James Taylor

James Taylor en una foto promocional
James Taylor en una foto promocional.

Una buena amiga me ha dicho por qué mi cabeza me taladra estos días, por qué tengo tantos  dolores de cabeza que me bloquean. Dice que alguien le ha dicho que es porque ha habido una  tormenta electromagnética. Y yo la creo. Porque en algo tengo en qué creer mientras me meto todo lo que pillo en esos botiquines caseros en los que mezclamos ibuprofenos con restos de jarabes o nos metemos medio sonámbulos un pastillón contra el resfriado pensando que es un potente termalgín (con codeína). Vivo agarrada a algo que me quite esta presión (¿electromagnética?) que me magnifica todo. Que me hace pensar en que es una pena Cataluña, ejemplo durante décadas de tantas cosas, tan soberbia, tan elegante… y hoy hundida en un marasmo político dirigido por un independentismo sin futuro y sin líderes, en prisión o huidos por esa cobardía que da la sin razón.

Así que en esta semana de Pasión me he prometido no pensar en ella, hacer un alto en las reivindicaciones por las pensiones, la ley de sucesiones, la batalla por la igualdad de la mujer, en el horror vivido durante dos días por la pequeña Naiara, la niña de 8 años muerta en Sabiñánigo (Huesca) a manos de su tío político. Pensar solo en lo que dice Boris Izarrigue, que vive quitándole hierro a la vida y dejándose llevar. Por eso me vuelvo a esas pequeñas cosas que me lo dan todo, a llenar la nevera porque vuelvo a tener la casa llena de los hijos que tienen que emigrar, porque aquí hay poco que ofrecerles, con el fondo monotemático de Rajoy, a quien sólo le falta decir eso de "España va bien".

Voy a hacer mío el pensamiento de Boris, y no puedo evitar cabecear al escuchar que mi sueño de adolescente, James Taylor, acaba de cumplir 70 años, cuando aún sigo colgada de su cara en la portada del disco de su ‘You’ve got a friend’ (Tú tienes un amigo). Pero ahora es un tipo calvo y barrilete -como yo tengo los papos caídos y una cintura indestructible- al que sigo en Instagram, que mantiene esa voz especial, de música acústica suave y sensible, algo blandengue (como yo).