Tercer Milenio
En colaboración con ITA
Por qué a veces me enfado cuando me entra hambre
El mismo neurotransmisor que estimula la voracidad regula la agresividad. Contrólate cuando las tripas suenan.
Es la hora de comer y aún no has llegado a casa. El tráfico es intenso. Se ha formado un gran atasco en la autovía. Y empiezas a soltar improperios y a tocar el claxon desesperado. ¡Precisamente tú, que normalmente presumes de tomarte la vida con filosofía! ¿A qué viene tanta cólera?
Tiene una explicación fisiológica. Cuando pasamos mucho tiempo en ayunas, los nutrientes de nuestro torrente sanguíneos merman. La glucosa que circula por la sangre desciende. Y se dispara la alarma en la sesera: ¡alerta!, estamos en una situación peligrosa, porque el cerebro depende de la glucosa para poder hacer bien su trabajo. Mientras las tripas suenan, nuestro órgano pensante activa un plan B y da la orden de liberar hormonas que aumentan los niveles de azúcar. Entre ellas la adrenalina y el cortisol. Dos moléculas que, casualmente, también están vinculadas a la sensación de estrés. De ahí que nos irritemos y nos volvamos irascibles cuando nos da el hambre. Biológicamente hablando, nuestro cuerpo se pone a la defensiva.
Hay más. Con la gazuza se libera en la sesera el neuropéptido Y, un neurotransmisor que estimula la voracidad pero que también regula la agresividad. Cuanto más altos son los niveles de neuropéptido Y, más nos dejamos llevar por la ira. Puro instinto de supervivencia.
"A veces tienes un hambre canina, te comes un bocadillo y listo, no pasa nada, no te cambia el humor", explica Kristen Lindquist, neurocientífica y coautora de un estudio sobre el asunto que acaba de publicar la revista 'Emotion'. El conflicto emocional surge "cuando te sientes incómodo por el hambre pero interpretas que esa sensación -ese estrés- y tus emociones tienen que ver con otras personas o con la situación en la que te encuentras", añade. Como en mitad del atasco.