Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El baile, fuente de alegría y cohesión social

Bailar es encontrarse con uno mismo y con los demás. Las celebraciones estivales ponen en bandeja la oportunidad de dar el primer paso... y seguir, al compás de la música.

Baile colectivo durante la celebración del festival Danspirenaika en Aragüés del Puerto.
Baile colectivo durante la celebración del festival Danspirenaika en Aragüés del Puerto.
Laura Zamboraín

Sonaban los tradicionales compases de unos ‘canarios’ y a aquella anciana que paseaba con su hija por el barrio del Arrabal se le fueron los pies. "Era muy mayor y, mientras tocábamos, empezó a bailar –recuerda Luis Miguel Bajén, miembro del grupo Biella Nuei. La reacción fue sorprendente porque aquella mujer padecía alzhéimer, pero es que "la música y lo relacionado con el baile es lo último que se olvida". Algo había en aquella melodía, realmente mucho más antigua, que "la conectó con alguna otra que había danzado en su juventud, reconoció el ritmo y se puso a bailar".

Todo comienza con un movimiento, casi instintivo, que enlaza con otro y ya es difícil parar. ¿Por qué al oír música se nos van los pies? "Porque es humano", responde sin dudar Jesús Rubio. "¿Por qué reímos? Porque, como el moverse al ritmo de la música, está en nuestro cuerpo desde niños. Te nace de dentro; como los sabores o los olores que te gustan, cuando escuchas la música que te hace moverte, te sientes bien. Bailar es igual a felicidad".

Jesús sabe mucho de bailes y danzas tradicionales; las baila, las investiga y las enseña en la Escuela Municipal de Música y Danza de Zaragoza. Pero además de pasos, giros y saltos y de aprecio por la cultura, enseña a disfrutar. "Me gusta que la gente se exprese, lo importante es el ritmo, la escucha y la expresión personal", dice. Cuántas veces ha tenido que romper con los prejuicios y quitar los miedos: que si no sé bailar, que si no me atrevo, que si lo hago fatal. Luego, se descubre un mundo nuevo: "Tras jubilarse, un diplomático que sabía un montón de idiomas y había recorrido el mundo, vino a mis clases y rabiaba al darse cuenta de ‘lo que me he perdido en esta vida al no haber bailado’". 

Sentir que puedes bailar

En verano, en fiestas y festivales, se multiplican las ocasiones de "sentir que puedes bailar". ¿El paso más sencillo? El propio andar, "el paso de marcha andada, un dos, un dos, un dos: ya estás bailando".

Los sones de pasabillas, brincaderas, jotas del Pirineo y danzas con ritmos cojos, entre otros muchos, pusieron el pasado fin de semana a bailar a los asistentes al festival Danspirenaika, impulsado por el grupo aragonés de música folk Biella Nuei y el colectivo Aiko Taldea, del País Vasco, con el apoyo del Festival PIR, de la comarca de La Jacetania. Esta vez en la localidad altoaragonesa de Aragüés del Puerto, Luis Miguel Bajén sintió ese superpoder tan especial de los músicos: "Es una gozada poner a toda una plaza a bailar, ver que, a través de tu música, la gente vibra y se pone a bailar".

El simple espectador se transforma en otra cosa cuando participa de la música a través del movimiento. Coordinado con los demás en estas danzas de reunión colectiva en las que no solo se escucha la música, sino que se baila. En una experiencia, la de bailar juntos, en grupo, que une y cohesiona. 

"Vivimos un momento de recuperación del baile como encuentro social –asegura Bajén–. Venimos de una sociedad muy individualista y, mediante la danza –sin palabras y sin ideas–, estamos en un proceso de reconstituir la idea de grupo". 

Desde siempre, pueden unirse a estas danzas abiertas gentes de cualquier origen y condición. Con este espíritu, la asociación Laqtespera, formada por alumnas de Jesús Rubio en la Escuela, lleva una vez al mes las danzas y bailes populares a la calle, a la zaragozana plaza de San Felipe. Olga León, maestra de baile de Laqtespera, cuenta que eligen danzas sencillas y participativas para que cualquier persona, sin tener ni idea, las pueda bailar: "No buscamos destacar, sino que todo el mundo que quiera se sume, conozca estas danzas de tradición popular –desde villanos y polcas a mazurcas y vals-jota– y disfrute". Su consejo para la próxima cita, uno de los primeros domingos de septiembre: "Deja la vergüenza a un lado, sal y únete al baile".

Baile circular participativo en la plaza de San Felipe organizado por la asociación Laqtespera una mañana de domingo.
Baile circular participativo en la plaza de San Felipe organizado por la asociación Laqtespera una mañana de domingo.
Olga León

De plaza en plaza

Algo parecido está pasando también en muchas otras plazas del mundo, de Francia a Italia, de Estados Unidos a Sudamérica; en España, también en Cataluña, País Vasco o Valencia se practica lo que se denomina ‘bal folk’. Donde caben polcas, mazurcas –"la mazurca que se bailaba en Gascuña se baila en Cataluña, Aragón y País Vasco de forma semejante", apunta Rubio–, 'Scottish', danzas francesas, vascas, bailes catalanes, valencianos, gallegos, unidos en un ‘bal folk’. Especialmente integradores son los bailes circulares, como la ‘chapelloise’ y los círculos circasianos. Una renovación de lo popular o neofolk que conecta en todas direcciones.

"Descubrimos que los pueblos se unen a través de la danza, no somos tan diferentes, se baila igual una polca chilena que una polca finlandesa"

Porque los lazos que se tejen van más allá de compartir unos pasos. "Viajamos en el espacio y en el tiempo –dice Jesús Rubio– y descubrimos que los pueblos se unen a través de la danza, no somos tan diferentes, se baila igual una polca chilena que una polca finlandesa, tenemos una cultura más global de lo que creemos". Por eso, cuando él explica la mazurca, el vals o la jota, "uno a los pueblos, no los separo, verlos como algo exclusivo de un sitio es una gran falsedad, hablamos el mismo lenguaje, como una forma de hablar o expresarse".

Así, explica que tenemos tres bailes de raíz hispana: la seguidilla, la jota y el fandango; desde Europa llegaron los 'Scottish', mazurcas y valses; y otras danzas han hecho un viaje de ida y vuelta a América, como las danzas campestres inglesas y francesas que se convierten en los ‘country dances’ de las películas del Oeste, contradanzas sociales que no celebran un rito, sino que se bailan como juego, por el propio placer de bailar, o también danzas que experimentan procesos de mestizaje con la cultura indígena y sobre todo africana, como las habaneras, el fox, el ‘swing’, el tango... y todos los bailes latinos como la cumbia. Es "la magia de la danza". En Aragón, tenemos "danzas tradicionales como la Chinchana de Campo o la Balsurriana de las Flors del Pirineo y vemos canciones de Latinoamérica, portuguesas o italianas que se cantan igual".

"Aragón es, en el panorama español, una potencia folclórica en baile por la gran cantidad de bailes conservados y en proceso de recuperación"

Girando, girando, el viaje da la mano también a quienes lo bailaron todo antes que nosotros: nuestros antepasados. Aragón es, en el panorama español, "una potencia folclórica en baile", señala Luis Miguel Bajén, que es, además de músico, profesor de Folclore en la Escuela Municipal de Música y Danza de Zaragoza. La base para afirmarlo está compuesta por "la gran cantidad de bailes conservados y en proceso de recuperación, y por la suerte de contar con una celebración festiva, el dance –que une baile, teatro, poesía popular, circo–, única de nuestra tierra y zonas limítrofes de Navarra, Guadalajara, Soria...". Hay dances muy antiguos, otros, no tanto, y bailes que se perdieron y ahora renacen. 

Cómo se resucita un baile

Si aún viven personas que lo recuerdan, se aprovecha la oportunidad de oro de entrevistarlas y grabar en vídeo los pasos, "pasa igual que con la música, grabamos a personas que la tararean o que la tocan con algún instrumento". Pero esta labor de investigación se complementa con otra de recreación cuando se ha perdido parte de la coreografía o de la música, a través de "un trabajo comparativo con danzas similares de la zona, en busca de elementos para completar lo que ya sabemos, tratando de ser siempre lo más fieles posible a la tradición". Y luego queda la parte más hermosa, la dinamización social: involucrar a la gente del pueblo en la recuperación, reunir a un grupo de personas para ensayar y preparar una representación. 

Después, cuando logra hacerse un hueco en el calendario festivo, esa danza renacida vuelve a echar raíces. Así ocurrió con el Alacay de Ansó, una danza de pañuelos que Biella Nuei ayudó a recuperar y que ahora ha vuelto a ser tradicional. Los casos más recientes han sido el baile de la Cinta de Fuendetodos y la jota de la Gaita que se bailaba en Graus, interpretada por los gaiteros de Caserras. "Es un proceso muy bonito, parece mentira qué fuerza puede tener la recuperación de un baile para unir a un colectivo, a un pueblo, lo hemos vivido mucho", valora Bajén.

Bailar dispara el sistema de endorfinas del cerebro y genera una sensación de calidez y calma que te hace sentir más cercano a la gente que danza contigo

Baño de endorfinas y pegamento social

No son los únicos beneficios ligados a la danza, que nos hace sentir bien. Según ha visto la ciencia, bailar dispara el sistema de endorfinas del cerebro y genera una sensación de calidez y calma que te hace sentir más cercano a la gente que danza contigo. Este mecanismo estaría en la base evolutiva de la función cohesiva del baile que, por otra parte, es también una completa gimnasia corporal para esta sociedad tan sedentaria.

"La danza favorece el encuentro entre personas, independientemente del color que tengas, te encuentras y disfrutas, porque aporta felicidad y hace que nos veamos como iguales"

Su poder socializador se ha llevado también a la escuela; miles de escolares lo han probado de la mano de Olga León a través de los proyectos ‘Bailamos’, dirigido a 4º de primaria, y ‘En danza’, para 2º y 3º de infantil. E incluso puede ayudar a solucionar problemas de integración social, como se demostró en el colegio Andrés Manjón en el barrio de las Delicias, que ha colocado a la danza como eje de su proyecto educativo tras varios años de "ver cómo, con un trabajo global, trabajando también el respeto y la igualdad, la música y la danza les ayudaban a mejorar", destaca León, para quien la danza "favorece el encuentro entre personas, independientemente del color que tengas, te encuentras y disfrutas, porque aporta felicidad y hace que nos veamos como iguales".

"El festival de danza contemporánea Trayectos crea un espacio de convivencia, no hay asientos ni escenario, porque queremos que haya esa horizontalidad, que estemos más cerca, rodear la pieza, abrazarla, disfrutarla entre todos"

Celebrar la vida

"No hay coreografía más importante que la de un abrazo". Lo dijo el bailarín Cesc Gelabert y a Nati Buil se le quedó dentro: "Lo tengo como una huella, ahí. Bailar es esa consciencia y también es celebrar la vida, lo que te pasa. Por eso se ha bailado, se baila y se bailará, es innato". Desde hace 20 años, ella dirige Trayectos, ese festival que hace a la danza contemporánea a bailar con la ciudad de Zaragoza, llevándola a paisajes urbanos, a espacios no convencionales, desde una plaza a un museo. Hacen buena pareja. "Creamos como un triángulo entre la pieza y los artistas, la ciudad y la gente que la ve", expone, y ese festival amable, con un público fiel, se erige en "espacio de convivencia, no hay asientos ni escenario, porque queremos que haya esa horizontalidad, que estemos más cerca, rodear la pieza, abrazarla, disfrutarla entre todos". 

Cada pieza del festival Trayectos crea una burbuja donde caben los artistas, la ciudad y la gente que la ve.
Cada pieza del festival Trayectos crea una burbuja donde caben los artistas, la ciudad y la gente que la ve.
Marta Aschenbecher

El aquí y el ahora se subrayan "como si el mundo se paralizara alrededor y estas ahí, preparada para percibir, emocionarte y no perder la capacidad de asombro". En un acto, ver danzar, que en el fondo también es una manera de bailar "al ponerte, en ese momento presente del aquí y ahora, en el lugar del otro". Asistir a la enriquecedora hibridación entre danzas contemporáneas y tradicionales prueba que "la danza es libre e infinita".

"En nuestra cultura los cuerpos están muy rígidos, no nos permitimos bailar. Antes, en los pueblos bailaba todo el mundo, no solo quien bailaba bien"

Libre, infinita, sin barreras. Y también un derecho. Desde el proyecto de danza inclusiva Pares Sueltos que codirige, Violeta Fatás ve cada día cómo "muchas veces muestra más limitaciones la gente sin discapacidad, porque tiene mas integrados esos filtros sociales de lo que es bailar bien o mal. Comparados con personas con discapacidad intelectual, por ejemplo, hay más inhibición a la hora de moverse". 

Pares Sueltos impulsa la participación de personas con diversidad funcional en la creación artística y la cultura.
Pares Sueltos impulsa la participación de personas con diversidad funcional en la creación artística y la cultura.
Javier Roche

Cuesta mucho romper esa barrera de la inhibición, también a nivel físico, pues "en nuestra cultura los cuerpos están muy rígidos, no nos permitimos bailar. Antes, en los pueblos bailaba todo el mundo, no solo quien bailaba bien. En nuestras sociedades modernas y urbanas, se nos ha arrebatado ese disfrute del baile popular. La danza te enseña a pensar con todo el cuerpo, es un tipo de inteligencia y conocimiento que hemos perdido en gran medida". Cuando, realmente, "con tener algo que expresar y un cuerpo, ya puedes bailar", cree Violeta Fatás. Sean como sean tu cuerpo y tu mente.

Quien no bailaba no se comía un rosco

Podemos clasificar los bailes por su origen, patrón rítmico o género, pero hay un punto de vista distinto, que nace del modo de participar: ¿suelto o ‘agarrao’? "Ahora convivimos de otra manera y ha cambiado la finalidad de la danza, pero hubo un tiempo en que el baile era el momento de relación, cuando el hombre y la mujer se conocían", señala Jesús Rubio. Incluso podía ser decisivo en la elección de pareja. A principios del siglo XX, en el baile tradicional, "las mujeres eran las que llevaban el baile y probaban al hombre: ‘A ver si me sabe seguir’". A Jesús se lo contaban las señoras mayores: "Ahí mandábamos las chicas", le confiaban. 

Quien no bailaba no se comía un rosco, era una habilidad fundamental. Aunque el baile del ser humano no es un mero cortejo, como sucede en otros animales, como las aves, "a través de estos movimientos, emitimos señales muy honestas sobre nuestro estado físico y emocional al sexo opuesto y a los posibles competidores", señalaba a Sinc Nick Neave, investigador de la Universidad de Northumbria (Reino Unido).

La irrupción del baile agarrado supuso un radical cambio de mentalidad en una sociedad en la que tocarse estaba prohibido. "Las tradicionales jotas, fandangos, seguidillas... eran sueltos y, en el siglo XIX, la moda del baile agarrado, la posibilidad de estar tan cerca, arrasó". Valses, polcas, mazurcas, chotis y, luego, pasodobles, boleros... Más de cien años después, Luis Miguel Bajén cree que "una de las razones del éxito de la música latina entre los jóvenes es que recupera el baile en pareja, que se ha perdido en la música anglosajona contemporánea popular". Rubio añade que "han cuajado porque son liberadores, como fue la polca en su momento y, al final, la danza es una liberación, una descarga, una ruptura con lo cotidiano, un lugar de encuentro".

Dentro de unas semanas, el Monegros Desert Festival, la gran fiesta de la música electrónica, invitará a bailar en el desierto a 50.000 almas. La sociología llama ‘efervescencia colectiva' a la sensación de unión con todas las personas presentes en estos eventos multitudinarios. Los festivales podrían verse como ritos modernos donde la música, íntimamente ligada a la danza y al movimiento, vuelve a ocupar su lugar original. Los anglosajones denominan ‘groove’ a eso que tiene una pieza musical que nos hace querer movernos y seguir el ritmo. Irresistible cuando tantos individuos que comparten gustos musicales se sincronizan y hablan, bailando, la misma lengua.

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