Tercer Milenio

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El sedoso y neurotóxico plumaje de los pájaros venenosos de Nueva Guinea

Las plumas del silbador de Schlegel y del silbador nuquirrufo contienen la misma neurotoxina que las ranas venenosas de Sudamérica.

El Pachycephala schlegelii, cuyo plumaje contiene una neurotoxina.
El Pachycephala schlegelii, cuyo plumaje contiene una neurotoxina.
Ian Shriner

En julio de 2023, hemos podido disfrutar de nuevo de Harrison Ford metiéndose en la piel del célebre arqueólogo Indiana Jones. Esta ha sido la quinta aventura de este atípico profesor, cuyas andanzas comenzaron allá por 1981. El actor protagonista cuenta nada menos que 81 años, pero su edad no le ha supuesto impedimento alguno para volver a ponerse el traje de explorador. Al contrario, Harrison Ford ha hablado en numerosas ocasiones del aprecio que tiene por este personaje y lo mucho que le gusta interpretarlo.

Siendo sinceros, ¿quién no ha soñado alguna vez con ponerse un fedora y abrirse paso a machetazos por una peligrosa jungla? Los grandes exploradores nos fascinan. Los relatos de sus viajes han inspirado no solo a la archiconocida saga cinematográfica de Spielberg, sino también novelas como las de Julio Verne. Adentrarse en lo desconocido y explorar en busca de tesoros ocultos es una propuesta irresistible.

En la actualidad, viajar a lugares exóticos y lejanos es tan sencillo como encender el ordenador y, con un par de clics, reservar un viaje al sitio que más nos llame la atención. Se podría pensar que la era de las aventuras ya ha pasado y que no quedan más secretos por descubrir. Sin embargo, en los rincones más recónditos de las regiones más alejadas todavía quedan sorpresas.

Explorando la jungla de Nueva Guinea

Esta historia comienza casi como una película de Indiana Jones. Un grupo de académicos organizan una expedición a la jungla de Nueva Guinea. Sin duda, su viaje sería más cómodo que el del arqueólogo ficticio, al contar con las comodidades del siglo XXI, y no andaban detrás de ídolos incas o tesoros mayas. Su objetivo era otro, puesto que este equipo de investigadores de Dinamarca, Alemania y la propia Nueva Guinea estaba integrado principalmente por biólogos y estudiaban la inmensa biodiversidad de la jungla.

Cuando estaban tomando muestras del plumaje de uno de los pájaros que habían encontrado, uno de los investigadores empezó a notar los ojos llorosos y picor en la nariz. En sus propias palabras, la sensación era similar a la de cortar una cebolla. Al comentarlo con las personas de la región, le explicaron que evitaban comer esa clase de pájaros por resultarles muy picantes. Teniendo en cuenta que la sensación picante no es en realidad un sabor, sino un dolor, esto hizo sospechar a los investigadores que quizá esos pájaros tenían algo de inusual.

Efectivamente, un análisis más exhaustivo de las plumas de dos pájaros distintos, el silbador de Schlegel (Pachycephala schlegelii) y el silbador nuquirrufo (Aleadryas rufinucha) reveló que contenían una potente neurotoxina. Por si la sorpresa había sido poca, esa neurotoxina resultó ser nada menos que la batracotoxina, el alcaloide por el que son conocidas las ranas venenosas como la rana dardo dorada. Estas pequeñas ranas, nativas de Sudamérica, se consideran el animal más venenoso del planeta por el efecto neurotóxico de la batracotoxina, que provoca parálisis muscular e incluso paro cardíaco. La batracotoxina causa este efecto al bloquear los canales de sodio de los músculos, necesarios para que funcionen correctamente.

De lo que se come se cría

¿Cómo es posible que dos animales tan distintos y que viven en regiones tan separadas posean la misma neurotoxina? Aunque así planteado parezca un enorme misterio, hay una explicación. En primer lugar, el nombre de la neurotoxina nos puede llevar a confusión, puesto que suena tanto a batracio que parece una locura impensable encontrarla en un pájaro. No obstante, se llama así porque fue descrita por primera vez en una rana, pero esto no convierte a esta molécula en algo exclusivo de estos animales. De hecho, las ranas sudamericanas y los pájaros de Nueva Guinea no solo comparten esta toxina: también su origen.

Ninguno de estos animales es capaz de producir el veneno por sí solo, sino que lo ingieren. En el caso de los pájaros, parece que su neurotoxicidad podría deberse a algún tipo de escarabajo, que sería el productor real de la toxina. Normalmente, los animales que ingieran estos insectos encontrarían su muerte, pero no estas ranas ni estos pájaros gracias a una mutación en el gen SCN4A. Estas mutaciones modifican ligeramente los canales de sodio de sus músculos. Pueden funcionar sin problemas, pero este minúsculo cambio impide que la neurotoxina se una a ellos y los bloquee. Por tanto, son inmunes a su efecto. No solo eso, sino que, al incorporar la neurotoxina a su piel o plumaje pueden beneficiarse de sus efectos y disuadir a posibles depredadores.

La existencia de estos pájaros venenosos en la jungla de Nueva Guinea nos recuerda que no hemos desvelado todos los secretos. Nuestro planeta todavía guarda sorpresas en los lugares más recónditos. Indiana Jones no puede jubilarse, queda mucho por descubrir.

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