El pudor de Rudolf

¿Pueden los animales sentir pudor?

Recoger los excrementos del perro es una acción cívica.
Recoger los excrementos del perro es una acción cívica.
Maite Fernández / HERALDO

El día que Rudolf salió por primera y última vez a la calle con un abrigo puesto, en lugar de caminar como solía, vivaracho, seguro y olisqueando de lado a lado toda la acera, esa mañana lo hizo titubeante, encogido, con las orejas gachas, ocultándose y siempre pegado a la pared. Las miradas de tristona perplejidad que Rudolf le dirigió a su dueño durante aquel paseo matinal le granjearon la promesa de que nunca más volvería a salir de casa con esa pinta de perro pijo.

Cuando me contaron esta anécdota, creí que había sido deformada por la fértil imaginación humana. Entonces estaba convencido de que un animal no podía sentir pudor. En cambio, ahora que estoy mejor informado, ante la duda, evito, por ejemplo, observar a un perro mientras se exonera el vientre en la vía pública. Me entra una cierta vergüenza ajena, de especie a especie. Incluso puede que sea respeto. Si bien, para respeto, lo que se dice respeto, el que me inspira la persona que acompaña al can con una bolsa de plástico en la mano, dispuesta a una acción cotidiana que considero tan heroica, como vandálica sería su omisión.

Respecto a dicho vandalismo, aunque sea minoritario, todavía prolifera. Yo lo sufro especialmente en las inmediaciones del colegio de mi hijo, con quien cada mañana atravieso aceras recién minadas. Por eso, no me extraña que haya ayuntamientos y particulares que promueven la filmación y la denuncia de acciones tan incívicas. En todo caso, de darse este espionaje, espero que se practique con discreción, sin que los pudorosos congéneres de Rudolf se den cuenta de que están siendo grabados.

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