Heraldo del Campo

"El campo es muy bueno, pero tiene una parte muy sacrificada"

Angelines Briceño vive desde hace más de 30 años en la comarca del Sobrarbe. Aquí ha hecho realidad su sueño de elaborar mermeladas artesanas.

Angelines Briceño en plena tarea de recolección de frutos silvestres.
Angelines Briceño en plena tarea de recolección de frutos silvestres.
La Marmita

Angelines Briceño llegó a la comarca del Sobrarbe en el año 1980, con 25 años y muchas ganas de disfrutar de los encantos naturales de una zona que conocía solo de pasada. Hasta entonces, su vida y la de su pareja había transcurrido en Madrid, rodeada de asfalto, atascos y prisas.

«Mi compañero y yo queríamos dar un giro de 180º a nuestra vida y apostamos por este rincón del Pirineo aragonés. Realmente, no buscaba nada, me dejé llevar, pero a fecha de hoy el balance es muy positivo y ahora disfruto de la vida que yo quería vivir. Eso sí, el campo es muy duro, porque aunque tiene una parte muy buena, también hay otra muy sacrificada, sobre todo cuando trabajas con animales, como fue nuestro caso al principio. Con ellos no hay días de descanso, ni vacaciones, porque comen los 365 días del año», recuerda.

Casi cuatro décadas después, Angelines no se arrepiente de la decisión tomada, porque disfruta de una existencia de calidad haciendo lo que más le gusta, mermeladas artesanas que comercializa en tiendas y comercios no solo de la comarca, sino del resto de la provincia de Huesca y otros rincones.

Bajo el nombre de La Marmita, elabora anualmente más de 7.000 botes de mermeladas de lo más variadas y en cuya producción solo utiliza frutos silvestres que ella misma recolecta, productos de su huerto ecológico y fruta de temporada de agricultores de la zona, en una apuesta clara por el producto de proximidad. «Yo misma me encargo de recoger los frutos silvestres, como las moras, bayas de escaramujo, bayas de saúco, higos, manzanas, acerolas, endrinas, madroños, etc. Además, en mis mermeladas tampoco faltan aquellas elaboradas con calabazas, zanahorias, frambuesas, grosellas, tomates o ruibarbo de la huerta, cien por cien ecológicas, aunque no cuento con una certificación oficial, porque los trámites son larguísimos y muy costosos, hasta el punto de que me obligaban a tener el huerto inactivo durante dos años para poder conseguir la certificación», apunta.

Los primeros botes de mermelada los empezó a comercializar en 1992, después de participar en un evento solidario que organizaron en la residencia de Aínsa. El boca a boca fue suficiente para poner en valor sus productos y le animó a tomar la decisión de ganarse la vida haciendo algo que realmente le encantaba. «Al principio solo hacía mermeladas para consumo propio y para regalar a mis amigos. Pero ahora vivo de mi trabajo y eso me da mucha independencia y autonomía», recuerda, mientras asegura que una de las grandes ventajas de su trabajo es que le permite estar en contacto permanente con la naturaleza, su sueño desde que llegó a esta tierra.

Cuando le preguntas si le compensa vivir en un pueblo donde solo conviven tres personas, Angelines lo tiene muy claro. «Yo disfruto mucho de mi vida aquí, pero soy una persona muy inquieta culturalmente y no me pierdo ni uno solo de los actos que organizan en la comarca y alrededores, que son muchos y muy variados. Además, un par de veces al año vuelvo a Madrid y acudo al teatro, a ver exposiciones y a disfrutar de la compañía de mis amigos. Pero con una semana me vale, sino me siento fuera de lugar».

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

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