Los matices y el sexo

Vivimos en un mundo en el que no triunfan los matices. Quizá por culpa de las redes sociales, nos hemos acostumbrado a las sentencias breves y contundentes, al estilo de los 140 caracteres de Twitter. Con ellos se pueden hacer aforismos ingeniosos, pero dejan poco margen para la discusión sosegada.

Y en la actual batalla contra los abusos sexuales hace mucha falta una discusión sosegada. Porque, de repente, hablamos más del enfrentamiento entre dos bandos irreconciliables, el de las buenas y el de las malas feministas, que de los hombres que nos creen objetos para su disfrute sexual.

Quizá el paradigma de ese conflicto ha estado en el manifiesto de un grupo de actrices e intelectuales francesas a las que se ha acusado de defender las violaciones y los abusos.

Lo que ellas dicen es que no todos los casos en los que un hombre molesta a una mujer pueden considerarse acoso. A veces, un intento de seducción puede resultar zafio e incómodo, pero no pasa de ser una grosería, nunca un delito. Considerarlo todo un abuso corre el riesgo de equiparar un piropo desagradable con una violación. Y por simple respeto a las víctimas hemos de tener mucho cuidado con eso.

También hay que escuchar a Margaret Atwood, la escritora que estos días se ha declarado "mala feminista" y ha defendido a un profesor acusado de acoso. En realidad, la autora de ‘El cuento de la criada’ recuerda la importancia de la presunción de inocencia y el peligro de linchar, sin más, a cualquiera que sea acusado. Sin que haya una investigación, sin pruebas que aclaren lo que de verdad ocurrió.

Las relaciones entre hombres y mujeres son complicadas y están llenas de interpretaciones, de dobles sentidos y hasta de meteduras de pata. De matices, al fin y al cabo. Y mientras no estemos dispuestas a aceptarlos y a entender que no todo comportamiento molesto es un abuso, nos perderemos en discusiones estériles y fracasaremos en lo único que importa: ni una más. Nunca.