Ideas entrelazadas

Nuestras acciones tienen repercusiones sobre la naturaleza, sobre países muy distantes y sobre las siguientes generaciones. Para comprender esas relaciones y tomar decisiones éticas necesitamos manejar adecuadamente las ideas.

Krisis'18
Krisis'18

La convivencia colectiva diaria, ya sea local o universal, es difícil si no hay unas cuantas ideas que la incentiven. Precisa que todos apreciemos que nuestra vida tiene también repercusiones intergeneracionales, internacionales y ecológicas, que nos obligan a ejercer cierta autolimitación y contención responsable. Sin embargo, abundan las acciones cometidas por ciertas personas o grupos concretos que perjudican a los demás. En particular hoy, cuando casi toda la sociedad global tiene en el consumo y desarrollo sus principales estímulos. Para manejarlos con mesura se necesita comprender la idea de universalidad y aplicarla en dos modalidades: la ecológica, que debería brillar como un sol perpetuo, y la intergeneracional. Revisemos una serie de temas en los que cabría adoptar una perspectiva global: agua y energía de calidad aceptable, uso de otros recursos naturales, grado de bienestar universal admisible, justicia ambiental práctica, búsqueda de contaminación saludable, lucha contra la inequidad social y de género, mantenimiento de la riqueza natural, y así un largo etcétera. Estas dimensiones las sujeta una malla general, cosida con varios nudos que enlazan presente y futuro, lo local y lo universal, lo social y lo ecológico, los países ricos y pobres. Además, el entramado relacional está cargado de política e ideología; incluso estos dos términos son miembros de una misma cadena de la historia.

Una historia razonada y compartida de las ideas es parte de un relato largamente hilado que nos sitúa en el momento actual, en el que merece la pena debatir qué es lo universal y qué no. Vivimos en el mundo de la comunicación, por eso debemos escuchar buscando nociones éticas que sirvan. Pero cada día cuesta más hacerlo ante la avalancha de banalidades que nos llegan por todos los lados. Ya se encargan de confundirnos los medios de comunicación poco exigentes y las descontroladas redes sociales, que vomitan cada segundo miles de improperios y embustes. En realidad, casi nadie los sortea, aunque se mantenga en guardia. Frente a las superficialidades, debemos echar mano de argumentos entre los que resplandece la verdad, contrapunto capaz de despojar a las mentiras de sus no verdades o posverdades, que casi siempre vienen con ellas para justificarlas. Necesitamos ideas debatidas que se hagan universales e intergeneracionales; neguémonos a aceptar que los jóvenes han nacido con el destino escrito con trazos ilegibles.

La gran contribución del siglo XXI a la universalidad ecológica podría ser el intento de civilizar la apropiación de la naturaleza. Los límites que la concretaban antaño se han roto y ahora nos invade una confusión conceptual sobre qué es y qué no, a qué tiene derecho cuando hay conflictos. Cualquier autolimitación social ante la apropiación de lo natural ni siquiera es un fin en sí mismo, sino el camino hacia un destino común. Este habrá de ser forzosamente rebelde para poder sobrevivir; algo que se debe lograr concibiendo la naturaleza como sujeto político, como propone Daniel Innerarity, y utilizando la continencia ante la generación de problemas ambientales. Es imprescindible revisar si el crecimiento perpetuo, con un elevado coste ecológico, sirve para salir del atolladero actual. La economista Kate Ratwork utiliza el argumento ‘economía rosquilla’ para sugerir que son necesarias otras fórmulas.

Sabemos que las ideas, y los conceptos que se mueven alrededor de ellas, generan disputas en su interpretación. Manejarlas de una u otra forma tiene consecuencias morales y políticas. Por eso hay que decidir si lo que estamos haciendo puede tener repercusiones, cerca o lejos. Nos ayudará la potencia de la autocrítica, tomada como el invento que tanto precisa esta sociedad complaciente. Es necesaria porque incluso en democracia es raro encontrar plenitudes, pero sí deseos de ser generosos, a pesar de nuestras carencias, y evitar algún desamparo a los otros. Es preciso entrelazar de forma contenida, a un tiempo y con visión de futuro, las ideas que sostienen la globalidad: verdad, universalidad, equidad, socioecología, autocrítica y democracia, para plantearnos quiénes somos, qué hacemos aquí y cuáles son nuestros anhelos y necesidades. Y demostrar así, en definitiva, banalidades (las propias y las de quienes gobiernan).