Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Entrevista

Concha Monje: "Si un robot es más blando, resulta menos frío y más seguro"

Investigadora en robótica, Concha Monje es catedrática de la Universidad Carlos III de Madrid.

Concha Monje, catedrática en la Carlos III de Madrid.
Concha Monje, catedrática en la Carlos III de Madrid.
Enrique Cidoncha

Nació en Badajoz en 1977. Hoy es catedrática de la Universidad Carlos III de Madrid e investiga en el grupo RoboticsLab. Fue asesora científica de la película ‘Autómata’.

Es experta en robótica, ¿tiene algún robot en casa?
No, cero, ni Roomba ni nada de nada. Ya con los que tengo en el laboratorio me doy por satisfecha. No tengo ni Thermomix, que en realidad es más un autómata porque no decide nada, como sí hace la Roomba, que tiene inteligencia, hace un mapa del lugar y decide por dónde pasar para limpiarlo.

En las últimas Jornadas de Automática celebradas en la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de Zaragoza ha hablado de robótica blanda. ¿En qué consiste?Puedo tener un brazo robótico que se deforme, que pueda retorcerse, inclinarse o doblarse, porque su estructura, también hecha de materiales blandos, se mueve gracias a que sus actuadores –sus tendones– tienen una naturaleza blanda. Igual que sus sensores. Estos robots, mucho más avanzados, realizan sus tareas adaptándose mucho más al entorno: a un bache del camino, al objeto que sujeta una mano robótica blanda o, en la interacción humano-robot, absorbería cualquier golpe.

¿Y de qué están hechos?
Desde silicona hasta materiales flexiprint, muy baratos, imprimibles con impresora 3D e incluso autocurables: cuando se agrietan, son capaces de sellarse de nuevo aplicando agua o calor.

¿Qué son capaces de hacer estos robots blandos?
Hay exoesqueletos vestibles para rehabilitación de pacientes que han sufrido un ictus que son como una manga. Se adapta al brazo y no pesa porque los actuadores blandos que lleva embebidos son como un pelo, un hilo eléctrico finísimo que se elonga y contrae según la temperatura, controlada a través de corriente. Robots tipo gusano son capaces de inspeccionar tuberías, meterse entre los escombros tras un terremoto sin atascarse o entrar en el cuerpo para una cirugía.

Pensando en robots que convivan con nosotros, ¿la rigidez aleja?
Cuando hacemos encuestas de usabilidad, una cosa que echa para atrás es que un robot sea rígido y duro, da miedo pensar que te puede hacer daño, sobre todo si vas a trabajar con él. En el hogar, saber que es achuchable, deformable, nos da mas garantías. La interacción física es mucho más amigable y empatizamos más si el robot es más blando, resulta menos frío y más seguro. Quienes se dedican a robótica social tienden a hacer robots que recuerdan a animales, tipo peluche.

Si un robot se parece demasiado a un humano da grima. ¿Por qué?
Cuanto más se parecen a nosotros nos dan más miedo, se llama ‘el valle inquietante’. Hay autores que lo justifican explicando que al recordarme tanto a mí y a la vez ser inerte, parece un muerto viviente, y no nos gusta.

Hoy, que convivimos con lo virtual, lo digital, lo artificial... ¿dónde queda la naturaleza y el contacto de tú a tú?
La tecnología nos empodera y nos permite comunicarnos aun estando lejos, pero también hace el mundo más competitivo, más rápido y dinámico. En contrapartida, nos aleja de momentos de descanso, de contactar realmente con personas, piel con piel, o de ir a la naturaleza. Vemos jóvenes que no quieren hablar por teléfono, sino todo con audios, o niños y niñas que juegan juntos a videojuegos con avatares de sí mismos en lugar de en la calle, y eso es peligroso.

¿Y usted, desconecta?
Del todo, de no hacer nada, poco; me cuesta. Pero tengo mi momento de poner la mente en el cuerpo, con actividades físicas semanales y salidas al campo. Dentro de un rato me voy a mi clase de batería –llevo nueve años–. Salgo de ruta, con amigas y amigos paseantes y, cuando puedo, me escapo al mar, cada vez lo necesito más. Estar con amigos, verse, tocarse, comer juntos... es lo único que te puede oxigenar en un mundo de despacho, laboratorio y máquinas todo el rato. Hay que diversificar. Mantener activa la parte humana y de naturaleza nos puede hacer llegar a la vejez con calidad de vida y que no se nos chamusque el cerebro.

Cuando sea mayor, ¿se imagina siendo cuidada por un robot en lugar de por una persona?
Lo tenemos muy claro, te lo dirá cualquier investigador en este campo:  el robot no sustituye a nadie, el robot acompaña, es un complemento a la compañía, a la terapia, al sistema de asistencia basado en humanos. El robot puede permitir hacer una terapia cognitiva con alguien que lo necesita bajo supervisión del profesional, puede proponer juegos a ese paciente, de forma inteligente, monitorizar a esa persona mayor que entra en demencia y proponerle una batería de ejercicios e ir adaptando su complejidad y, en paralelo, el médico lo monitoriza y lo corrige. La idea es aliviar la carga que hoy es cien por cien humana y que parte de esa carga se vea asistida por un robot. Los robots complementarán o reforzarán la tarea de los médicos. Por ejemplo, una cinta robotizada monitorizada puede informar de si avanzas, si la pisada es buena o mala,
Con esos datos, de un exoesqueleto o de una cinta robótica, se puede proponer una terapia más efectiva.

¿Cómo se interesó por la robótica?Llegué a la robótica por casualidad. Tenía claro desde pequeña que me gustaba mucho la tecnología. Mi padre me regaló un ordenador para jugar a videojuegos y, con 8 o 9 años, cayó en mis manos un libro de códigos, empecé a teclearlos y descubrí que te podías comunicar con las máquinas en un lenguaje que siempre me ha atraído mucho. Mi padre ha sido profesor de Electrónica en formación profesional y aparte reparaba televisores y emisoras de radio; la casa estaba llena de cachivaches, teles y radios abiertas. Me parecía fascinante que toda esa cacharrería pudiera funcionar. Como me fascinó el mundo de las máquinas y de las comunicaciones con las máquinas, me dediqué a la electrónica. Y desde una ingeniería adquieres conocimientos que te hacen versátil y te preparan para abordar cualquier cosa. Luego, cuando hice la tesis doctoral, contacté con la parte de robótica.

¿A partir de qué edad cree que se debería introducir la programación en la escuela y por qué?Hay una plataforma tecnológica para cada edad. A partir de 4 o 5 años ya pueden coquetear con la programación. No es nada complejo; aprenden a programar sin saber que programan.
Es bueno que ese lenguaje de programación computacional se introduzca en las escuelas porque ayuda a estructurar nuestra cabeza, permite resolver problemas de lo pequeño a lo grande. Solo esto ayuda a que niños y niñas sean capaces de entender un problema de manera muy positiva al descomponerlo en pasos. Así, entenderán la entidad que tiene el problema de forma estructurada, ordenada, del primer paso al último. Y esa visión crítica de cada problema te facilita mucho la vida.

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