Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Herman Hollerith, el 'ordenador' del censo

Las máquinas tabuladoras de Hollerith empleaban tarjetas de datos perforadas para elaborar el censo. Un ejemplo de programación mecánica antes de la era electrónica.

Máquina tabuladora de Hollerith según una ilustración de la revista 'Scientific American'
Máquina tabuladora de Hollerith según una ilustración de la revista 'Scientific American'

En 1879 probablemente nadie habría apostado a que el joven Herman Hollerith, hijo de emigrantes alemanes en Nueva York y que acababa de graduarse en la Escuela de Minas de la Universidad de Columbia con unas pobres calificaciones en Contabilidad y Máquinas fuese a pasar a la historia como el responsable de revolucionar el sistema censal para siempre.

Ese mismo año Hollerith entró a formar parte del cuerpo de agentes del censo estadounidense de 1880. Su tarea consistía en recopilar datos de manufacturación. Y también debía ayudar a John Shaw Billings con los mucho más importantes datos personales que representaban a cada ciudadano. Y con ellos al conjunto de la población nacional. Un Billings a quien Hollerith siempre señaló como la persona que le señaló el camino. Durante una cena en casa del primero, y mientras comentaban las incidencias del trabajo, Billings mencionó la necesidad de dar con una forma de sistematizar el registro de las tablas censales para evitar errores y recortar plazos. No era una demanda arbitraria. En 1880 el registro del censo estadounidense había llegado a un punto crítico en el que el crecimiento de la población hacía temer que no se pudiese completar la tarea antes de que se pusiese en marcha el siguiente censo.

A partir de ese momento Hollerith comenzó a trabajar sobre esa idea. Una labor que finalmente se iba a plasmar en 1884, con su primera patente para una ‘máquina tabuladora del censo’.

En 1887 la máquina fue seleccionada junto a otras dos candidatas por el director del censo para ponerlas a prueba procesando los datos de mortalidad de varias ciudades. La tabuladora de Hollerith demostró ser muy superior a sus competidoras y resultó seleccionada para efectuar el censo nacional de 1890. El primero que se iba a realizar de forma mecánica. La máquina cubrió con creces las expectativas al completar la primera y más importante fase del censo, el registro de ciudadanos, en tres meses, cuando hasta entonces se demoraba más de dos años. Y con un ahorro estimado en costes de 5 millones de dólares. En los siguientes tres años las tabuladoras de Hollerith permitieron realizar el primer análisis completo y sistematizado de todos los datos censales.

El éxito cosechado tuvo una repercusión inmediata a nivel internacional y, un año después, los equipos de Hollerith fueron empleados para el censo en Canadá, Noruega y Austria. Países a los que se sumaron otros en años sucesivos.

En 1896 Hollerith creaba la Tabulatory Machine Company. La firma ofrecía sus máquinas tabuladoras en servicio de ‘leasing’. En una demostración de visión empresarial, para garantizar el correcto funcionamiento de sus equipos, requería a sus clientes que solo empleasen las tarjetas de datos que la compañía fabricaba. Pronto los beneficios generados por la venta de las mismas excedieron los rendidos por el alquiler de los equipos.

Además, para entonces Hollerith había ampliado la capacidad operativa de sus máquinas al diseñar un mecanismo que permitía registrar valores numéricos y, por tanto, compilar y procesar datos de muy diversos campos.

En 1911 Hollerith alcanzaba un acuerdo para vender la TMC a Charles R. Flint, que la integró en la Computing-Tabulating-Recording Company (CTR). El acuerdo reportó a Hollerith más de un millón de dólares, además de convertirle en consultor de la nueva compañía por un periodo de diez años, y con derecho a vetar cualquier modificación sobre su máquina con la que no estuviera conforme. Este último punto del acuerdo iba a ser la causa de los continuos choques con Thomas J. Watson, nombrado director de la CTR en 1914. Aunque durante un tiempo siguió trabajando e inventando mejoras para su ingenio –su última patente data de 1919–, dicho enfrentamiento propició que progresivamente Hollerith se fuese desvinculando de la compañía. En 1921 se retiraba definitivamente para dedicarse a su granja de ganado bovino y a sus yates. Y ocho años más tarde, en 1929, fallecía. Por lo que aún tuvo tiempo de ver cómo, en 1924, Watson renombraba la compañía para dotarla de un nombre más acorde con los nuevos tiempos: International Business Machines o IBM.

La máquina tabuladora, programación mecánica antes de la era electrónica
La máquina en sí estaba integrada por dos placas o superficies conductoras de la electricidad y donde la superior presentaba alfileres o puntas que se podían retirar distribuidos de forma uniforme. El conjunto se conectaba a una serie de diales que registraban y recopilaban los datos. Las tarjetas, del tamaño de un billete de dólar, presentaban una serie de puntos o posiciones que, al perforarlas, permitían recoger la información. Una vez cumplimentada –perforada–, la tarjeta se introducía entre las dos planchas de la máquina para su lectura. En las posiciones perforadas de la tarjeta, los pinchos de la placa superior entraban en contacto con la placa inferior, cerrando el circuito, lo que provocaba el movimiento del dial correspondiente a esa posición. Además, en la trasera incorporaba una serie de cables con los que se podían conectar dos categorías de datos registradas por diales distintos. Esto permitía cruzar datos.

Con el paso de los años, Hollerith fue incorporando modificaciones que la mejoraban. Fundamentalmente a través de la mecanización o automatización de tareas que al principio se realizaban de forma manual, como la introducción, recogida y clasificación de tarjetas. En 1900 incorporó una sencilla máquina calculadora que ampliaba sus capacidades y posibilidades.

Si bien en los modelos iniciales los cables eléctricos que conectaban distintas categorías estaban prefijados desde su fabricación, según las necesidades del cliente, a partir de 1906 Hollerith incorporó un tablero que permitía conectar distintas categorías a voluntad con solo modificar la posición de los cables. Fue uno de los primeros sistemas de programación, aunque fuese mecánica y no electrónica. La otra gran evolución fue la modificación de la tarjeta perforada. Inicialmente registraba categorías cerradas o ‘binarias’ (sí/no, en función de si se perforaba o no) y pasó a estar constituida por una serie de columnas con valores del 0 al 9, lo que permitía registrar datos numéricos.

Miguel Barral Técnico del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología

En colaboración con el Muncyt

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