Tercer Milenio

En colaboración con ITA

¿De qué está hecho Ordesa?

Cuántas personas, cuántas veces, habrán visitado Ordesa. Verdadero icono del Pirineo, el paisaje de Ordesa reúne lo más característico de nuestras montañas tanto en lo natural como en lo cultural. Un espacio que, más allá de llevar cien años protegido, encierra la esencia del pirineismo. Veamos qué aportan sus rocas a esta historia.

Las paredes de Ordesa: un libro de roca lleno de historia.
Las paredes de Ordesa: un libro de roca lleno de historia.
Geoparque Sobrarbe-Pirineos

El paisaje de Ordesa es un auténtico generador de emociones inmediatas. Bosques de hayas y abetos, quebrantahuesos, sarrios, marmotas o flores de nieve tienen buena culpa de ello, aquí y en muchas otras partes del Pirineo. Pero además, toda esa vida con mayúsculas está contenida en un paisaje singular. Un cofre de roca capaz de transportarnos en el tiempo a algunos de los más llamativos pasajes de la historia de nuestro planeta. Añadimos así emociones más profundas, las que surgen al leer el tiempo en el paisaje.

El gran libro de Ordesa está escrito sobre páginas de caliza, una roca formada generalmente en mares poco profundos, cálidos y de aguas transparentes. Pero cada conjunto de páginas que sostiene a las montañas del valle tiene unas peculiaridades propias.

El relato lo comienzan las rocas más antiguas. Afloran en el fondo del valle y rodean la cascada del Estrecho. En esos mares de hace casi 90 millones de años se bañaban los rudistas, unos bivalvos con forma de cucurucho. Sus fósiles son visibles para el ojo entrenado, aunque más sencillo es ver los moldes que han dejado muchos ejemplares al disolverse. Sobre estas capas se asientan las célebres ‘areniscas de Marboré’, donde la arenisca calcárea y la caliza se alternan formando un enorme cinturón de roca marrón o anaranjada. El Tozal del Mallo o la propia cima de los picos de Marboré o del Cilindro están formados por esta característica roca. Abundan en ella los fósiles de ostreidos, entre otros, con sus caparazones negros tan fáciles de distinguir.

Encima de ellas reposan unas dolomías grises, rocas también calcáreas pero con magnesio en su composición. Fácilmente erosionables, representan la ruptura del perfil vertical en el cañón de Ordesa. El tránsito entre las areniscas de Marboré y estas dolomías (de Salarons, que también tienen apellido) sucede durante uno de los eventos más formidables de la historia de la Tierra: el paso del Cretácico al Terciario (hace 66 millones de años), marcado por violentas erupciones volcánicas y el impacto de un gran meteorito que ocasionaron una de las peores extinciones masivas del planeta. Dinosaurios incluidos.

Sobre las dolomías yacen las calizas (de Gallinera) que devuelven la verticalidad a la muralla de Ordesa, excepción hecha de una fina línea horizontal que las surca. Se trata de la faja de las Flores, un vertiginoso sendero que regala algunas de las mejores panorámicas del valle y de las mejores historias allí escritas: un rápido ascenso de las temperaturas del planeta de entre 5 y 8 grados en unos pocos miles de años. Este evento, llamado el máximo térmico Paleoceno-Eoceno, tuvo como consecuencia un dramático cambio de paisaje y de tipo de sedimentación, pasando de un mar a un delta hace 56 millones de años. Tras este máximo térmico, de nuevo el mar, la caliza y los fósiles.

Nada sería igual en este lugar sublime si los Pirineos no se hubiesen levantado plegando y rompiendo todas estas rocas que, solo en apariencia, se disponen horizontales y tranquilas en Ordesa. Ni sin los glaciares cuaternarios, que cincelaron el valle para exponer de forma impecable esta maravillosa sucesión de estratos. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos

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