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Así es el cerebro ganador de Rafa Nadal

¿Qué pasa dentro del cerebro de Rafa Nadal para perseverar y no rendirse, peleando cada punto como el primero aunque el marcador vaya en su contra?

Rafa Nadal pelea un punto en el Open de Australia.
Rafa Nadal pelea un punto en el Open de Australia.
Andy Astfalck / EP

Si hay algo envidiable no es que alguien sea capaz de ganar a la primera, sin romperse una uña ni sudar siquiera la camiseta. Lo que despierta toda nuestra admiración es que alguien logre una proeza como la que protagonizó hace algo más de una semana Rafa Nadal al alzarse con su 21 Gran Slam, remontando dos sets en un partido emocionante que duró más de cinco horas. De su resistencia física nadie duda, pero ¿qué pasa dentro de su cerebro para perseverar y no rendirse, peleando cada punto como el primero aunque el marcador vaya en su contra? La neurociencia tiene la clave.

Domingo 1 de febrero, 9.30 de la mañana hora española. Se masca la tensión en la Rod Laver Arena de Melbourne. Rafael Nadal y Daniil Medvedev están a punto de disputar la final del Open de Australia. Desde el principio, la cosa pinta bastante mal para el tenista español. El ruso le hace sudar y le gana el primer set (2-6). Continúa el partido y la cosa no parece mejorar. Después de dos horas y 7 minutos, Medvedev se hace con el segundo set. El tenista ruso es un martillo pilón, parece invencible.

El partido está sentenciado... ¿O quizás no? Después de todo, Rafael Nadal no sabe lo que es darse por vencido. Pelea el tercer set, y lo gana. Hace lo mismo con el cuarto. Y 5 horas y 24 minutos después de pisar la pista, gana el último set (7-5) en "el partido más emocionante de mi vida", según declaraba el deportista balear instantes después de sostener la copa en la mano.

Efecto ganador

Sabemos lo que pasaba por la cabeza de Rafa Nadal en esos momentos. Pero también lo que pasaba por su cerebro. Porque los efectos neuronales de la victoria son de sobra conocidos por los científicos. Resulta que, además de llenarnos de euforia, tener éxito nos hace más astutos, más concentrados, más confiados y más agresivos. Y eso nos predispone a volver a triunfar.

En otras palabras, el éxito llama al éxito. No solo en humanos sino en otras muchas especies, incluidos grillos, peces, pájaros o roedores. Es lo que los biólogos conocen como ‘winner effect’ y al parecer tiene una explicación química. En esencia, que ganar dispara los niveles de testosterona, impulsando a los triunfadores a asumir nuevos riesgos y dejarse la piel en la siguiente oportunidad que se les presente de competir. Por el contrario, perder hace que el cortisol (la hormona del estrés) suba. Y eso nos vuelve más prudentes y reticentes a entrar de nuevo en competición.

La motivación lo es todo

A nivel cerebral, estudios recientes en roedores revelan que la clave se encuentra en un área denominada corteza prefrontal dorsomedial, que cuando se activa (de forma natural o artificial) dispara la perseverancia, el aguante, la motivación. Justo lo que le sobra a Nadal. En los roedores, eso se traduce en que, estimulando este circuito artificialmente, los animales se convierten en ‘machos alfa’, dominantes. Y vencen el 90% de las veces al enfrentarse a animales ante los que perdían en ausencia de este estímulo.

Otro mérito que hay que reconocerle al cerebro del tenista español es que apuesta siempre por esforzarse y darlo todo hasta las últimas consecuencias. Los neurocientíficos han comprobado que existe una zona llamada estriado ventral que juega un papel clave cuando decidimos si merece la pena o no esforzarse. Ya sea para pelear por un punto raqueta en mano o, sencillamente, para decidir si subimos la escalera para coger la bufanda o nos levantamos de la silla para prepararnos un café.

"El deseo, la voluntad de esforzarse es crucial en nuestra supervivencia, es algo que necesitamos manejar todos los días", puntualiza Michael Treadway, investigador de psicología, psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Universidad de Emory (EE. UU.).

No hace mucho, Treadway y sus colegas comprobaron que existe una estructura llamada estriado ventral que se ocupa de tomar las decisiones que implican movimiento y esfuerzo físico. Concretamente, según explicaban en ‘Nature Human Belhaviour’, las neuronas de la parte anterior son las que ponen sobre la balanza los costes y la recompensa de esforzarse para dar o no luz verde al esfuerzo. Entender qué las hace entrar en acción ayudará a entender el origen de la motivación, y también el de la pereza.

Claro que reducir la motivación de Rafa Nadal (y de otros tantos) a la actividad neuronal de esta zona de la sesera sería demasiado simplista. El año pasado, científicos del Laboratorio Cold Spring Harbor identificaron un grupo de neuronas en el cerebro de ratones que hacen que se desempeñe una tarea más rápido y con más empeño, concretamente en la corteza insular anterior, también crítica en lo que a motivación se refiere. Además de que hace tiempo que sabemos que si en el cerebro de los ratones se desconecta una zona del cerebro vinculada a la regulación de las emociones conocida como habénula, los animales pierden toda la motivación para moverse, y se quedan apoltronados en una esquina, absolutamente apáticos. Hay razones para sospechar que esto mismo se podría extrapolar a los humanos.

Lo que sí se ha comprobado en humanos es que el núcleo accumbens desempeña un rol fundamental en lo que a motivación se refiere. Concretamente hay dos neurotransmisores en esta área, la glutamina y el glutamato, de cuyo ratio depende nuestra capacidad no solo de afrontar un reto motivados, sino de lograr mantener esa motivación a lo largo del tiempo. Incluso si el partido dura más de cinco horas... 

Motivados por la dopamina

Durante mucho tiempo se ha identificado a la dopamina como el neurotransmisor del placer, pero parece que no es del todo exacto. Los neurocientíficos creen que lo que realmente hace la dopamina cuando se libera en el cerebro es aumentar la motivación y el valor incentivo de las cosas agradables, produciendo deseo, impulsándonos a hacer todo lo necesario para conseguir eso que nos reporta placer. Pero sin tener un impacto hedónico por sí misma.

Es más, existen evidencias que indican que los enfermos de párkinson tratados con sustancias que incrementan la dopamina cerebral no aumentan sus reacciones positivas al placer, pero sí exhiben cierta motivación compulsiva, un aumento del deseo por jugar, comprar, practicar sus aficiones o consumir pornografía.

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