entrevista

Martín Pinos: "Si estimulamos su cerebro, todos los niños pueden llegar a la meta"

Doctor en educación y premio Nacional de Innovación Educativa (2005), Martín Pinos Quílez es autor del libro ‘Con corazón y cerebro. Aprendizaje basado en la neurociencia, emoción y el pensamiento’. En la actualidad, desarrolla su labor como asesor de Innovación en el Centro de Profesorado Juan de Lanuza de Zaragoza y como profesor colaborador en el Máster de Educación Socioemocional de La Universidad de Zaragoza.

Pinos Quílez es asesor de Innovación en el Centro de Profesorado Juan de Lanuza de Zaragoza
Pinos Quílez es asesor de Innovación en el Centro de Profesorado Juan de Lanuza de Zaragoza
Toni Galán

Presentó hace poco su libro ‘Corazón y cerebro’. Pero, ¿qué pesa más en el aprendizaje?

Le diría que al 50%, pero, no. Tiene que haber mucho más corazón que cerebro. Lo emocional nos define tanto o más que lo cognitivo, aunque lo cognitivo haya marcado la diferencia con otras especies. El 80% del éxito del ser humano depende de su cociente emocional y no intelectual. La emoción siempre es previa al pensamiento.

Seamos sinceros, lo ‘neuro’ vende. También en educación.

Neuroeducación es aprovechar las posibilidades que nos brinda la tecnología para ver cómo aprende el cerebro del niño. En definitiva, es poner el acento en cómo aprendemos para luego pensar en cómo enseñamos en las aulas.

¿Y cómo es, cómo aprende el cerebro de un niño?

Lo fundamental es entender la propia plasticidad cerebral. El cerebro puede aprender en cualquier momento de la vida, pero en la infancia se abren ventanas increíbles al aprendizaje, que facilitan que el cerebro se moldee, crezca, se desarrolle y pueda permitir al niño adquirir infinidad de capacidades muy variadas.

Entonces, todos pueden llegar...

Enseñarles desde pequeños que su cerebro es como la plastilina, que van a poder conformarlo, hacerlo crecer, según lo que ellos quieran ser, es tremendamente potente, porque rompe los límites, rompe esa mentalidad que les hemos transmitido de que el que es muy listo tiene un futuro increíble, pero que si no llegas... No, no. Eso se rompe. Todos pueden llegar a la meta, si sabemos estimular su cerebro, dar oportunidades e imbuirles una mentalidad de crecimiento, en la que el esfuerzo es básico.

Dice que, más que contenidos, a los niños tenemos que ofrecerles situaciones de aprendizaje.

Los contenidos, los conocimientos, cambian –hasta hace poco, Plutón era un planeta, ya no lo es–, pero lo sustancial en el ser humano, la genética, no se ha modificado básicamente en 200.000 años. Entonces, ¿hasta qué punto tiene sentido poner el acento en la escuela en los contenidos curriculares? El acento debe ponerse en la persona, en sus capacidades y talentos, en las situaciones que recreamos y en los retos que necesitamos para aprender.

Yesos retos son...

Aprender a cooperar en la escuela y en la vida; a comunicarnos en el ámbito lingüístico y emocional; aprender a ser y a estar, en esa confluencia entre la inteligencia intrapersonal e interpersonal, que configura la inteligencia emocional, la educación en valores y la ética. Porque una educación sin ética puede crear monstruos.

Me encanta cuando explica en su libro que necesitamos escuelas y hogares con corazón.

Necesitamos escuelas y familias emocionantes y que emocionen. En casa nacen el vínculo, el apego y los afectos, que están en el sustrato básico de las necesidades humanas. Y luego está la escuela y el entorno afectuoso y amigable de maestros y maestras para reforzar y crear nuevos vínculos y referentes. Ambas han de ir de la mano.

Pero el modelo educativo finlandés, el ‘top ten’, no prima tanto el grado de cercanía con el alumno.

En las mentalidades del norte las muestras de afecto se han visto siempre como una ‘debilidad’. Eso lleva a que sistemas educativos como el británico prohíban el contacto físico entre docente y alumnado, que es una auténtica barbaridad. Pensar que un niño no pueda crear un vínculo a partir del contacto físico con otro ser humano y que eso pueda considerarse peligroso, pecaminoso… Sin caricias, enfermas, mueres.

¿Y no los protegemos en exceso?

Por supuesto. Si yo impido que mi hijo sienta tristeza, lo protejo, no le estoy dando herramientas para que, cuando la tristeza llegue a su vida, que llegará, pueda afrontarla. Y si, además, le digo: "Espera, que te puedes caer" y le doy mi mano, le estoy diciendo: "Tú solo no puedes hacerlo, me necesitas a mí para poder conseguirlo".

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