciendo a los ejemplares –y sus genes– mejor adaptados a las nuevas condiciones reinantes. Además, el incremento del CO2 atmosférico afecta negativamente a la disponibilidad de nutrientes, al limitar el crecimiento de la masa vegetal y, por consiguiente, afecta a toda la cadena trófica desde su base. Y una menor disponibilidad de alimento se traduce también en un menor desarrollo.

Futuro: humanos más chatos y de tamaño hobbit
Teniendo en cuenta que durante el siglo XX la temperatura promedio del planeta se elevó casi 1ºC y que a día de hoy todo apunta a que este aumento va a continuar y a un ritmo exponencial, muy posiblemente nuestros descendientes, las generaciones futuras, habitarán un mundo donde los ‘grandes’ mamíferos terrestres ya no lo sean tanto, sino más bien reproducciones a escala reducida, de las especies actuales. Tamaño poni, para entendernos.

Más allá de cómo afecte eso a las carreras de caballos y al negocio de los hipódromos, lo trascendente es que esta disminución del tamaño condicionará la disponibilidad de carne ya que, como hemos visto, a menor tamaño, todo es ‘piel y huesos’, obligando a un repunte del vegetarianismo y del consumo de carnes artificiales y sintéticas.

Además, en el marco del planteamiento de recuperar los métodos y sistemas tradicionales a fin de reducir el consumo de combustibles fósiles, volver a la tracción animal ya no será una alternativa tan ‘sostenible’. Aunque es probable que los humanos del futuro no aprecien estos inconvenientes, pues ellos también habrán adaptado su tamaño a las nuevas condiciones. Y, desde su perspectiva todo será, si no igual, sí equivalente.

Eso sí, el Homo sapiens del futuro, además de ser más canijo –tamaño Homo floresiensis o, si se ve más claro, tamaño hobbit de la Tierra Media–, será también más achatado. Entendiendo como tal que tendrá la nariz chata a tenor de otro estudio, también publicado recientemente, este en ‘Plos Genetics’, y que concluye que la forma y dimensiones de la nariz están modeladas por las condiciones climáticas imperantes. De nuevo, una respuesta evolutiva en busca de la mejor adaptación.

El principal papel de la nariz, más allá de filtrar y eliminar impurezas, es acondicionar el aire, en cuanto a su temperatura y grado de humedad, antes de que acceda a los pulmones. Las narices más estrechas, que tienen un mayor tiro, calientan más eficazmente el aire. Por el contrario, las más chatas lo calientan menos, pero permiten una entrada de un volumen mayor en cada inhalación. Un factor importante en presencia de una atmósfera cargada de CO2 y otros gases de efecto invernadero y, por tanto, con una menor concentración de oxígeno.

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