Vuelta al cole 2018: cómo dosificar el uso de la tecnología en tu hijo tras el verano

El papel de la tecnología en la vida de los niños y adolescentes es cada vez mayor, porque también es más atractiva y sencilla de usar; sus innumerables opciones de entretenimiento les roban el sueño todo el verano, y ahora vuelven los horarios estrictos, pero también hay más temas en los que pensar

Un joven con una tablet jugando
Un joven con una tablet jugando
Aránzazu Navarro

La adicción de los menores a la tecnología es una de esas cosas con las que no se puede dramatizar ni tampoco hacer lo contrario. Es algo real, y por tanto hay que manejarlo con inteligencia. Los expertos explican cuáles son las tres respuestas que la tecnología ofrece a nuestro sistema nervioso: gratificante, inmediata y repetitiva. Esas tres variables hacen que los más pequeños se vuelvan tecnológicamente insaciables, afectando a su rendimiento escolar y su comportamiento social en el día a día. Está claro que esta adicción es un problema que también afecta a muchos adultos, pero la vuelta al cole hace que sea especialmente delicado en edad escolar.

Cómo dosificar el uso tecnológico

La palabra clave es dosificar la actividad: limitaciones de horarios de uso en casa, alejar los aparatos no necesarios durante las tareas… lo que ocurre es que actualmente ya hay mucho trabajo escolar que utiliza herramientas tecnológicas para su ejecución. Bien administrados, los equipos tecnológicos incentivan el aprendizaje y las capacidades intelectuales de los niños, y pueden formar parte de un todo con las clases, las actividades extraescolares artísticas y deportivas y los momentos de ocio.

La respuesta gratificante de la tecnología es variable para cada persona, dependiendo fundamentalmente de su edad y contexto social. Como las respuestas llegan de manera inmediata, la tolerancia a la espera es muy escasa a edades tempranas; se va desarrollando con los años y los golpes de realidad. En cuanto a las repeticiones, no hay límite. Youtube, por ejemplo, es el paraíso de los curiosos, tanto para el entretenimiento como para cuestiones prácticas. Por eso, y al haber tenido los jóvenes durante casi tres meses tiempo de sobra para perderse en el mundo digital, es bueno introducir en los últimos días de verano una desintoxicación de pantallas y fomentar aún más, si no se ha hecho anteriormente, las actividades analógicas de las que tanto hablan las anteriores generaciones a la hora de criticar a la nueva infancia.

Una vez hecha esa dosificación, es conveniente mantenerla y convertirla en el patrón habitual. Es un error mantener de manera inflexible los criterios de hace treinta, veinte o incluso diez años, la sociedad es otra, pero es fundamental que los niños entiendan que aquello que sale inmediatamente de una pantalla ocurre en el mundo real, y lo generan personas reales, y a ellos les toca o les tocará generar futuros contenidos de interés y utilidad para nuevas generaciones. A la hora de racionar el uso de los aparatos, el sistema de recompensas o compensaciones puede funcionar muy bien: una hora de deporte te consigue media de videojuego, la lectura de veinte páginas de un libro acaba en una buena sesión de partidas de Mario Kart… he ahí un ejemplo. Poco a poco, la curiosidad natural de un niño le hará identificar también esas primeras partes del trato como placenteras, y le proporcionará la capacidad de ir eligiendo sus deportes, sus lecturas u otras aficiones no necesariamente relacionadas con la tecnología.

Los consejos de los expertos

El doctor Manuel Antonio Fernández, especialista en Neurología Pediátrica, tratamiento de trastornos de la conducta y del aprendizaje, resume el lado positivo del uso tecnológico en cuestión en un pensamiento. “El flujo constante de información entre los dispositivos y nuestro cerebro potencia de forma extraordinaria la productividad y nuestra capacidad de aprendizaje, gracias a la integración de nuestros sentidos con la electrónica. Adecuadamente controladas, las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías son positivamente inimaginables.

Pilar López Laboría, psicopedagoga aragonesa, ofrece otra línea de reflexión acerca de estos días de final de verano para los más jóvenes. “Comenzar el curso, cambiar de rutina, entrar en el instituto, o empezar en un centro nuevo, volver a hacer el mismo curso rodeado de diferentes compañeros… pueden ser momentos un poco críticos en la vida de un niño o un adolescente. Es un buen momento para prestarles especial atención, pero no desde el paternalismo o la sobreprotección. Si como adultos ya es duro ejecutar los cambios derivados de acabar las vacaciones y empezar a trabajar, imaginemos cuando se es pequeño y no se tienen recursos para gestionar adecuadamente estos momentos”.

López apunta que esta realidad “no significa que todos los chavales en edad escolar vayan a pasar un momento de desasosiego por volver al cole, no hay que hacer de esto un momento crítico generalizado. Es más, habrá críos que estén deseando volver a ver a sus amigos y empezar con esta otra rutina, con unos tiempos más delimitados; límites que nos vienen bien a todos y el libre albedrío de las vacaciones está bien para unos días, pero no para toda la vida. Caeríamos pronto en una insatisfacción debido a tantos placeres juntos, y ya no valoraríamos lo bueno, porque dejaría de serlo y la desmotivación llegaría pronto”.

El mundo ha cambiado mucho, pero no del todo, y atender a los nuevos retos de la vuelta al cole no quiere decir que los de siempre hayan desaparecido. Para los adultos responsables de educar a sus hijos, lo fundamental es ser consciente de todas estas realidades y diseñar uno o varios modos de superarlas sin mayores traumas.  

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