“Me senté en mi escritorio y escuché el silencio”. Confieso que me he decantado por abordar este tema ente los varios candidatos que manejaba tras tropezarme con esta frase en el libro que estaba leyendo. Lo interpreté como una señal.

Fuera lo que fuese, y una vez compartido con el lector las 'científicas' motivaciones que nos han traído hasta aquí, retomo -y matizo- la pregunta de partida: ¿cómo escuchamos el silencio? ¿Realmente lo percibimos o simplemente sabemos que es silencio porque no escuchamos nada?

Puede parecer una pregunta retórica, pero no lo es en absoluto; por el contrario, se trata de un debate secular que enfrenta a dos corrientes de pensamiento o interpretaciones: la visión perceptual y la cognitiva. La primera sostiene que percibimos el silencio de igual manera que percibimos el sonido, es decir, de una forma activa. La segunda que inferimos su existencia a partir de la ausencia de señales sonoras.

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Una cuestión que en realidad va más allá de si el silencio debe ser considerado otro sonido. Tiene que ver con cómo nuestro cerebro procesa las ausencias o vacíos se señales sensoriales; bien sean sonoras, pero también visuales, como los agujeros en una figura: ¿vemos los agujeros o sabemos que es un agujero porque el estímulo visual se interrumpe?; o táctiles: ¿sentimos que hay un hueco o reconocemos su existencia al no percibir ningún estímulo táctil? En definitiva: percepción vs deducción. O, en un enunciado más extendido y explícito: ¿se perciben de forma activa o se infieren por falta de actividad?

Una forma sencilla de ver la diferencia es pensar en los instantes finales de un partido de fútbol. Cuando oímos los tres pitidos del árbitro, sabemos de forma activa que ha acabado el encuentro. Por el contrario, si no oímos los pitidos por estar en un bar o porque tenemos muteada la televisión, solo cuando vemos que los jugadores se detienen y enfilan el vestuario inferimos que ha finalizado la contienda.

Pues bien, para arrojar luz sobre esta cuestión, al menos en lo tocante a cómo reconocemos el silencio, investigadores de la Johns Hopkins University han realizado un estudio consistente en monitorizar la actividad cerebral de voluntarios mientras estos se enfrentaban a una serie de experimentos basados en la adaptación de conocidas y estudiadas ilusiones sonoras en sus respectivas versiones 'silenciosas'.

A modo de ejemplo, en la primera y más popular de las tres ilusiones sonoras, conocida como 'uno es más', dos tonos breves son tocados seguidos de un más largo. La ilusión es que percibimos el segundo como más largo que la combinación de los dos primeros, cuando en realidad ambos estímulos duran los mismo. En su versión silenciosa, la ilusión se ejecuta a la inversa: dos interrupciones o pausas breves en un sonido continuo, seguida de una interrupción más larga (pero no más que la suma de las dos pausas breves).

Y la conclusión a la que llegaron los autores del 'ilusionante' estudio es que el cerebro reacciona de la misma manera frente a las ilusiones sonoras que frente a sus análogas mudas. Lo que parece indicar que percibe y procesa los silencios de la misma manera que los sonidos, es decir, de forma activa. Lo que significa que el silencio se percibe, no se deduce; y por lo mismo debe ser considerado un sonido -o un estímulo sonoro- más.

Pero tanto o más interesante que los resultados del estudio es someterse a las ilusiones silenciosas del estudio en primera persona para sacar tus propias deducciones… o percepciones.

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