La felicidad está en la Picardía

Mohamed VI de Marruecos disfruta de estancias en Francia, donde su padre adquirió un castillo. No es el único dirigente africano enamorado del país galo.

Mohamed VI se brinda a hacerse un selfi con un hombre que le reconoció en París.
Mohamed VI se brinda a hacerse un selfi con un hombre que le reconoció en París.
Vocento

El príncipe parecía un simple niño asustado ante las cámaras que lo rodeaban en aquel pequeño pueblo francés. Su padre, el rey Hassan II, acababa de adquirir el castillo de Betz, a unos sesenta kilómetros al noreste de París, y explicaba los atractivos del entorno, en una rara deferencia hacia los medios de comunicación galos. Un cuarto de siglo después, en 1999, cuando el heredero se convirtió en el rey Mohamed VI, el ‘chateau’ se había transformado en un cómodo complejo residencial y su nuevo propietario se desenvolvía con aplomo en todo tipo de escenarios, tanto en su país natal como en el interior de Europa. Aquel muchacho tímido también había encontrado su lugar en la Picardía, la región al noreste de París donde el monarca marroquí acostumbra a buscar el descanso.

No hay demasiadas certezas en torno a este personaje, más allá de este gusto por la campiña. El enigma rodea la figura del soberano, que paree desplegar una múltiple personalidad. El político circunspecto y el Comendador de los Creyentes, título religioso islámico vinculado a la Corona alauí, conviven con el ‘bon vivant’ afable que posa en numerosos selfis, ya sea a la mesa con el primer ministro libanés y el heredero real saudí, o con cualquiera que lo reconoce en alguna ‘boutique’ de lujo de la capital francesa. Entonces, el estadista extremadamente formal y el líder espiritual cubierto por la chilaba se transforman en un individuo sin prejuicios, capaz de vestir según un peculiar sentido estético y moverse por la ciudad sin apenas séquito.

Ahora bien, el mundo no se reduce al ‘château’, sus estanques y caballerizas, y la bruma atlántica que los envuelve habitualmente. El rey también lleva a cabo viajes de placer, como el que realizó el pasado año a Florida y Cuba acompañado por su hijo, el príncipe Moulay Hassan. Este año, el ánimo de Mohamed VI no parece adecuado para explorar paraísos tropicales. Las previsiones apuntan, una vez más, a Betz, donde ha crecido y disfruta del sosiego de un villorrio de mil habitantes.

Los vecinos aseguran que su llegada se suele anunciar con el revuelo de coches negros, la repentina aparición de gendarmes en las calles y esquinas y el aumento de los pedidos del supermercado local. La vida del soberano en su mansión de setenta hectáreas permanece ajena a las miradas, aunque su presencia se delata por las donaciones al municipio, la demanda de empleo e, incluso, las invitaciones para recorrer Marruecos de que disfrutan los jóvenes nativos.

La realidad en Marruecos resulta más compleja y, a pesar de la férrea censura, hay quien denuesta este afrancesamiento y el absentismo real. Pero nadie, ni siquiera el partido islamista, cuestiona su autoridad. El rey allí reina, pero también gobierna. Las vacaciones del rey, su ‘joie de vivre’ en la Picardía, lejos de la vida política, los conflictos y las tórridas temperaturas magrebíes, no se hallan amenazadas.

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