Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Bio, bio, ¿qué ves?

Una autopista al intestino

El cerebro y el intestino están estrechamente conectados, tanto, que alteraciones en uno pueden provocar cambios en el otro.

Una de las mejores conexiones del cuerpo comunica el cerebro con el intestino
Una de las mejores conexiones del cuerpo comunica el cerebro con el intestino
Kennymatic / Flickr

Si el interior de nuestro cuerpo fuese un país, el cerebro sería una de las ciudades más grandes e importantes. La más glamurosa y chispeante, el destino de vacaciones soñado por todos los atractivos que ofrece. Todas las demás ciudades están conectadas con esta vibrante metrópolis, aunque algunas carreteras serán flamantes autopistas y, otras, carreteras pedregosas que reciben poco tráfico. El estado de estas carreteras dependerá de lo frecuentes que sean los desplazamientos entre un punto y otro. Una de las mejores de todo el país-cuerpo es la que conecta el cerebro con el intestino, el llamado eje cerebro-intestino en un alarde de originalidad científica.

El eje cerebro-intestino es una vía de comunicación directa y bidireccional entre el sistema nervioso central, compuesto por el cerebro y la médula espinal, y el sistema nervioso entérico. Este último es la parte del sistema nervioso autónomo que se encuentra localizada en la región intestinal. La comunicación entre ambos depende tanto de impulsos nerviosos como de hormonas y puede verse influenciada por diversos factores.

La existencia de esta estrecha comunicación se sospechaba desde mucho antes de contar con las herramientas para poder comprobarlo. Una de las primeras pruebas al respecto la consiguió, con un experimento de lo más truculento llevado a cabo allá por 1820, un médico de campaña llamado William Beaumont. Las investigaciones de Beaumont le permitieron describir por primera vez cómo funcionaba el proceso digestivo en el estómago y, además, descubrir que podía verse afectado por, entre otros factores, las emociones. Esto resultará bien conocido a aquellos lectores que hayan sufrido problemas digestivos en periodos de estrés y nerviosismo, aunque en la época de Beaumont fue toda una revelación.

No solo las emociones pueden afectar a la autopista que conecta cerebro e intestino. Trastornos que afectan al sistema nervioso central, como la enfermedad de Parkinson, pueden presentar sintomatología gastrointestinal. De hecho, en el caso concreto de la enfermedad de Parkinson, estos síntomas gastrointestinales pueden aparecer mucho antes que el resto de síntomas característicos. Esto ha abierto el debate entre los investigadores acerca de si es posible que el origen de esta enfermedad se encuentre en el intestino y no en el cerebro.

En los últimos años, se está prestando especial atención al posible papel de los microorganismos intestinales sobre el eje cerebro-intestino. A pesar de que la composición de la microbiota es única para cada persona, se ha observado que, en general, algunos microorganismos suelen ser muy abundantes en los intestinos de personas sanas, principalmente algunas especies de bacterias. Se trata de bacterias consideradas como beneficiosas para nosotros, pero cuya cantidad puede descender en personas con enfermedades gastrointestinales, siendo reemplazadas por bacterias patógenas. Esta situación se denomina disbiosis. Lo interesante del asunto viene tras estudiar la microbiota de personas con trastornos que afectan al sistema nervioso central, como pueden ser la ansiedad o la depresión, ya que también se ha encontrado disbiosis.

No obstante, todavía es pronto para llegar a ninguna conclusión sobre el papel de la microbiota en las enfermedades del sistema nervioso central. Son necesarios más datos para saber si corrigiendo la disbiosis se podrían mejorar los síntomas de dichas enfermedades. Por lo pronto, esta podría ser una pieza importante del puzle y, quizá, sea de gran ayuda para ayudarnos a intuir cuál es la imagen completa.

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