Julia Dorado: "con mi pintura yo soy la única torpe y la única dueña"

Es una de las pintoras más relevantes de su generación cuya obra puede verse ahora en el museo Pablo Serrano, un trabajo meticuloso y muy personal, cargado de vida.

Julia Dorado, en su ordenado estudio, donde tabaja.
Julia Dorado: "con mi pintura yo soy la única torpe y la única dueña"
Aránzazu Navarro

Julia Dorado (Zaragoza, 1941) es un espíritu libre. Lo ha logrado después de años de luchar consigo misma, de plantar cara a una vida dura y difícil en lo emocional; de saber batallar contra todo eso que nos inquieta y que ha logrado sacar y expresar a través del Arte. El Arte como esencia, como terapia, como aliento. Mujer menuda, de apariencia frágil y fuerte temple, no le gusta que digan que es una de las mejores pintoras de Aragón, porque "por qué de aquí, o es que solo soy pintora aquí. Se es buena o mala pintora, sin que tengan que ceñirte a un espacio geográfico concreto, sin convertirlo todo en provinciano y casposo". Premio Aragón Goya 2012, explica abriendo los ojos y moviendo expresivamente sus manos que la pintura es lo que le sale de dentro y lo que lleva dentro, "y en más de 50 años que llevo en esto he pasado por muchas cosas y espero pasar por muchas más. A mi me gusta el estrés del trabajo y demostrarme a mi misma que estoy creativa y viva", lo mismo que se dijo cuando le surgió la exposición que puede verse en el ‘Pablo Serrano’ de Zaragoza, una muestra en la que desvela toda su vida a través de sus trazos. Un recorrido en el que sentir su esfuerzo por vivir en una sociedad de hombres en la España de los 50, 60..., por buscar como mujer esa independencia que hoy nos parece dada, por salir al mundo en busca de la felicidad interna, la única y fundamental. Junto al compañero de su vida, Pablo Trullén, pasó 25 años en Bruselas y antes cuatro en Italia hasta regresar a una ciudad en la que "siempre he recargado la energía que he necesitado, pero que es a veces una madrastrona. He tenido amigos, pero no protección profesional, porque si eres mujer y artista para que se te valore han de pasar 25 o 30 años, aunque es algo en lo que no quiero entrar. Por eso reivindiqué la valía y el olvido al que se ha sometido a las mujeres artistas cuando recibí el Goya". Sin tener un estilo academicista, no le gusta que le encasillen como abstracta, "porque no lo soy", aunque ha pasado temporadas de abstracción rigurosa con otras de figuración, y formó parte del mítico Grupo Zaragoza, heredero del Grupo Pórtico, introductor y determinante para el arte abstracto en España. Pintora y grabadora, licenciada en Bellas Artes, muy perfeccionista, vivió en Barcelona, París, Italia; se ha empapado de vida y de arte en sus temporadas por Europa y Estados Unidos; ha sido profesora en Magisterio y psicoterapeuta en el psiquiátrico de Zaragoza; ha pasado momentos muy complicados en las que vivía de sus clases "aquí y allá...", pero siempre ha mantenido intacta esa esencia de libertad que descubrió con unas simples acuarelas pintando a los 13 años un bodegón, y que aún conserva, cuando supo que "la pintura es el acto simple de jugar, de vivir la vida".


Llama la atención que en ya en 1955 con 14 años, en la España de 1955, la Zaragoza de 1955, usted se matriculara en la escuela de Artes y Oficios, cuando una mujer apenas hacía nada.

Bueno, es que creo que a esa edad mi padre pensó que tenía pocas aptitudes para estudiar. Mi padre era militar, era el que mandaba en casa y quien decidió la educación que yo debía tener.


Muy típico de la época.

Sí, sí, yo tenía que tener una cultura general, sobre todo saber cocina, llevar una casa, costura. Fui poco al colegio porque me pasaba los inviernos en la cama por cualquier cosa. Era una piltrafilla y pasaba largas temporadas en Logroño, con mis abuelos maternos; o a Estella (Navarra), con los padres de mi padre, donde pasé un año entero cuando nació mi hermano. Y fue allí donde aprendí a leer, con 6 años. Era muy mala comedora y me engañaban para meterme un bocado. Lo peor fue la niñez y la adolescencia, fui muy solitaria y la timidez la he superado con mucha voluntad y con los años.


Eso le convirtió en una persona soñadora, que vivía su propio mundo interior, que le gustaba la música, la lectura, el cine.

Al cine eran grandes aficionados mis padres pero, entonces, lo que me apasionaba era el ballet por el que tengo las uñas de los pies destrozadas de hacer barbaridades intentando ponerme en punta por casa con 12-13 años. Planteé hacer danza, pero no me dejaron. Descubrí la pintura gracias a un vecino de mis padres que era decorador que pensó que podría gustarme. Me dio una caja de acuarelas y una postal, que era un bodegón, para copiar y me pareció increíble. Aun lo conservo. Era 1955 y tenía 13 años.


Su entrada a la Escuela de Artes fue su llegada a todo, a un círculo de amigos.

Amigos que aun conservo, y eso es maravilloso. Yo entonces tenía una triple vida, porque por las mañanas, cuando todos se iban (mi madre tenía un tienda) hacía las cosas de la casa y por las tardes, después de aprender a hacer costura, alta costura en Modas Victoria, iba a la Escuela. La directora habló con mi padre para indicarle que tenía aptitudes y que podría ir a hacer Bellas Artes a Barcelona, como muchos de mis compañeros, pero no me dejó ir, así que lo hice por libre y a dos cursos por año.


En medio de ese mundo de arte, ¿cuando se convierte en psicoterapeuta?

Mi vida familiar fue complicada. Me fui a Barcelona en cuanto acabé Bellas Artes y tuve la mayoría de edad, que entonces para una mujer era de 23 años. Allí di alguna clase y viví en un piso compartido con gente relacionada con el mundo del arte. Por una parte fue una liberación, pero a la vez una bofetada porque nunca había salido del núcleo familiar, de ser ama de casa; pagué mi libertad a un precio muy alto, que fue la soledad, porque los tres años que estuve fueron espantosos.


Pero Barcelona siempre ha sido una ciudad abierta.

En los años 60 era muy dura, muy catalana y si tu apellido no era catalán culturalmente no tenías nada que hacer. Era muy abierta para ver, no para competir. Y, mire, mi abuela era de Olot y me crié con ella en Logroño, así que conozco muy bien la mentalidad catalana.


Apesar de sus constantes salidas, siempre regresa a Zaragoza.

Es que todo mi afán desde que era adolescente era reencontrar a mi familia entre mis amigos, que es mi mayor riqueza. Cuando regreso a Zaragoza después de esos años en Barcelona, vuelvo a fallar a mi padre, es cuando conozco a Pablo y nos vamos a vivir juntos. Mi vuelta fue dura, además había perdido la oportunidad de vivir en París en 1966, porque no conocía la lengua y sobre todo no estaba preparada ni madura para vivir en una gran ciudad como aquella. Fui porque me llamó Ricardo Santamaría al disolverse el Grupo Zaragoza. Me buscó un trabajo como ‘au pair’ y mientras me empapé de toda la pintura que puede admirarse allí, y estudio la pintura contemporánea europea, pero al acabar mi contrato no pude quedarme.


Al Grupo Zaragoza llega muy joven, porque su vida artística arranca fuerte nada menos que los sucesores del Grupo Pórtico, pionero de la pintura abstracta o informalista española .

Yo tenía unos 20 años y era alumna única de Torralba en la Escuela de Artes y Oficios, porque él daba Historia del Arte y nadie se apuntaba, quizá porque el centro estaba muy dirigido a joyeros, pintores de brocha gorda, sobre todo artesanos que les gustaba dibujar, gente estupenda que no sentían curiosidad por la Historia del Arte. Yo hice mucha amistad con él y eso supuso problemas en el Grupo por enfrentamientos entre algunos de ellos y Torralba.


Aquello fue un problema más a su situación.

Claro, porque yo tenía problemas en casa y luego todo esto... y al regresar de París caigo en depresión y comencé a ir a terapias de grupo con el doctor Antonio Simón, y unos meses después me invitó a hacer un taller de pintura en el psiquiátrico. Lo hice con Pablo. Estuvimos 5 años, de lunes a sábado de 8 de la mañana a tres de la tarde. Yo, además, entré en el grupo de rehabilitación.


Cómo se ve en aquellas sesiones.

Fue fascinante. En el psiquiátrico éramos 1.000 personas, más de 700 pacientes y el resto era la comunidad de monjas, más de 200 entre cuidadores, médicos... Era una ciudad, un pueblo. Todo estaba por pabellones. Además, me tocó toda la apertura de la psiquiatría y los cambios, la revolución… Todo en mi vida ha tenido un precio, salí de aquella gran depresión, pero luego he tenido mis momentos, quizá porque soy una persona muy exigente y no me gusta la mediocridad y tuve que admitir que también era mediocre. Yo le debo mucho al psiquiátrico.


Todo esto en paralelo a su obra, muy centrada en la abstracción, pero entrando y saliendo de la figuración.

Siempre me he negado a encasillarme, o a hacer una u otra cosa por narices, y con mi trabajo creativo soy la única torpe y la única dueña y los límites me los pongo yo misma, nunca los demás; puedo ser la pintora que quiero en cada momento, sin imposiciones. Yo no me parezco a nadie, sino a mi pintura y a todo lo que he visto, creado y sentido a lo largo de mi vida.


Quizá el arte es un acto de fe, algo que te llega o no.

Yo utilicé los pasillos del psiquiátrico para mi pintura y al año de hacerlos abandoné mi estancia y corté la serie porque eso pertenecía a un estado de ánimo, de salirse de una pesadilla que era hasta ese momento en el que había vivido una gran depresión, porque todo en la vida pasa factura. Vendí toda la serie, gustó mucho, aunque yo me dije que cuando algo se vende tanto no puede ser bueno...


Por que había una manera de funcionar y yo me negué, y la tenía desde 1975.


Por qué regresó a Zaragoza después de 25 años en Bruselas, con su vida hecha allí.

Pablo no quería, pero lo hizo por mi y está encantado. Es curioso, a pesar de llevar tantos años fuera te das cuenta de que los amigos los tienes aquí, aunque también los tuviera buenos en Bruselas, y en Italia. Nos pesaba mucho la vida de aquí, el salir y encontrarte con un amigo, esa vida de calle... Y yo quería un trocito mío, para no tener que ir al hotel cada vez que veníamos, porque siempre he venido a cargar pilas, y el venía a descansar; porque a mi me faltaban horas para estar con mi gente, porque allí pasaba muchas horas sola mientras Pablo trabajaba como traductor.