Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Emociones y bilingüismo: ¿decidimos, recordamos e insultamos mejor en otra lengua?

Investigan si plantear un problema en una lengua que no es la materna ayuda a tomar decisiones más racionales.

La lengua materna está más vinculada a las emociones que la segunda lengua
La lengua materna está más vinculada a las emociones que la segunda lengua
.Freepik

Imagínese esta situación. Está esperando en una pasarela sobre una vía de tren y ve cómo una locomotora está a punto de matar a cinco personas. La única posibilidad de parar el accidente es empujar al hombre que tiene al lado para que caiga a la vía y frene el tren. ¿Sacrificaría la vida de una persona para evitar la muerte de cinco? ¿O preferiría dejar que se produzca el accidente? La primera opción es más racional –mejor una muerte que cinco–, pero plantea un dilema moral –no matar– y una situación emocionalmente compleja –vernos empujando y causando la muerte de alguien–. ¿Ha escogido no empujar al hombre? Es lo habitual. Sin embargo, los experimentos psicolingüísticos que se han realizado con hablantes bilingües de distintas partes del mundo nos muestran que si se nos hace esta pregunta en una segunda lengua (L2) –sea cuál sea–, hay más posibilidades de que escojamos empujar al hombre que si nos preguntan en nuestra lengua materna (L1) –sea cuál sea–.

Razón y emoción

La pregunta que se está intentando responder es polémica: ¿tomamos decisiones más racionales si lo hacemos en una segunda lengua? En este tipo de experimentos se pide a los participantes que tomen decisiones ante dilemas de tipo moral, de pérdida/ganancia, etc. para observar si existe lo que el psicólogo Boaz Keysar denominó ‘efecto de lengua extranjera’, es decir, una elección menos emocional en la segunda lengua. Numerosos trabajos de psicolingüística, entre los que destacan los liderados por Albert Costa, corroboran la presencia de este efecto. Por lo tanto, si a los participantes se les plantean dilemas en su segunda lengua, es más probable que produzcan juicios sin sesgos, pero ¿por qué hablar una lengua extranjera nos haría tomar decisiones más racionales?

Los expertos proponen distintas explicaciones a este fenómeno: aumentamos nuestro control cognitivo en una segunda lengua, es decir, participamos en procesos cognitivos más conscientes, reduciendo los automáticos, frecuentes en la lengua materna; otro argumento es que las emociones influyen en nuestra toma de decisiones en la lengua materna, pero la emocionalidad disminuye en una L2 y con ella el riesgo de que las decisiones estén sesgadas; y una tercera explicación sería que al comunicarnos en una segunda lengua, limitamos el acceso a las normas sociales que sí tenemos asentadas en la lengua materna. Aún así, debemos tener en cuenta que esta todavía es una cuestión que genera debate entre los expertos, no exenta de controversias.

¿Pero a quién deberíamos considerar bilingüe? Existe la idea preconcebida de que solo lo es quien tiene un dominio ‘perfecto’ de las dos lenguas. Sin embargo, esto es poco frecuente. 

En realidad, se puede ser bilingüe de muchas maneras diferentes, teniendo en cuenta factores como la edad (bilingües tempranos o tardíos), la frecuencia y los contextos de uso de cada lengua o el entorno en el que socializan (si es el de la lengua de uno de los progenitores o de ninguno). 

Prácticamente no hay dos bilingües iguales porque, incluso teniendo las mismas características, el uso que cada persona hace de cada lengua varía. Una idea clave la aporta el psicolingüista François Grosjean, que explica que un bilingüe no es la suma de dos monolingües. En otras palabras, los procesos cognitivos no son iguales si se habla una sola lengua o más de una. Así, deberíamos considerar el bilingüismo como una cuestión gradual.

De hecho, el tipo de bilingüismo influye en la toma de decisiones. Hay dos tipos de personas que afrontarían el dilema del tren del mismo modo en su lengua materna y su lengua segunda. 

Por un lado, los bilingües tempranos, ya que desarrollan la emocionalidad desde la niñez en las dos lenguas. 

Por otro lado, los bilingües que, pese a aprender su segunda lengua más tarde, han alcanzado un alto grado de dominio. Si llegamos a un buen nivel en la L2, necesitamos menos control cognitivo al hablarla, y volvemos a activar los procesos automáticos, como en la lengua materna.

En todo caso, hace falta más investigación para determinar si el efecto de la lengua extranjera es duradero y si ocurre con distintos tipos de bilingües. Además, las emociones juegan un papel fundamental en otros aspectos del bilingüismo, como la interiorización de conceptos específicos de cada lengua, el recuerdo de situaciones traumáticas o el uso de palabras tabú e insultos.

‘Stenahoria’, la tristeza que solo ahoga en griego

Aunque como seres humanos podemos sentir las mismas emociones, no todas las lenguas y culturas las codifican igual. Una emoción puede tener un nombre en una lengua pero no en otra. Al aprender una lengua extranjera es complicado adquirir los términos emocionales que no tienen un equivalente exacto en nuestra lengua materna. 

Aneta Pavlenko, una de las mayores expertas en el campo de la emoción y el bilingüismo, señala cómo algunas lenguas no tienen equivalente para el término inglés ‘frustration’ (‘frustración’) o para el verbo ruso ‘perezhivat’ (‘sentir algo intensamente, preocuparse, sufrir durante una situación’)

En uno de sus estudios, Pavlenko señaló cómo estudiantes avanzados de ruso (estadounidenses) demostraban un gran dominio del vocabulario de las emociones en esta lengua. Sin embargo, no usaban ‘perezhivat’, un verbo frecuente en estos contextos y por tanto esperable en las respuestas de los estudiantes de este nivel. Muchos de ellos manifestaron después del experimento que conocían y habían estudiado el verbo, pero no tenían muy claro en qué contextos debía aplicarse. Los términos con carga emocional (palabras sobre emociones y también palabras tabú sobre el sexo y la escatología, o los insultos) parecen acarrear este tipo de dificultad en la adquisición de otra lengua, es decir, podemos conocerlos, pero no saber cuándo usarlos.

Uno de los factores clave para interiorizar estos términos sobre emociones es la socialización en cada cultura. Esto sugiere, por ejemplo, un estudio de Alexia Panayiotou en el que bilingües griego-inglés que habían pasado tiempo en ambas culturas podían definir y señalar las diferencias entre términos específicos como el inglés ‘frustration’ y el griego ‘stenahoria’, literalmente ‘espacio reducido’, que suele definirse como ‘sentimiento de desesperanza y tristeza, acompañado por una sensación de ahogo’. Haber estado en contacto con ambas comunidades parece ser fundamental para poder manejar estos términos sin problema en ambas lenguas, frente a otro tipo de bilingües que han tenido menos experiencias vitales en una de sus lenguas.

Otra de las áreas de estudio es el procesamiento afectivo, esto es, cuál es nuestra reacción corporal, como por ejemplo el aumento de ritmo cardíaco, a estímulos verbales. Jean-Marc Dewaele y Aneta Pavlenko han identificado diferencias según el orden, la edad y el contexto de adquisición de las lenguas. Por ejemplo, las palabras tabú, los insultos y las expresiones de cariño como ‘te quiero’ tienen una mayor carga emocional en la lengua materna (L1). De hecho, muchos participantes en sus estudios comentaban que cambiaban a su L1 en las peleas con sus parejas, para sentir la satisfacción de usar la lengua que sienten más natural, sin importarles que la otra persona tenga poco o ningún conocimiento de esa lengua.

Un buen ejemplo de la diferente carga emocional es el de los escritores bilingües, que señalan la diferencia entre la lengua materna y la aprendida después, distanciada de las emociones. De hecho, muchos prefieren escribir en su segunda lengua por un sentimiento de libertad, ya que pueden usar palabras y expresiones que no conllevan los tabúes, ansiedades e imágenes de la lengua materna. Algunos, como Felipe Alfau, cambian de lengua según el género literario. Este escritor español emigrado a Estados Unidos en la adolescencia escribió relatos y novelas de ficción en inglés. En cambio, su lengua materna, en sus palabras ‘la del corazón’, la reservó para la poesía.

¿Es mejor hablar de nuestros problemas en una segunda lengua?

Según los expertos, presentamos una respuesta emocional mayor en la lengua materna, por lo que es natural plantearse si el uso de una segunda lengua (L2) sería beneficioso en terapia para distanciarnos de las emociones. Parece ser que Freud y sus discípulos ya notaron que sus pacientes recurrían a la L2 para tratar temas que provocaban ansiedad y para usar palabras obscenas. Igualmente, después de la Segunda Guerra Mundial, los pacientes bilingües usaban su L2 para distanciarse de recuerdos traumáticos, mientras la lengua materna desencadenaba ansiedad y recuerdos reprimidos.

Los estudios posteriores confirman que usar la lengua materna para narrar sucesos traumáticos aumenta la ansiedad, mientras que si se usa otra lengua se reduce la incomodidad para hablar de temas tabú y experiencias difíciles. En un estudio reciente sobre estrés postraumático, Isabel Ortigosa-Beltrán y sus colaboradoras pidieron a participantes bilingües que narraran un suceso traumático para medir su activación emocional. Sus resultados muestran que quienes narraron el suceso en su lengua materna presentaron una mayor reacción emocional respecto a los que lo hicieron en su segunda lengua.

Los recuerdos negativos provocan estrés y ansiedad, por lo que algunos pacientes rechazan hablar de ellos. En este sentido, podría ser interesante, en casos de alto nivel de estrés postraumático, utilizar la segunda lengua en terapia para reducir la activación emocional. Sin embargo, debería hacerse con cuidado, ya que los recuerdos tienden a narrarse de forma más estructurada y detallada en la lengua materna, así que no usarla podría suponer la pérdida de información relevante.

Insultar adecuadamente

Hay que conocer muy bien las normas culturales para saber cuándo insultar adecuadamente, con la ofensa justa que queremos transmitir. La sociabilización en la cultura es fundamental, ya que no solemos insultar con los progenitores ni en las clases de idiomas. Hay situaciones en las que el uso preciso del insulto es crucial, como las declaraciones policiales sobre delitos de odio. Desde el Grupo Psylex (Universidad de Zaragoza) y el Grupo ICON (Campus Íberus), en colaboración con las Universidades de East Anglia (Reino Unido) y California, Davis (EE. UU.) hemos estudiado las diferencias en el grado de ofensa de insultos en inglés y español y las dificultades que supone para los intérpretes policiales encontrar un término que sea más o menos equivalente en la otra lengua. Esto, que puede tener consecuencias legales, muestra la dificultad de lidiar con el lenguaje emocional incluso para bilingües con un alto dominio en las dos lenguas, como los intérpretes.

En definitiva, el tema de las emociones y el bilingüismo sigue siendo objeto de investigación y podría tener aplicaciones muy interesantes: ¿reuniones de trabajo en la segunda lengua para ser objetivos?, ¿terapia psicológica evitando la lengua materna?, ¿intérpretes especializados en el insulto preciso? La lengua materna está más vinculada a las emociones que la segunda lengua. Así, parece que en la segunda lengua tomamos decisiones menos sesgadas, recordamos sucesos traumáticos de manera más distante e insultamos con menos carga emocional. Si habla más de una lengua, no olvide tenerlo en cuenta.

Alberto Hijazo-Gascón Grupo Psylex-Lenguaje y Cognición. Universidad de Zaragoza

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